CAPÍTULO 1.

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La graduación había sido memorable. Un año más con la copa de las casas ganada, los Gryffindor trataron de celebrar, pero los acontecimientos recientes solo hacían que se sintiera extraña la fiesta. La profesora McGonagall dio un discurso francamente lleno de emoción, Minerva miro a sus alumnos con lágrimas en los ojos, se despidió e hizo que en el gran comedor aparecieran no solo los escudos de la casa ganadora, sino de las cuatro casas como signo se unidad.

La mayoría se fue temprano a sus dormitorios, no querían pasar más tiempo en un lugar lleno de recuerdos, otros se dispusieron a realizar un último recorrido por los jardines de Hogwarts. El trio dorado solo durmió, ya conocían perfectamente cada rincón del castillo incluso los lugares que ni siquiera los mismos profesores habían estado o sabido de su existencia.

Al día siguiente el dormitorio de chicos estaba solitario, por lo que Harry Potter entró despreocupado a la habitación. Al llegar en medio miró cada rincón del lugar, tratando de grabar detalladamente en su memoria cada instante vivido en su segundo hogar. Podía recordar perfectamente las cosas más importantes. Todo esperaba ahí, congelado en cada toque, grabado en cada aroma. Harry aspiro profundamente una gran bocanada de aire, comenzó a pasearse con lentitud y cuando terminó su recorrido se sentó en su cama.

Había dormido en allí por casi 7 años, en aquel salón donde compartió discusiones y reconciliaciones con sus amigos, nieve y lluvia tras la ventana, noches de descansado y risas que invadían los días más felices. Gran parte de su vida se contenía dentro de esas cuatro paredes. Desde el momento de su llegada, ese lugar había sido su hogar, era el único lugar donde se sentía seguro, pero ahora se veía completamente diferente, ahora se sentía algo vacío.

El azabache recordó con cariño a su mentor, decidió ser más fuerte que nunca. Algo le hizo imaginar que Albus Dumbledore era un hombre invencible, que nadie, ni el mismo Voldemort, era capaz de vencerlo. Vaya equivocación, Harry rio frustrado. No acababa de creer que ya no lo volvería a ver al viejo mago. Dumbledore había caído tan fácilmente, ahora ¿Qué podía esperar al enfrentarse a Voldemort? ¿Tendría acaso alguna oportunidad? Suspiró con desgana deshaciéndose de esos miedos que le acompañaban constantemente.

Tendría que comenzar buscar los demás Horrocrux, no tenía la mínima idea de por dónde empezar. ¿Qué haría entonces? No sabía la respuesta a esa, ni a las demás preguntas que con regularidad aparecían en su cabeza, pero hallaría la forma encontrar soluciones. La profecía lo señalaba como el único con el poder de vencer a Voldemort, así que tenía que hallar la forma, si no lo hacía él, entonces quien lo haría.

Se puso de pie pensando que no tenía objeto seguir sentado sin hacer algo, además de que en cualquier momento el tren partiría. Apresurado salió del dormitorio.

—Es hora de irnos —informó Harry a sus amigos cuando bajó por las escaleras.

Ron y Neville se encontraban en la sala común de Gryffindor, lo esperaban desde hace mucho tiempo. Neville se movía repetitivamente claramente nervioso, tenía los brazos cruzados y una postura enderezada, en cambio el pelirrojo estaba sobre el sofá principal con la mitad del cuerpo colgando. La diferencia entre los amigos era notoria, sin embargo, la amistad que existía entre Ron y Neville rebasaba los límites.

Neville siempre quebrándose la cabeza, acostumbrado a pensar en las posibles soluciones y Ron dejándose llevar por la corriente hasta que, por supuesto, entendía lo que ocurría y decidía apoyar en los momentos más difíciles. Entre tanto, Neville suspiro, no podía convencer a su amigo de dejar la comodidad de su sillón para ir en busca de Harry.

Aun consternado por sus emociones, Harry los miro dedicándoles una sonrisa falsa, él sabía que no importaba a donde fuera ellos lo seguirían hasta el fin del mundo. El momento de ese fin parecía cada vez más cercano.

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