Nunca abras los ojos

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12 de Octubre de 1998.

(2019)


Eran pasada las ocho de la noche y yo aún estaba en la biblioteca de mi Universidad, ordenando unos cuantos libros en una estantería cerca de la puerta de salida trasera.

Sólo quedaban un grupo de jóvenes que estudiaban para sus próximos exámenes semestrales y por suerte se estaban por marchar.

Anhelaba llegar a mi casa, deshacerme de estas zapatillas que producen ampollas en mis talones y dejarme derribar por el cansancio con el que e cargado toda la semana. Y quién sabe, quizás hasta pueda faltar al almuerzo al cual estaba obligada a ir por mi madre.

Ella y mi hermana hace como un mes que llevan advirtiéndome que no debo faltar a su estúpido y apreciado "momento familiar". Pero lo que no saben es que yo ya sé los motivos por los que quieren reunir a todos en sus casas. No es tan difícil adivinarlo y mas cuando no son muy buenas para disimularlo.

Cerré los ojos y traté de relajarme. Aunque la verdad era que estaba demasiado molesta con todos. Porque se metían en mi vida, en mis asuntos y eso me fastidiaba. Quizás era por la sola necesidad de tener en quién fijarse mientras sus vidas eran una completa farsa y mierda.

Cada que iba a casa de mi madre terminaba con migrañas y me volvía una maldita perra con los demás. Sam tenía razón, me preocupaba mucho por las personas incorrectas y dejaba de lado mis propios sentimientos. Tal vez era porque desde pequeña siempre busqué la atención de mi madre, porque deseaba tener ese lugar tan especial en su corazón, como mi hermana Liz ocupa.

Solo que en lo que a mi respecta no es así.

Vamos, que todos los padres pueden tener un hijo predilecto y eso, pero por lo menos podía fingir que me quería al menos un poco. Porque todo lo que é hecho toda mi vida es intentar superar mis propios límites, satisfacer el ego de mi madre cuando alardeaba con sus amigas sobre los logros de sus hijas. Fingir que no me hacía daño ver como justificaba los errores de mi hermana y que a los míos los subrayaba con marcador rojo. Por mas mínimos que estos fueran.

Y es lo que hace ahora, intenta tapar lo ocurrido con un estúpido almuerzo. ¡Pero es que no es justo! No pueden tomar mi enfermedad como una maldita escusa para hacerse la madre y hermana ejemplar. Que si no lo han sido todos estos años, es por sus culpas. Por su egoísmo y por su estúpida manera de ver sus problemas mas importantes que el de los demás. Sin importar estar dejando atrás a su propia hija. Sin importar los sentimientos de su propia hermana.

Mi madre casó a mi hermana con un hombre rico, apuesto y por sobre todo, rico. Ellas se entienden, manipulan a los demás hasta conseguir lo que quieren. Liz es, en pocas palabras, la mujer que todo hombre desea tener; pero sólo en apariencia. Porque en lo personal es una completa harpía en busca de satisfacer sus caras necesidades. Ella y mi madre hacen un dúo excelente, no hay duda de que son madre e hija. En cambio yo, soy completamente diferente a esas dos.

En lo que a mi respecta soy muy parecida a mi padre; tengo un silencio que calla muchas verdades, seriedad que demuestra miles de expresiones diferentes, mis sentimientos son bien validos. No le demuestro mi cariño a nadie, pero cuando mi corazón me asegura que es la persona correcta, lo dejo todo en sus manos. Aunque la última persona que se quedó con mi corazón lo hizo pedazos, me acabó por completo. A mi alma la dejó débil y herida. Dejó un mar de interrogantes en mi mente, preguntas sin respuestas, sentimientos rotos y un gran agujero vacío en mi pecho.

Fue mi primer amor. ¿Qué podía esperar? Lastima que no fui lo suficiente fuerte como para evitar hacer lo que hice. Lastima que a mi lado no hubo nadie que me dijera lo importante que era en sus vidas, lo mucho que valía y que sin importar nada yo iba a salir de esa. Pero no la hubo. Nadie me detuvo cuando vacié el frasco de antidepresivos en mi mano. Nadie me detuvo cuando me tragué ése montón de pastillas junto con una botella de vodka. Nadie atendió sus teléfonos para mi, todos estaban ocupados haciendo de las suyas como para gastar un segundo de sus vidas hablando conmigo. Una enferma de la depresión. Una prisionera en la cárcel de la soledad.

Bajo tú camaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora