Ambientación.

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Parte introductoria.
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No tengo ni la menor idea de cuándo comenzó

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No tengo ni la menor idea de cuándo comenzó.

Pero sé que nací con ello, digo, no es algo de lo que deba asombrarme o algo a lo que necesite acostumbrarme. Solo sucede.

Cuando tenía la corta edad de seis años me di cuenta del primer indicio, fue sencillo saberlo, y lo fue porque me gustaba jugar con las muñecas desnudas. Sí, a esa edad ya era toda una pervertida, supongo que lo herede de mi Madre. Aún en aquél entonces no le presté mucha atención al asunto ¿saben? No me parecía algo en lo debiera preocuparme.

Con el tiempo empezó a preocuparme, y por favor no me malinterpreten, me gustan los chicos pero ambas cosas estaban sucediendo al mismo tiempo y no sabía qué me ocurriría después.

Porque ya no eran solo las muñecas desnudas, eran los traseros de las chicas reales, su figura, qué tan alta o baja era, hasta me fijaba en si llevaba sostén o no.

No se alarmen, lo consulté en google y me dijo que era normal que las chicas miraran a otras chicas.

Eso me calmó por un tiempo.

Luego se puso peor, sí, hablo del asunto con las tijeras y todo lo demás que no quiero mencionar ahora ni mucho menos pretendo darle promoción llamándolo por su nombre, aunque saben que hablo de la palabra con "p".

Después de eso perdí el control de mi misma, no sabía qué rayos estaba haciendo y me propuse parar con lo que sea que estaba sucediendo dentro de mi cabeza.

Así que me conseguí un novio. Realmente no sé si le podría llamar así a un niño de doce años al que le gustaba pintarme las uñas de rosa, ciertamente desde el principio noté que ambos estábamos lidiando con eso que decidí llamar »el asunto« así que al cabo de unas cuantas semanas lo encontré debajo de las gradas besándose con otro chico, no lo tomé mal, es más, creo que me afectó lo menos posible. El problema era que no me ayudo en nada a solucionar el asunto, solo lo empeoró todo.

En mi segundo año de preparatoria nos reencontramos otra vez, él con su asunto resuelto y yo evadiendo el mío. El punto es que nos hicimos amigos, mejor dicho, mejores amigos. Nos lo contamos todo y las noches de pijamadas eran sin duda las mejores, mis padres sabían sobre su asunto— él era más maduro que yo, en todos los aspectos posibles.—, libremente y sin presiones se los contó a mis padres sin que siquiera hicieran una pregunta al respecto.

Gracias al creador que son tan liberales.

Ahora, vamos hacia el presente.

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