A las once en punto de la siguiente, Jae se asomo, y su vecina no tardo en imitarle. Habían hablado la víspera y era natural que se saludasen. Ambos tenían curiosidad por saber quienes eran el uno y el otro, y el saco la conversación sobre esto, empezando por decir:
-¿hace mucho tiempo que se halla usted en este pueblo?
-quince días- contesto ella.
-Yo también hace poco que he llegado. Vivía en Madrid, y tenia en esta tierra a un hermano de mi madre, al que quería mucho, y que ha muerto ahora, dejándome por heredero de todos sus bienes. Mi tío era muy conocido y apreciado aquí, D. Antonio León.
-Era amigo de mi padre- interrumpió ella.
-Es imposible. ¿ Como se llama su señor padre?
-Pedro Vasquez.
-No recuerdo haberlo oído nombrar. ¿Vive todavía?
-Tengo la desgracia de ser huérfana.
-¿Esta usted aquí sola?
-Completamente sola.
-¿No tiene usted familia, ni hermano, ni esposo? -pregunto Jae.
-No tengo hermano, y soy soltera -Contesto ella.
El joven respiro libremente.
-¿Vive usted por placer en este pueblo? -pregunto pasado un instante.
-Me han mandado los médicos aspirar los aires puros del campo, y he elegido con preferencia este lugar porque no se halla lejos de la corte, donde he habitado siempre. Por los demás, se que todo cuanto haga sera inútil porque mi mal no tiene remedio.
-¿Esta usted enferma?
-Si señor.
-No sera tan grave como piensa.
-Tanto que temo morir aquí.
-¿Por que tiene usted tan triste pensamiento?
-Quisiera equivocarme -murmuro ella-, pues a los veinticinco años nadie muere contento; pero si Dios lo dispone, me resignare.
-Bien, es joven, pensó Jae; ahora me falta verla y averiguar su nombre.
Hubo una breve pausa y el continuo:
-No se la encuentre a usted en ningún lado.
-No voy mas que al jardín -contesto ella.
-¿Ni a misa?
-Me la dicen en el oratorio que tengo en mi casa.
-¿Le han prohibido a usted salir?
-Me lo he prohibido yo.
-¿Puedo saber por que?
-Es un secreto.
-¿Seria indiscreción hacer a usted otra pregunta? - prosiguió Jae.
-De ninguno modo -respondió la joven-, hable usted.
-Desearía saber el nombre de mi vecina.
-Me llamo Min. ¿ y usted?
-Yo Jae. Solo me resta pedirle un favor. ¿ consentirá en asomarse un rato todas las noches?
-Me asomare con mucho gusto.
-¿No faltara usted nunca?
-Nunca. Las once da el reloj de la parroquia y es hora que me vaya. Buenas noches.
Los dos se alejaron y desde aquel día se hablaron a la hora convenida, y pronto pudieron convencerse de que no eran indiferentes el uno al otro.
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Vecinos
RomanceAl frente vivía una mujer , como nosotros joven y hermosa- de noches se escuchaban sus melodías que salían de su arpa con su suave y dulce acento.