Día 17: Mythology

4 0 0
                                    

—Una cita normal. ¿Es que acaso es mucho pedir?

Annabeth bufó por enésima vez en aquel paseo. Lo que había empezado como una noche tranquila de cine y hamburguesa en Flappy Joe's se había convertido en la enésima búsqueda de un objeto de los Dioses robado. Otra vez.

—Define normal, chica lista.

—Algo dentro de la norma. Algo tranquilo, anodino, común, monótono...

Percy se volvió a verla con una sonrisita en la cara. Esa condenada, arrebatadora y estúpida sonrisita que siempre le regalaba cuando quería y no quería reírse de ella. Pasaba poco, pero como la odiaba y le gustaba al mismo tiempo.

—Así que, normal.

—Cállate —le espetó adelantándole en el camino. Cuanto antes encontraran aquella maldita copa, antes podrían irse a casa.

—Relájate. No puede ser muy difícil encontrar una copa de oro en medio del bosque —dijo Percy guardando las manos en los bolsillos como si estuviera disfrutando realmente del paseo.

—No me importa la dificultad de la misión. Me importa que los Dioses tienen la mala manía de interrumpir nuestras citas. ¿No había otro momento para buscar ese condenado trasto?

—Al menos no es la vara de Hermes, o la cantante de oro psicópata de Apollo o la espada de Hades, o...

Esta vez fue el turno de ella de volverse para verlo aunque Annabeth de mirarlo. Aunque en su caso era una de esas miradas asesinas que podrían congelar a un minotauro en plena carrera. Cualquier Dios o mortal podría desear estar muerto antes que enfrentarse a la ira de una hija de Atenea. ¿Él? Lidiaba con esa mirada a diario.

—Parece que solo han tenido semidioses para tener sus propios recaderos, de verdad. Esto es exasperante —se lamentó antes de retomar el camino.

—Cierto. Podía haber hecho la dionisiaca en un pub de Manhattan, como todo el mundo. La gente pierde sus iPhones en esos antros, seguro que una copa sería un agradable cambio.

No quiso hacerlo, pero al final terminó riéndose por aquel comentario tan tonto. Una leve risita que a Percy le pareció pura música celestial. Y sabía de lo que hablaba, había escuchado cantar a Apollo. Y ni el Dios de las artes podía competir con lo mágico que era escucharla a ella reír. Se adelantó un poco hasta alcanzarla y ponerse a su lado y la abrazó por los hombros.

—Venga, encontremos ese chisme rápido y vamos a la sesión de madrugada ¿de acuerdo? —le propuso dándole un cariñoso beso en el pelo.

Annabeth asintió y lo abrazó por la cintura. Sí, seguía siendo una misión horrible, en el peor momento posible. Sin embargo, era con su sesos de alga. Eso, mejoraba hasta una excursión al Tártaro.

— Sabes que vamos a ver un documental sobre arquitectura moderna ¿Verdad?

— Va a ser la mejor siesta de mi vida —rio. 

#Fictober2018Where stories live. Discover now