Pasaron varias semanas, meses, años. La abuela Chesire trabajaba como guía de turistas de cada uno de los que llegaban a Inglaterra, era un centro de trabajo y turístico, venían personas de Escocia, Gran Bretaña, Francia e incluso pocas de España que tenían conciencia del alfabeto inglés.
Aquel pequeño bebé ahora se había convertido en un niño, con el cabello ligeramente largo y escarlata, como decía su abuela: "Cabeza de Calabaza". Ese era el apodo que le tenía, que, a pesar que a Niven no le agradara lo seguía haciendo y lo haría hasta que falte en su vida.
Era de mañana, Chesire y Niven conversaban mientras comían el almuerzo, era un plato de puré de papa y algunas legumbres como fríjol, guisantes y un poco de arroz blanco. No era una comida espectacular, pero cada bocado lo disfrutaba.
— ¿cree usted que pueda asistir a la escuela?. — Cuestionó el pelirrojo a su mayor, como siempre, trantándola con respeto, como Chesire le educó.
— No lo sé hijo... Pero, haré mi esfuerzo para que tengas mejor educación que con ésta anciana. — Dijo alcanzando los cachetes del niño al otro lado de la mesa tirando de ellos algunas veces, haciendo que el pelirrojo se enfadara.
— ¡¿Es en serio?!. —
Preguntó, exclamando y golpeando ligeramente la mesa con sus delicados nudillos rosados, con algo de arroz en la comisura de su labio y una enorme sonrisa dibujada en su rostro.
Chesire de inmediato se echó a reír, limpiando con un trapo blanco y un poco descuidado la boca del niño.— Claro, es más, deberás ayudarme a trabajar si es lo que quieres...—Dijo rascándose el dorsal de su huesuda mano tres veces seguidas, levantando su ceja formando una sonrisa retadora al más pequeño, quien de inmediato refunfuño.
— ¿Eh? Por favor, por favor, por favor, por favor. — Musitó repetidas veces tirando de la mano de Chesire colocando su mejor cara de tristeza.
— ... ¡Ah! ¡Que va!, con esa cara me convences de sobra, ¿qué día es hoy?.— Preguntó levantándose de su asiento alejándose del pelirrojo lo más posible para que su reloj funcionara. Era el 21 de Septiembre de 1903, marcando las nueve y un cuarto. Abrió sus ojos con sorpresa, notando que se le hacía tarde.
— Cuida la casa, se me hace tarde, no olvides limpiar los relojes. — Comentó tomando su antiguo maletín de cuero marrón oscuro, dando un último sorbo a su café para así casi correr a la salida. "¡Adiós cabeza de calabaza!"
— ¡No me diga así!. — Exclamó avergonzado antes de escuchar la risilla y la puerta azotar con fuerza moviendo algunas cosas.
Así comenzó otro de los días del pequeño niño de ahora seis años de edad, puliendo los relojes y limpiando los platos sucios. Exhalaba varías veces con fuerza, se sentía siempre abandonado, como si su abuela en realidad no estuviera ahí. Pero muy al fondo sabía que ella trabajaba duro por él.
Lavaba los platos de porcelana, siempre recorriendo una silla al lavabo para poder alcanzarlo. Usaba un balde de agua que a diario acababa y reponía yendo al pozo más cercano. Que estaba al rededor de unos dos kilómetros de su hogar, al aún no tener suficiente para pagar un sistema de agua.
Después de lavar los trastes, seguía a limpiar el polvo en las esquinas, el suelo y los pocos muebles que habían en el lugar.
Tirando el agua mugrienta en la calle, se acomodó sus pequeños zapatos desgastados y sus ropas correspondientes a la época, comenzaba apenas a hacer frío, sin embargo, era tolerante, aún no debía de llevar esos pesados abrigos de felpa sucia con cuero. Puso su boina oscura sobre su cabeza fijándola algunas veces en su cabello rojizo. Bajando por la acera recordó las palabras de su abuela. "¡No debes andar en medio de la calle! y observa a los lados cada que la pases". Bufó, haciendo caso a su conciencia. Caminó algunos minutos, quizás una hora y tres cuartos hasta llegar al pozo y cargar la pequeña cubeta que llevaba. A su edad debería de estar jugando con carritos de madera, o con si quiera muñecas de trapo, pero prefería hacer los quehaceres de la casa, ya que así se le impuso. De nuevo fue un largo camino de regreso, apenas llegando cuando el Sol se comenzaba a ocultar por el horizonte. Debido a su imposibilidad de poder observar un reloj de cerca -para ver la hora- tenía que medirse con el lugar donde estaba el Sol. Llegando a casa, dejó el balde sobre el lavabo subiendo de nuevo a la silla, agotado.
— No tarda en llegar y ni siquiera he limpiado los relojes.— Susurró un poco agobiado. Se quitó la boina dejándola en el viejo perchero que estaba al lado de la puerta, parándose de puntillas para alcanzarle. Sacudió su cabello desordenándolo para después quitar el sudor en su frente. Bajó al sótano, temeroso, con la lámpara de aceite en su mano derecha. Bajaba las cortas escaleras, escuchando el espantoso crujir de estas, encogiendo sus hombros rechinando sus dientes. Dejo la lámpara sobre la desgastada mesa de madera despintada que había arrinconada en una pared. Odiaba estar ahí, obviamente le daba miedo estar a oscuras y además solo.
Tragó su saliva, sentándose en la incómoda silla de madera que estaba frente a la ya mencionada mesa. A su alrededor habían herramientas, otras pequeñas, otras grandes. Siempre se quedaba observando un joyero, estaba pintado de gris y tenía un reloj en la cabecera, llevaba dos puertas de cristal con un espejo adentro, donde estaba una bonita mujer de madera. Era el que más mantenía limpio, ya que era el favorito de Chesire y él mismo.
Llevaba unos extravagantes anteojos de metal y un aumento para observar, a pesar que le quedaba extremadamente grande, se lo ponía, gracias a la divertida pinta que le daba.
— Excuse moi. Olvido algo, Madam.— Copiando el acento de algunas personas que llegaba a conocer por las calles, aunque, sin saber bien lo que significaba, lo decía frente a la muñeca que era su única acompañante, de inmediato soltándose a carcajadas.
A menudo conversaba con la inerte muñeca, como si le llegara a escuchar. Entre sus palabras estaban las historias que le contaba su abuela o las cosas raras que hacían los adultos de allá afuera.
Así era siempre, colocando la silla frente al joyero donde estaba la bailarina, a pesar de que ahí hiciera un tremendo frío, no se alejaba. Siempre pasando un trapo sobre los relojes para sacar aunque sea un poco de brillo en ellos. Su conversación fue interrrumpida por un "Cabeza de calabaza, ¿dónde te has metido?". Alzó las cejas al escucharla, cerró con cuidado las puertas del joyero levantándose de la silla para subir a recibir a su abuela.— Adivina que traje para la cena hoy.— musitó con una sonrisa tranquila en su rostro, sosteniendo en sus manos una bolsa de papel.
— Mhm... ¿lentejas?, no, ¡espinacas con guisantes!.— Exclamaba tratando de adivinar, con el ceño fruncido. La señora negó riendo entre dientes.
—Para nada, hoy cenaremos un trozo de pavo que dieron hoy en mi trabajo, está cocinado, calientito y huele muy bien, que esperas, vayamos a comerlo.—
Fue así como ambos, con emoción y pequeños brinquitos por parte del más chico fueron a la mesa.
Es de madrugada y aquí ando, arreglando el desastre de historia que hice hace rato kajsksjaj ayuda
nenesito descansar pero enel reino delos sielos
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El Relojero | PAUSADA
Ficción históricaLa historia de Niven de Sallow comienza en una triste vida con su abuela, que poco después fue hospitalizada. En el siglo XIX y XX, las guerras llegaban, siendo las únicas opciones de aquel desafortunado. Hundiéndose en la aventura de conseguir sobr...