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El viernes por la tarde, la mayor parte del tiempo no hacía más que preguntarme si era correcto o no enviarle un mensaje

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El viernes por la tarde, la mayor parte del tiempo no hacía más que preguntarme si era correcto o no enviarle un mensaje. Esto ocasionó que no escuchara a papá mientras almorzábamos.

— Damien—anunció mi padre con la voz un poco fuerte.

— Claro—respondí, de forma tonta.

— ¿Es una chica? —preguntó. Sonrió de oreja a oreja.

— ¿Qué?

— Te ves perdido, hijo—rio—. Tu mente está en las nubes.

— No, no—aparté la calabaza de mi plato. Odiaba la calabaza—. Nada de eso.

— Ajá—sentenció, nada convencido—. ¿Puedes decirme que tiene tu madre que no tenga yo?

Reí ante la pregunta. —¿Qué?

— Digo que le cuentas tus cosas a tu madre. Y yo soy tu padre—contestó, orgulloso. No pude evitar reír de nuevo.

— Claro que no. También confío en ti.

— Ajá. Entonces dime—le dio un último bocado a la comida, tras terminar continuó—. Tu madre me habló de una chica.

— Ah... Ella.

— ¿Entonces no es ella?

— ¿Puedes dejar de insinuar que me gusta alguien? —pregunté entre risas. Ni siquiera era capaz de tomar otro bocado.

— Vamos, Damien—se cruzó de brazos—. ¿Cuántas novias has tenido?

— ¿Dos?

— ¡Exacto! ¿Lo que significa qué?

— Que no he tenido novia desde hace dos años.

— ¿Y?

Pensé un momento antes de responderle. —No me gusta nadie. Hablo en serio.

— ¿Es por lo que pasó? —Me encogí de hombros y traté de no bajar la cabeza ni la vista de él, si lo hacía habría significado que sí.

— Claro que no—le di una sonrisa fingida—. Supongo que llegará cuando tenga que llegar—terminé de decir, tratando de verme lo menos nervioso posible.

— Sabes que nadie va a presionarte, pero no dejes que ese momento mande en tu vida. ¿De acuerdo?

— Lo sé. En serio lo tengo en mente—Con frecuencia lo olvidaba.

— Bien, gracias—concluyó y tras levantarse, se dirigió hacia mí para darme unas suaves palmadas en la espalda—. Come la calabaza, Damien.

Y reí. Después de comer mis verduras enemigas, ordené la mesa llevando los platos para lavar. Observé un rato tras la ventana donde se podía ver el jardín y la calle, algunos niños pasaban por allí. Iba a dedicarme solo a lavar, pero el número de Juno rondaba en mi cabeza una y otra vez, uno de los platos iba a pagar aquel hecho. En cuanto acabé y me sequé ambas manos saqué el celular de mi bolsillo con mucha torpeza, cuando lo tuve por fin entre mis dedos, la busqué en mis contactos y dudé unos segundos si debía llamarla o solo mandarle un mensaje. Opté por el mensaje debido al siglo en que ya vivíamos, pero había otro problema más, ¿qué iba a escribirle?

Perdida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora