Preludio |6|

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Lauren Jauregui cerró los ojos y una lágrima corrió hasta perderse en el cabello de su sien. Estaba encerrada en un lugar frío y oscuro, un extraño zumbido la envolvía, como estática, a medida que se movía, de adelante hacia atrás, sobre la camilla dentro de un aparato de última generación, no sabía si se seguían llamando tomógrafos, en su época era así. La frase le arrancó una sonrisa triste, ¿Ya se sentía que había pasado su época? Sí, había dejado de ser una ídolo adolescente, una actriz codiciada por niñas, pero había evolucionado, manteniéndose dentro del rango juvenil. Todavía no había interpretado ningún papel de madre, lo cual era determinante en Hollywood, aunque sí había sido la enamorada de alguna madre soltera. Todavía estaba capacitada para interpretar universitarias y Millenials. Todavía tenía mucho para ofrecer. Recién cumpliría cuarenta y dos años, había entrado en la cuarta década sin grandes olas, solo una reunión familiar, pero con todo el significado del número en el tiempo.

Había hecho mucho, logrado tanto, estaba felizmente casada con el amor de su vida, tenía tres hijos maravillosos, tenía una relación maravillosa con sus tres hijastros, podía darse el lujo de elegir papeles, producir películas, componer bandas sonoras o cantar sus propias canciones, hacía lo que quería. Estaba en el mejor momento de su vida, de su carrera, de todo lo que la rodeaba. ¿Por qué estaba pasándole esto a ella? ¿Lo merecía? Ni siquiera sabía si era una cuestión de merecimiento, sabía que era una buena mujer, que actuaba a conciencia y siempre trataba de hacer lo mejor. Sabía ser una buena esposa, buena madre, buena amiga, buena hija. Era honesta, fiel, solidaria, austera. Hacía algo de deportes, nadaba con sus hijos, a veces intentaba con el tenis; había bajado su consumo de cigarrillos al mínimo, estaba cerca de dejarlo. Aja. Su esfuerzo no fue suficientemente bueno. Inspiró profundo y apretó los dientes, reteniendo el aire, como si temiera no poder volver a hacerlo nunca más.

No podía morir. No podía. Todavía era joven, tenía tanto por hacer. Volver a hacerle el amor a su mujer, ver crecer a sus hijos, todos, los seis, envejecer, conocer a sus nietos. Todavía podía hacer mucho más, tenía una fundación que ayudaba en muchos aspectos. Quedaban tantas cosas en esta vida por ver y hacer como para marcharse tan pronto. Se removió en el lugar, incómoda en su propio cuerpo. La estática se interrumpió por una voz metálica.

—No se mueva, señora Jauregui. Ya falta poco. Un minuto más y todo terminará.

Eso temía, que todo terminara, que un minuto después se acabara el aire y no pudiera respirar más, y su vida desapareciera, todo terminara, sin importarle un comino lo que había del otro lado. No quería irse todavía. No podía siquiera pensar la vida sin ella. ¿Sonaba egoísta? Sí, lo era, cuando se trataba de las personas que amaba, de la vida que amaba, era la más egoísta del planeta. 

Quería estar presente en cada momento importante de la vida de ellos, quería ver a Dalia graduarse después de tantas idas y venidas, su preciosa niña, más bella que el sol. Quería estar ahí para verla recibir su diploma, quería verla enamorada, quería ver lo que ella quisiera hacer con su vida. ¡Dios! No me quites esa posibilidad, rogó sin saber que estaba llorando de nuevo, sin moverse, como le habían ordenado, pero incapaz de contener las lágrimas. Quería ser testigo de las vidas de todos, del triunfo de Damián en el escenario, de Dylan en su empresa, de Drew recibiendo un Nobel, ¿Por qué no? Quería ver crecer a sus mellizos, ayudarlos a decidir sus estudios, acompañarlos en sus decisiones, en sus caídas, en sus errores; quería seguir corriendo carreras en bicicleta y perseguirlos en la piscina con una aleta de tiburón. Quería verlos adolescentes, universitarios, adultos, quería verlos irse, y regresar. Quería morir al lado de Camila, pero no ahora, sino cuando ya no pudieran caminar solas, en unos cuarenta años más.

—Terminamos, señora Jauregui. Ahora la vamos a sacar.

Su primer movimiento fue llevar la mano derecha a su garganta. Palpó suavemente, tragó muy despacio, como no queriendo hacer ningún movimiento brusco que pudiera despertar a la bestia. Bajó la mano por su pecho hasta el final del esternón. ¿Qué le estaba pasando? Su temor tenía nombre, pero era tan cobarde que no se animaba ni siquiera a pensarlo, no quería nombrarlo para no llamarlo, como si fuera uno de sus perros esperando el aviso para saltar y devorarla.

Make me crazy.  {Próximamente}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora