MI REFUGIO

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Por fin llegaba a mi casa. Aunque hacía buen tiempo para las fechas en las que estábamos, a mi me parecía el peor de los días. Con lo que disfrutaba siempre con los míos y lo único que me apetecía era estar solo y desaparecer. Tenía miedo, mucho miedo, pero sabía que no me podía permitir estar cerca de mi gente, no quería que sufrieran.
Por otra parte, quería que por una vez me cuidaran a mi. Estaba hecho un lío.  Siempre me hice el fuerte por ellos, por verlos bien, por cuidarlos, por mimarlos y por nada en el mundo quería que me vieran mal.
Tenía la cabeza loca. Todo el trayecto de Pozuelo a mi casa dándole vueltas a todo. Mis hijos, María, mi enfermedad, mi trabajo, mi vida. Sólo quería descansar, que todo hubiera sido una pesadilla, despertar de nuevo con mi rutina de siempre.
Pero esta vez por mucho que quisiera no iba a cambiar nada. Tenía algo que hacía qué mi vida se fuera a apagar. Era horrible esa sensación. No saber que hay más allá, tener la respuesta del otro lado.
No me quedaban lágrimas, solo era pavor lo que me recorría todo el cuerpo. Se me apagaba la vida sin  hacer nada para que los míos no me olvidaran. Era esa sensación de no saber si intentar luchar por curarme o saltar por la ventana para que acabase todo cuanto antes.
Me sentí el más mierda del mundo.
Por qué a mi. ¿Por qué?
Entré en mi casa y fue un alivio. Era mi refugio desde que me separé. Me tuve que ir de mi barrio de siempre hasta Cuatro Vientos. Busqué algo para que pudiera tener a mis hijos cerca, pero desapareciendo de mi antigua zona de confort.
Me había alquilado un loft con vistas al aeropuerto y lo había decorado como siempre me había gustado tener mi casa, muy informal, con palets y cajas de fruta de madera, con mis libros, mis antigüedades, los recuerdos de mi familia, mi televisión de muchísimas pulgadas, mis posters de películas, mi equipo de música y mis discos y CDs de rock. Pero sobretodo y  lo que más mío me hacía era que no había habido una persona por detrás quitándome las ganas y las ilusiones. Era mi casa y me encantaba estar en ella. Sólo tenía un enorme ventanal que era el que hacía que entrara tantísima luz y justo lo que hacia que gustara tanto a la gente.
A mi hijo siempre le dio igual como la tuviera. Justo cuando me separé de su madre fue cuando conoció a Lidia. Para él fue un gran apoyo en un momento difícil de nuestras vidas.
Aunque nos distanciamos un poco, habíamos vuelto con el paso del tiempo a llevarnos correctamente, como padre e hijo y eso la verdad que me enorgullecía como progenitor. Aunque lo hubiera hecho mal, según su criterio, me había perdonado.
Lucía era completamente diferente. Si Toño tenía la frialdad y el mal genio de la madre, mi princesita tenía la alegría y las ganas de hacer reír que siempre tuve yo. Siempre había estado a mi lado. Apoyándome, riéndose de mi manera de decorar y hasta convenciendome para que la dejara la casa para hacer fiestas con sus amigos, siempre sin que se enterara la madre claro. Pero no la podía negar nada. Eso nos había echo tener una complicidad de casi amigos. Me consultaba todo. Me hablaba hasta de sus novietes. Hasta sus amigos decían que ojalá sus padres fueran como yo de comprensivo y de enrollado. Y ella me comía a besos cada vez que intentaba convencerme de algo, como para negarme.
Pero era mi niña, mi alegría y mis ganas de vivir hasta ahora. Y sé que era la que más iba a sufrir con la noticia. No sabía como afrontarlo con ella. Era lo que más me dolía, que se pusiera a llorar.
Sé que la idea de María de estar en el momento de decírselo a mis hijos era buena, me daría más fuerza. Pero ya en frío pensaba que una noticia como esta teníamos que estar los tres solos. ¿Pero cómo? .
Me quité los zapatos, me puse cómodo de ropa y me senté en el sofá mirando a la calle. En ese preciso momento empezaba a despegar una avioneta del aeródromo y la seguí con la mirada hasta que las paredes no me dejaron verla más. Y justo en el momento que la perdía de vista empezaba a sonar mi teléfono. María me llamaba.

- Hola guapa. Dime.
- ¿Llegaste ya?
-  Si. Lo calculaste muy bien.
- No calculo Alberto, me preocupo por tí.
- Gracias María.
- Nada de gracias. A qué hora te recojo mañana para ir al hospital.
- Mira que eres cabezona. Que no voy a ir.
- Claro que vas a ir, aunque te tenga que llevar de los pelos.
- María, por favor, nunca te pedí nada. Solo te he ayudado y he estado contigo apoyándote en todo. Solo quiero que me respetes. Sólo eso. Entiéndeme.
- Que no. No voy a abandonarte. Que se te quite de la cabeza. Siempre has estado conmigo tanto en lo bueno como en lo malo. Asi que ahora me toca estar a mi. Y te pongas como te pongas no voy a desaparecer.
- Qué difícil lo haces guapa.
- No, qué difícil lo haces tú. Déjame de hablar o haz lo que te de la gana, pero pienso estar a tu lado todo el tiempo que haga falta, porque más que nunca me necesitas.
- Es que o no lo entiendes o no lo quieres entender.
- El que no lo quieres entender eres tú. Siempre has estado ayudando a todo el mundo. Asi que ahora nos toca ayudarte y estar a tu lado. Tanto lo quieras comprender como no va a ser así.
- ¿Pero es que no ves que esto es diferente? Que tengo cáncer.
- Pues a tratarlo y a seguir para adelante con la misma alegría que tú nos das. No hay más.
- Mira, lo siento, no tengo ganas de hablar ni de comerme más la cabeza. Ya hablamos.
- Ni se te ocurra colgarme que tú no eres así. Estás siempre deseando hablar conmigo y ahora parece que te molesto.
- Déjalo, por favor.
- Y con los chicos cómo lo vas a hacer. ¿Quedo con ellos?
- No. Creo que es una cosa que tenemos que hablarla los tres. Lo llevo pensando desde que salí de tu casa y creo que será lo mejor. Les mandaré un WhatsApp ahora al grupo que tenemos los tres y a ver cómo lo cuadramos.
- Me parece muy bien. Pero que no se te olvide que yo de alguna manera también soy familia, o así me lo has hecho sentir desde siempre. A mi hija y a mi siempre nos has cuidado como más que un amigo. No me separes ahora de tu vida que bastante dolor tengo.
- Ojalá hubiera sido más que un amigo.
- Pues lo eres. Y lo sabes.
- Déjalo, anda. Que hay otras cosas en la cabeza como para pensar que ni siquiera he podido enamorarte.

MI FUERZA....MI RAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora