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Mis manos se mueven sin cesar, apartando el agua de este río negro por el que cada vez me cuesta más avanzar.
A cada brazada, más presente se hace la idea de que os dejaré solos, y quizás sea lo mejor para todos.
¿No es irónico que esté nadando en este río negro por culpa de uno amarillento y amargo, que escuchaba los lamentos de un viejo desamparado?
Todo eso dá igual, porque aunque no lo queramos, todos los ríos acaban en el mar.
Sé que me ofrecisteis ayuda, y que aún no porto suficientes arrugas.
Pero sucumbí a aquella botella, y ahora me hayo nadando en este río negro en dirección al reino del hermano de Hera.
Oigo vuestras voces detrás de mí, rogándole que no me deje marchar, pero es tarde. Es tarde porque he llegado al final de este río negro, y he acabado en el mar.
Ahora vuestras voces son sustituidas por sollozos, y la suya está eclipsada por un pitido que escucharían hasta los sordos. Uno que indica, que he llegado al final del río.
¿Hice bien en beber de la botella? Creo que esa pregunta, ya la está respondiendo mi pena.
Tú, que escuchas mis lamentos, no te atrevas a beber de ella, puesto que lo único que te dará, será tristeza.
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