"Lágrimas frescas" por Julián Marchena.

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En recuerdo de Victoria,

mi compañera desaparecida...

Rosa que el fuego de mi amor consume,

ave que llora con mi propio llanto;

Fugose el ave y me dejó su canto,

murió la rosa y me dejó el perfume.

Y es que ese aroma y esa melodía 

que me hicieron alegre, sano y fuerte

serán incienso y fúnebre armonía.

Así, a fuerza de amante sin fortuna 

que intenta huir a su destino adverso,

voy a forjar un amoroso verso

a la memoria de Rosario Luna,

aquella que me dio todo lo suyo,

aquella a quien le di todo lo mío,

la que tuvo calor para mi frío,

la que no supo hablar sino en arrullo,

la que para aliviar en su partida

mi carga de dolor y desconsuelo,

a cambio de mis noches de desvelo

me mostraba su fugaz agradecida.

Cuando vencido por la desventura 

palpé el horror en mi existencia vana, 

tendiome al punto, como buena hermana,

el mullido pulmón de su ternura.

Si en cada poro me clavaba espinas

el dolor en que estoy crucificado,

ella sobre mi cuerpo lacerado

hizo lo que a Jesús las golondrinas.

Al reposar en la habitual lectura

que nuestro pensamiento fatigaba,

mi corazón sumiso se extasiaba 

en la piedad de su mirada oscura.

Corría el tiempo desapercibido

sin que nuestro silencio se turbara,

lo mismo que una mano que pasara

por sobre el lomo de un lebrel dormido.

A veces, al relato de algún cuento,

mientras alzaba por temor el hombro,

parpadeaban sus ojos en asombro

como dos mariposas contra el viento.

Y si el amor que urdió la fantasía 

tras el punto final quedaba ileso,

me pagaba el relato con un beso

por compartir conmigo su alegría.-


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