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Capítulo Seis
Un infierno viviente
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—¿No crees que sea raro?
—¡Claro que es raro! Pero no hay nada que podamos hacer al respecto. —le exclamó la pelirroja.
Después de la situación con las cuatro niñas y de no haber hablado con Nat por semanas, por fin las cosas habían vuelto a la normalidad (si es que se le podía llamar normalidad a la forma en la que vivían) y Ruth y Nat habían podido volver a hablar una con la otra, aunque ahora fuera de una manera todavía más discreta.
—Podríamos investigar... —murmuró Ruth, aun sabiendo lo tonta que sonaba esa idea.
Nat ni si quiera le contestó, sólo le lanzó una mirada acallada.
—Lo mejor es dejarlo pasar y esperar que nunca nos hablen a nosotras.
La ojiazul se mordió el labio, nerviosa.
—Pero si algo pasa, hay que prometer que se lo diremos a la otra, no importa si es muy feo.
Nat le sonrió para tranquilizarla.
— Lo prometo.
Hacía unos días su pelirroja amiga y ella habían estado notando cómo los conejos de algunas de las niñas del lugar estaban desapareciendo, curiosamente justo después de que la dueña fuera llamada a una misteriosa habitación junto con su mascota. Ruth no había podido evitar observar que cuando las niñas salían del lugar no hablaban por días, y el estrés estaba consumiendo a la pequeña. ¿Qué era lo que les estaban haciendo?
Pero nada que se le hubiese ocurrido en su pequeña cabeza estaba si quiera cerca a la verdad.
El día que Ruth fue llamada, estaba de salida de sus lecciones de ballet. Se puso nerviosa, pues temía lo que sucedería a continuación. La habían llevado a la misteriosa puerta de la que ella y Nat llevaban hablando desde hace tiempo, temerosas de lo que se encontraba detrás. Ruth no sabía si estaba lista para descubrirlo, pero no tenía otra opción, ya estaba frente a ella, con la jaula de su conejo en las manos y Milk dentro de la misma.
