B: Baile

384 33 62
                                        

Este fic tendrá continuación. Si las cosas van bien, la tendrán por la letra G.

—Rose

─━━━━━━⊱✿⊰━━━━━━─

El trabajo, finalmente, se lo asignaron a él y si era sincero, no podía estar más orgulloso ni sentirse más comprometido. Entrar a la casa de una de las familias inglesas más poderosas y fieles a la Corona Británica en toda América era un desafío, uno que convenientemente había aprendido a descifrar en el tiempo correcto empleando medidas muy poco convencionales... Pero estaba ahí a fin de cuentas ¿No es así? Además, no es como si no existiese un precedente. Después de todo, él mismo había participado en el Motín del té en Boston, oculto bajo el disfraz de un nativo americano.

Aunque, siendo honestos, no pensó que estar bajo el lema del No taxation without representation alguna vez implicaría usar faldas y corsés para cumplir su objetivo.

Como sea, tomó aire profundamente y, repitiéndose internamente que lo que hacía se justificaba en la libertad de su país, se presentó a la gran fiesta en la mansión de la familia Kirkland, lugar donde la más alta aristocracia británica se reunía periódicamente y a los que sus hermanos en armas, los Sons of Liberty, habían conseguido un pase especial bajo el nombre de la Señorita Amelia Jones, hija de los Jones de Charlestown de las Islas Británicas Leeward, con el único propósito de obtener información de primera mano acerca de los movimientos del Imperio Británico. Entró por el enorme portón de la casa y saludó a quienes le recibieron, presentó su invitación y, con los rasgos femeninos perfectamente acentuados, repitió su nombre en una voz aguda previamente ensayada, asegurándose de representar fielmente su papel desde el inicio e ingresó al salón como una más de ellos, abriéndose paso entre el gentío.

Sus largas horas de entrenamiento sobre tacones y movimientos exactos y gráciles con la falda —bastante ajenos a un tosco arreador de caballos, valga decirlo—, sirvieron de ayuda cuando el maquillaje y la peluca marcaban su paso a través del salón y le daba una pelea directa a su "competencia", constituida por señoritas y señoras recargadas en volantes y ornamentas ligeramente escandalosas. Movía las caderas con sutileza, sonreía con elegancia y eso, bien sabía, estaba marcando su distancia de las otras, hasta posicionarse entre las mujeres más interesantes de la velada, dando así por cumplido la parte inicial de su plan permitiéndole, de una manera u otra, pasearse por el lugar y codearse con cada hombre de apellido ominoso que le resultaba familiar al oído. Cada vez era más fácil notar como la cantidad de hombres que se acercaban a Amelia aumentaba, incluso más cuando ella se mostraba tan dispuesta a dar pie a los cumplidos diciendo las palabras exactas que un hombre, como bien sabe él, disfruta tanto escuchar de una dama.

La lista incluía generales, capitanes, algunos miembros del Congreso Continental que creyó ser fieles a la causa de la independencia, dueños de tierras y plantíos... Hombres que distan mucho de profesar una devoción única a su esposa y piensa sacar provecho a eso. No lo considera dos veces cuando decide rozar la mano de uno que otro caballero cuando empiezan a hablar de sus incursiones militares en América Británica, instándoles a continuar; así como es capaz de hacer a un lado su orgullo masculino cuando ofrece una salida al balcón al comerciante que tiene noticias recientes de los movimientos de la Corona respecto a sus colonias. Mucho esfuerzo empleado para que, al final del circo que ha montado —cuando ve a los hombres acercándose lo suficiente para sentirlo una agresión a su espacio personal—, vea que no es más que información que ya tiene o, como la mayoría resulta, nada más que la estúpida pavonería que un hombre puede mostrar frente a una mujer que quiere llevar a la cama.

Al final de la noche, sintió que la misión había sido un rotundo fracaso. Cansado y completamente rendido, buscó el balcón más alejado del centro de la fiesta y suspiró profundamente, apoyándose de espaldas a la baranda en busca de descanso. Exhaló con fuerza y se relajó, dejando la fachada de la señorita aristocrática para volver a la suya, con movimientos menos estirados y un poco más bruscos. Se sacó apenas los incómodos zapatos y, aún con el ridículo falsete, empezó a maldecir entre dientes por su clara pérdida de tiempo. Estuvo a punto de quitarse la peluca y soltar un poco el corsé sintiéndose seguro, pero tuvo la maravillosa suerte de girar el rostro y toparse con una mirada severa y unos ojos verdes que lo juzgaban en la oscuridad. Pegó un grito bastante femenino —siendo la reacción más natural del momento, lejos del rol que interpretaba— y llevó las manos rápidamente a sus labios, reprochándose a sí mismo por delatarse de la manera más estúpida posible.

Abecedario USUK/UKUSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora