Día 3: Bajo el agua.

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Arrodillado en el reclinatorio con mis manos juntas, comencé a orar.
No quería abrir los ojos, no quería ver alrededor.

Con mis pies desnudos, sentí el agua que comenzaba a entrar por la puerta y las ventanas. Los rayos adornaron el cielo, la lluvia no paraba.

Padre nuestro que estas en el cielo.

Hace una semana y media que todo esto comenzó.

Santificado sea tu nombre.

El agua ya llegaba hasta mis muslos, me aguanté las lágrimas como pude y segui orando.

Venga a nosotros tu reino.

Mis cuerpo temblaba por el fuerte y frío aire que rompió las ventanas.

Hagase tu voluntad...

El aire comenzó a faltar en mis pulmones, pero no pare de orar para que alguien me escuchara.

En la tierra como en el cielo.

El agua ya llegaba a tapar mi estómago, estaba helada.

Logré sentir en un momento como si tocaran mis pies y mis piernas. Aunque no me detuve.

Danos hoy nuestro pan de cada día.

Un punzante dolor se alojó en uno de mis pies, un grito de dolor que salió del fondo de mis pulmones interrumpió mi oración. Retome.

Perdona nuestras ofensas, como así nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

El mismo dolor apareció, esta vez en mi otro pie y el agua ya había llegado hasta mis hombros.

No nos dejen caer en la tentación.

Mis manos fueron atravesadas por tornillos.

Y libranos del mal.

Abrí mis ojos de golpe y lo vi.

Amén.

El enorme crucifijo frente a mí, se prendió fuego, aun cuando la lluvia caiga sobre él gracias al agujero del techo.

Cristo sangraba.

El agua llegó a estar sobre mi cabeza y no me pude mover.

Desde abajo del agua, vi como Cristo teñía todo de rojo con su sangre.

Fictober [2018]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora