Me desperté sobresaltado. Seguía, como muchas noches, en el sofá. Vi que la televisión seguía encendida y la apagué. Miré el reloj. Las tres y diez de la mañana y mi cabeza empezaba de nuevo a dar vueltas a todo lo que me esperaba a partir de ahora. Empezaba de nuevo el agobio y me levanté.
Me dirigí a la cocina y abriendo la nevera cogí la botella del agua y directamente empecé a beber. Notaba como el frío me inundaba toda la garganta hasta llegar al estómago y eso me proporcionó un escalofrío. La sensación de que el cuerpo respondiera a los estímulos me hizo pensar que seguía vivo. No sé si eso era bueno o malo. Pero aquí estaba todavía, sin saber muy bien qué hacer: si esperar a que la enfermedad me atrapara cuanto antes, o por el contrario y como me dijo María, luchar.
Subí los escalones que me llevaban a la habitación, desde la cual veía todo el comedor y el ventanal. Me quedé apoyado en la barandilla viendo las luces del aeropuerto y aunque sabía que a estas horas no despegaría ninguna avioneta me quedé un rato buscándolas, como tantas y tantas veces lo había hecho. Pero esta vez era todo distinto. Fue como un presagio de mi vida. Todo oscuridad, silencio y soledad. Eso es lo que me pasaría.
Me metí en la cama con el ánimo de cerrar los ojos y poder dejar la mente en blanco para descansar. Pero no fue así. Empecé a ver pasar las horas y lo único que producía en mí era más sensación de agobio y de malestar. Daba vueltas y más vueltas, a uno y otro lado de la cama. Me destapaba y me volvía a tapar.Cinco y veinte. No sabía si levantarme o cerrar los ojos más fuerte.
La ansiedad se había apoderado de mi. Así que decidí volver a bajar a la cocina. En la nevera empezé a mirar qué coger para comer y así entretenerme un rato. Cogí el queso y acercándolo a la encimera me partí un trozo generoso. Con un sabor fuerte, muy curado como me gustaba, lo acompañé con pan de hogaza que siempre me encantaba tener en casa. Me gustaba tener productos que sus sabores me transportaran a esas épocas en las que los alimentos sabían a lo que verdaderamente comprabas. En ese aspecto, me había vuelto con el tiempo muy sibarita. Pero era el único vicio que tenía. No fumaba, no bebía normalmente, así que por qué no pasar mi tiempo libre en algo que me gustaba tanto como era la cocina y cocinar para los míos. Esos pensamientos me hicieron tener la cabeza más tranquila mientras comía. Siempre innovando platos para que mi gente probara nuevas exquisiteces. Me encantaba reunir a la familia y a los amigos y hacer de anfitrión, agasajándolos con lo mejor de mi cocina. Y con esa idea en la cabeza y con la cosa de juntarlos e invitarlos a probar nuevos placeres culinarios me subí de nuevo a la cama. Eso me fue tranquilizando poco a poco y me animó a coger ese sueño reparador que tanto me hacía falta.
Aunque de repente algo en mi cabeza me hizo despejarme de golpe. No había dicho nada en el trabajo. Y aunque yo era el dueño de un negocio de alquiler de grupos electrógenos para el mundo cinematográfico y eventos, siempre me gustaba tener a mis empleados informados de dónde estaba por si me necesitaban para solucionar cualquier imprevisto. Y desde por la mañana que les dije que me iba al hospital no había vuelto a saber de ellos. Era la primera vez en los casi 20 años teniendo el negocio que me pasaba. Así que pensé en ir al trabajo por la mañana y mirar el papeleo y cualquier tema que no pudieran haber solucionado, aunque eran de los trabajadores más profesionales que cualquier empresario podía tener. Después de tanto tiempo, la relación con ellos era de amistad.
Así que me volví a tranquilizar y, cerrando los ojos, me dormí.
No sé cuánto tiempo había pasado cuando empezó a sonar el móvil. No recordaba si había puesto el despertador, pero me di cuenta de que lo que sonaba era la melodía que tenía para las llamadas. Miré la pantalla para ver quién era y el número no lo tenía grabado. No sabía ni qué hora era pero la luz ya entraba por el cristal. Aún así descolgué para salir de dudas.- Si. ¿Quién es?
- Hola Alberto, soy Manu.
- Manu ¿Qué Manu?.
- Soy el doctor Madariaga, del Clínico. Estoy esperándote. ¿Sobre qué hora vendrás?

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MI FUERZA....MI RAZÓN
DiversosAlberto, un hombre maduro, se entera de que tiene una grave enfermedad. Sin ganas de continuar y cansado de la vida, es convencido por los suyos para seguir luchando.