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Las clases de matemática no me daban gran problema

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Las clases de matemática no me daban gran problema. La mayoría de personas suelen aterrorizarse al oír esa palabra. Casi siempre me felicitaban por la facilidad que poseía para entender un problema lleno de números y letras. Ahora que estaba por terminar la escuela, mis padres y algunos profesores me habían sugerido que fuera a alguna universidad para estudiar ingeniería. No estaba muy seguro de ello. Mis amigos habían escogido cosas que les gustaban y en la que no necesariamente eran buenos, pero, ¿qué me gustaba a mí?

Solo unos cuantos niños jugaban en el parque, ninguno se acercaba al columpio, este se veía muy viejo, pero a pesar de ser lo único viejo en aquel lugar, este combinaba perfectamente con el otoño y las hojas secas de los árboles. Tenía un montón de preguntas en mi cabeza, pero dos rondaban con más fuerza que las otras.

1. ¿Quién era Juno?

2. ¿Quién era yo?

Me rasqué detrás de la oreja, no estaba muy seguro de lo que haría, ¿por qué nunca me sentía seguro haciendo algo? Entré algo nervioso a la comisaría de la ciudad, comencé a preguntarme si aquella era la mejor manera de entrar a un lugar así. Me acerqué a donde se suponía se atendía a la gente que quería denunciar algo. Hasta entonces, aquella había sido mi primera vez allí.

— Buenas tardes—dije, tratando de no verme nervioso. Pero, al parecer cuando tratas de no verte nervioso es cuando más nervioso te ves.

El policía me vio serio, era un hombre bastante adulto. Se veía estresado, yo me habría visto igual si tuviese que escuchar miles de historias llenas de violencia. No puedo ser policía; pensé.

— ¿En qué puedo ayudarlo?

— Hmmm... Estoy buscando algo de información.

— ¿Información? —levantó una ceja.

— Bueno... Quisiera saber sobre el suicidio sin... ¿cuerpo? —No estaba muy seguro de si me había explicado bien o no. Pero estaba seguro del ridículo que estaba haciendo.

— Oh —carraspeó. Sentí algo de nerviosismo en su mirada—¿Y por qué te interesa saber algo así?

— Hmmm... Quiero ser periodista y... es para una tarea.

El policía sonrió poco convencido, pero el que sonriera era bueno para mí. Entonces habló y no dejo de hacerlo por un buen rato.

No me gustaba la palabra suicidio, y para cuando el policía me contó todo lo que pudo, pasó a la categoría de palabras que iban más allá de no gustarme. Odiaba aquella palabra.

Comencé a formar distintas hipótesis sobre como alguna de ellas la había obligado a cometer ''eso''. En la escuela, la mayoría de personas consideraban que ''eso'' solo lo cometían los cobardes, egoístas y otras cosas. La psicóloga de mi escuela llegó a comentar ese tema también. Decía que las personas que deseaban morir no se veían tristes, no contaban su deseo por morir y que las personas que hacían lo contrario solo lo hacían por llamar la atención, sin embargo, yo sabía que aquello no era del todo cierto, era consciente de que nadie nunca podría meterse por completo en la cabeza de otra persona.

Perdida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora