𝖕𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖔

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Rusia

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Rusia. Mayo 20, 1991.

La pequeña de siete años no paraba de llorar y patalear, intentando zafarse del agarre de su madre. El sonido de sus tacones hacía eco en la desierta calle.

—¡Por favor, mami, no!

La mujer paró su caminar e incoó a la par que su hija. Sin inmutarse, le propinó una fuerte bofetada a la pequeña.

—No llores —habló en voz firme y dura—. A nadie le gustan las niñas chillonas.

La niña la miró con miedo, pero no dijo nada más. Ambas siguieron con su caminata, ahora en silencio.

Una semana antes, la madre de la pequeña Ruth había escuchado rumores sobre un programa que reclutaba a veintiocho huérfanas no mayores a once años. Nadie sabía para qué, pero definitivamente no podía perder la oportunidad para deshacerse de la molesta niña que había dado a luz siete años atrás; así que eso es lo que estaba haciendo, dejándola en aquel orfanato del que también escuchó rumores es dónde recogerían a las veintiocho elegidas.

Y llegaron justo a tiempo. Dos autobuses de color gris estaban estacionados frente la puerta del gran orfanato, y a ellos subían algunas niñas.

Como si el mundo le perteneciera, la madre de Ruth se interpuso en el camino del guardia, que estaba dirigiendo las niñas a los camiones.

—Disculpe —habló la mujer con aires de grandeza—, escuché que ustedes están recogiendo niñas para fines los cuales no son de mi interés. Así que aquí les traje a esta pequeña, su nombre es Ruth, pero pueden cambiárselo si ustedes así lo quieren.

El guardia la miró con cierto toque de burla, pero sin perder su ceño serio, y estuvo a punto de contestarle severamente, de no haber sido por una mujer pelinegra con mirada letal que se interpuso entre él y la soberbia madre.

—Yo me encargo, Adam —con un simple movimiento de su mano, el tipo que se hacía llamar Adam volvió a su trabajo—. Perdón, ¿cómo decía?

—Usted me escuchó. Así que, si no le importa, aquí está la poca ropa que tiene este pequeño demonio. No me interesa mucho para qué la necesitan, así que agradecería si no la vuelvo a ver en mi vida.

—¿Y qué le hace pensar que aceptaremos a su hija? Esto es para un programa, no cualquiera puede ser aceptado. Necesitamos de las mejores. —la pose de la mujer era recta y segura, apenas y parpadeaba, y su largo cabello negro y lacio aumentaba su gran presencia.

La madre de Ruth suspiró.

—Escuche, aunque odie admitirlo, esta niña tiene potencial para lo que sea que estén planeando. Se perfectamente que les servirá y nunca les fallará.

La mujer pelinegra y de ojos verdes le dio una pequeña mirada a la niña, analizándola.

—Adam —volvió a hablar después de un rato—, regresa a Camila. Creo que tenemos algo especial aquí.

La madre de Ruth sonrió, satisfecha.

—Bien —se dirigió a su hija—, suerte. —fue lo único que le dijo para después, zafándose de su agarre, dar media vuelta y volver por donde vinieron, dejándola sólo con una pequeña mochila con nada más que un par de calcetines y un suéter que apenas y le quedaba.

Y la niña sólo observó la espalda de su madre marcharse sin mirar atrás.

La mujer con aire de peligro, quien había observado todo, se incoó a su altura.

—Hola, pequeña. Necesito que subas al camión y te acomodes en uno de los asientos, ¿sí? Nos iremos pronto.

La niña asintió sin más opción y subió a un camión tras las otras niñas. Dentro, optó por sentarse casi al final, junto a una pelirroja.

Cuando la pequeña Ruth estuvo dentro del camión, la mirada de la pelinegra se oscureció. Con otro simple gesto de manos, Adam estaba nuevamente a su lado

—Encárgate de ella —le ordenó—. Y de todos los que sepan —ambos observaron sin emoción alguna a la madre que acababa de abandonar sin ningún remordimiento a su pequeña hija.

 Y de todos los que sepan —ambos observaron sin emoción alguna a la madre que acababa de abandonar sin ningún remordimiento a su pequeña hija

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