Pecado

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Todas las mañanas siempre lo veía pasar fuera de mi ventana, aquella suave cabellera castaña me hacía girarme para verlo.

Siempre iba a la iglesia, cada mañana se encontraba a la misma hora, con esa pequeña canasta entre sus manos ayudando a su hermana a vender flores en la escalinata principal de aquella institución.

Sabía que estaba profundamente enamorado de aquel chico de cabellos caoba, pero sabía que estaba mal, lo que yo sentía por aquel niño no era algo normal. Había sido condenado por el mismísimo diablo.

Como era uno de los pocos eruditos que había en aquel viejo y olvidado pueblo me tocaba de vez en cuando dar el catecismo a los niños del lugar.

Era de las peores tareas que podría existir, tener que soportar a una bola de niños gritones mientras les leía una sarta de cosas que no existían, pero valía la pena hacerlo por ver la atenta mirada de aquel niño que me volvía loco.

Siempre intentaba acercarme a hablar con él pequeño niño, pero alguna joven dama se acercaba a mí para intentar cortejarme ya que era de los pocos jóvenes con dinero y estaba soltero por culpa de mis pensamientos impíos que tenía hacia aquel pequeño chico.

Con el paso del tiempo logré aprender su nombre, al fin mi pequeño niño tenía nombre y no un tonto apodo, su nombre era Mason pero todo el mundo le llamaba Dipper por aquella hermosa y peculiar marca que tenía en su blanquecina frente.

Un día que fui invitado a su vieja cabaña por su tío (el cual era colega mío) supe su edad, apenas este había cumplido sus 14 primaveras en este cruel mundo, yo era por mucho cuatro años mayor que el.

Ese día el me miro atentamente a través de la rendija de la puerta, me di cuenta por el pequeño ruido que hizo la puerta y por culpa de sus rebeldes cabellos caoba que asomaban por la rendija de la puerta.

Ese mismo instante en que mire el como me observaba en su pequeña fantasía supe que debía tenerlo para mi.

Aquella noche planee todo con minuciosa precisión y arme un plan tan perfectamente impuro, ya que planeaba robarme a aquel pequeño niño que me hacía pensar en cosas pecaminosas.

Su tío lo había mandado a que viniera a darle unas clases particulares sobre literatura en un idioma desconocido para él.

Aproveche el rato que estuve con él, lo hice entrar en confianza conmigo y pude invitarle a tomar el té.

Prepare aquella bebida yo mismo, era un suave té de lavandas con un poco de una mezcla que tenía que era para dormir.

Observe con suma atención como bebió de aquella taza que lo condenaria, me sentí sumamente mal por separarlo de su familia, pero ya había cometido demasiados pecados como para no temerle a lo que estaba haciendo.

Dejo con un suave tintineo la taza sobre la mesa y de sus suaves labios salió un largo bostezo, sus ojos comenzaban a pesarle y de a poco fue quedándose dormido sobre uno de mis sillones.

Con sumo cuidado lo tome entre mis manos y lo subí a un carruaje que tenía preparado desde hacía horas.

Di la orden a mi cochero de que avanzará y comencé mi viaje con aquel niño que dormía sobre mis piernas.

Con manos temblorosas por la exitacion del momento acaricie con sumo cuidado aquellos cabellos que me volvian loco y sentí como si estuviera tocando las nubes.

Una sonrisa iluminó mi rostro mientras me perdía en la paz que inundaba la precencia de mi dulce niño.

El no despertó en el resto del camino y el amanecer se hizo presente a través de la pequeña ventana que estaba en la cabina del carruaje, el coche se detuvo y supe que por fin había llegado a mi nuevo hogar.

En aquella enorme casa había una pequeña capilla, la cual habia mandado a construir para mi pequeño Dipper.

El despertó al poco rato, estaba desconcertado y pedía a gritos a su hermana gemela, intente tranquilizarlo diciéndole que todo estaba bien, que por fin estaba con su verdadera familia.

Su rostro siempre reflejaba terror, había dejado de comer y su pequeño cuerpo se había vuelto débil. Intentaba hablar con él todos los días, animarlo a que hablara o sonriera, pero el solo se limitaba a ver al suelo.

Una triste noche de octubre su pequeño cuerpo dio el último respiro.

Ese día había perdido a mi dulce niño, lo único que me hacía pecar en este maldito mundo.

El era mi religión, mi motivo se vivir y continuar, sin era nada.

Aquella oscura y solitaria noche tomé la decisión más importante en mi vida.

Subí al atico de aquella enorme mansión con tan solo un banquillo y una cuerda en manos.

Y en la campanada que anunciaban las doce de la noche de igual forma yo di mi último respiro.

Recuerdos. (BillDip One Shots)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora