Muñecas; para poder tomar tus manos y sentirte junto a mí en los abrazos. Torso; el corazón donde siempre te conservo, los que chocan entre sí al estrecharte entre mis brazos, el guardián del órgano que interpretamos como el romántico vecino de las...
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Estábamos esperando fuera de la clase donde se impartían las clases de Asignatura Doméstica, uno que es más grande que las clases normales pero seguía manteniendo ese ambiente y estructura de un salón de clases y no un salón de conferencias.
La charla que daríamos a los chicos de tercero y segundo de secundaria era hoy, el primer lunes que Sōji pasa en Kioto tras volver. Originalmente sólo yo daría la plática pero al estar Sōji también, Mei le ofreció asistir a dar también la cátedra o simplemente acompañarme para que los chicos pudieran tener dos opiniones.
Estaba un poco nervioso la verdad, pero a la vez los nervios eran causados por la emoción de hablar frente a tanta gente.
No duramos ni cinco minutos fuera de la clase antes de que la tutora de tercero pasara a llamarnos para entrar.
Sōji me dedicó una mirada para convencerme de entrar allí y hablar sin entrar en un ataque de pánico.
Al pasar sentí cómo me miraban todos los chicos e incluso las profesoras que estaban allí. La tutora nos presentó ante los cuatro grupos que estaban allí presentes. Realmente no fue una presentación, introdujo la conversación curiosamente pidiendo nuestra presentación.
— Entonces ellos nos darán una charla sobre autoestima, ¿me equivoco?
— Sí, bueno... autoestima y otras cosas más, sólo que no sabía cómo presentarla así que... —reí con nerviosismo.
— Muy bien, bueno... son todos suyos —sonrió ampliamente antes de irse hacia el fondo y sentarse con las otras profesoras.
— Bueno, él dará la plática, yo sólo he venido a escuchar y si quisieran, puedo dar también mi opinión —dijo Sōji antes de retirarse hacia un lado para que desde el fondo, una de las profesoras le ofreciera sentarse en la silla del escritorio del profesor.
Las miradas de los chicos se posaron en mí para que tomara unos segundos antes de empezar a hablar.
— Me llamo Saitō Hajime, como ya dijo la señorita Fujimori, tengo dieciséis años y tengo algo llamado fibrosis quística. Sí... —suspiré mirándolos— estoy casi seguro de que no saben exactamente lo que es, pero por el nombre debe sonar a algo como una enfermedad, efectivamente lo es, es una enfermedad, estoy enfermo —reí un poco por los nervios—. Para dar una pequeña introducción y no se queden fuera de ritmo y termine hablando yo como idiota a la nada, les voy a contar lo básico sobre ella. Por cierto, esta es la primera charla que doy en toda mi corta vida así que puede terminar siendo un aburrimiento total así que de todo corazón, y no lo sientan como una amenaza o chantaje, si se aburren, son completamente libres de sacar el teléfono, salir de clase, hacer la tarea de la siguiente clase... No es una clase como tal así que, siéntanse libres...
Los escuché reír un poco para obtener un poco de claridad y organizar los pensamientos que tenía en mi mente.
— La fibrosis quística es una enfermedad congénita, osea, que nací con ella. Algo curioso e interesante es que es degenerativa, lo cual quiere decir que con el tiempo se va haciendo peor y peor. Y por si lo querían preguntar; es terminal, vamos, me voy a morir en un par de años. La enfermedad me la detectaron con un año y medio más o menos, desde ahí mi vida cambió demasiado... un cambio que no noté ya que lo primero que conocí fue una vida así, una vida demasiado corta. Poco después de detectarla no me dieron aún una esperanza de vida pero con dos años tuve un problema en el estómago lo que podía llevarme a un infarto intestinal lo cual créanme que es letal, es básicamente que se bloquean arterias de los intestinos. Nos dijeron que si llegaba al infarto tendría de un diez a quince por ciento de posibilidades de sobrevivir, imaginen; un niño de casi dos años, un bebé casi, a quien iban a destripar y tendría que pasar por meses de recuperación más los tratamientos de la fibrosis quística... era muy obvio que no podría sobrevivir. Pudieron atenderme con una cirugía en el estómago y creo que también tocaron algo de intestino delgado y me salvé llegando a cumplir los dos años. Entonces me dieron una esperanza de vida de siete años. Llegué a los siete y se sumó a diez, más tarde llegó a quince —entonces con los brazos hacia abajo, mostré mis palmas riendo un poco—. Ahora tengo dieciséis y sigo aquí. Actualmente llevo una esperanza de vida de diecinueve años, pero realmente dudo que pueda aumentar demasiado, cuando mucho llegaría a los veinte o veintiuno, tengo ese presentimiento. Bueno, esta no es una conferencia sobre mi vida, eso sería demasiado aburrido.