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Y aunque dije adiós, no esperaba que volvieras tocando la puerta con la confianza de quien pone un pie en su propia casa y se avienta a la cama a dormir. No esperaba que volvieras con el iris brillando por un sueño en los ojos que yo no podía ver. Que si algún sollozo soltaste, o alguna lágrima tendiste... si alguna vez me quisiste y no me lo dijiste, nadie se lo imaginaría, pues soy yo la que batalla con las mariposas en la barriga y el nudo en la garganta cuando te vas. El duelo contra tus manos que no se acercan, el silencio tan lejano a mis latidos, la fuerza en la esperanza de tu roce, mis pasos con el ritmo en tu camino, buscando entre tus palabras el residuo de una duda, porque sé que dejar ir algo conserva cierto amor en la distancia. Espero una señal aún, con el titubeo de tu pierna a punto de tocar la mía cuando estamos sentados, o tu mirada consciente de que estoy enfrente, que me evita. Como esos días en los que estabas triste porque yo lo estaba, o que sonreías cuando sabías que estaba bien. Sé que no es tu culpa, y tampoco mía, haber dejado hasta el último lo que debió venir primero. Pero, mentiría si dijera que no estoy apretando al corazón, siempre que te observo cuando no me observas, como si las ganas de correr hacia ti no fueran tan grandes como mis ganas de verte feliz. Pero sí, es cierto. Que te tengo todo el tiempo y aún así te extraño. Es que tardé en averiguar que para conocerte, debía dejar de tratarte como alguien ajeno a mi existencia e irrelevante a la trascendencia del recuerdo... y aquello que recuerdo, es lo más precioso que he escrito. Y te sigo escribiendo cada una, dos, tres muertes; hasta que seas más protagonista que presente, y te vayas de mi boca,
que te llama
una,
dos,
tres
veces
sabiendo
que en el pasado
con una bastaba
para abrazarte fuerte.

CORAZÓN QUE SIENTEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora