8/08/14.

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Pray to God-Calvin Harris.

Dos palabras. Que-carajos.
No tenía ni la menor idea de lo que estaba pasando conmigo, mis manos sudaban, mi respiración era irregular y mi mente no estaba en lo absoluto clara. La noche se tornaba fría y el viento pegaba más helado de lo que alguna vez había sentido, era finales de octubre, no entendía porque tanto frío. Y bueno, no es que me considere pesimista pero mi vestimenta -una camisa desgastada y unos pequeños shorts- no era la apropiada para el clima.
Con la respiración peor que un orangután debajo del agua, camine a tientas hasta llegar a un lugar con luz. Me encontraba en medio de la nada y por lo que había leído recientemente en un pequeño cartel de color verde bandera, estaba cercana a Phoenix, Arizona. A muchos muchos kilómetros de mi casa. Pero algo es algo, ¿no?
Cuando vi la primer señal de luz corrí lo más que pude sin que mis piernas me hicieran caer, la sangre seguía saliendo por encima de mi venda en la pierna derecha, mientras que el 7 Eleven(1) parecía alejarse. No me moleste en tocar un timbre, simplemente empujé la puerta al frente mío y me dirijí con el chico de la caja, un moreno de estatura anormalmente alta y ojos color miel.
-¿Tienes alcohol? Pregunté.
-No le vendo a menores.- Respondió firme.
Lo que me faltaba.
-No, no de ese alcohol. Por sí no lo has notado mi pierna está sangrando y no estoy de buen humor, amigo.
-Oh. - se quedo atónito observando mi pierna. ¡Muévete estúpido! Pensé, y como si fuera una orden el chico dijo:- En seguida lo traigo.
Mientras éste volvía me apresure a tomar una botella de agua, y con las monedas que me sobraban camine hacia un teléfono público.
Marque 6 dígitos y espere en la línea. Buzón. ¿En serio mamá? Tu hija desaparece y ¿te tomas la libertad de no contestar el teléfono? Vaya madre.
Con más pesimismo que antes volví a la construcción con un 7 en colores naranja, rojo y blanco como anuncio al frente de la puerta principal.
-Aquí tienes.- el chico se aproximo y me tendió el alcohol. - ¿Necesitas ayuda?- Uh, con esa cara y ese físico, vaya que sí, chico. ¡Basta Amanda! No es momento de coqueteos.
Con un asentimiento de cabeza me doy la vuelta y sigo al chico hasta que me guía a lo que parece una bodega. Me señala una silla y siguiendo sus instrucciones me siento en un banquillo de color cafe claro, en otras ocasiones no me habría confiado de nadie, menos de un chico, estábamos en medio de la nada y facilemente podría sacar un cuchillo y matarme. Pero seamos honestos, es amable, tiene buen físico y al parecer Don Moreno sabe primeros auxilios. Así qué, ¿que puedo perder?
-Tu pierna se ve muy mal, ¿tuviste un accidente o algo así? -Pregunta Don Moreno atento.
-No.
-¿Te enterraron un cuchillo?
-No.
-¿Te quemaron la pierna?
-No.- respondo con un cansado suspiro. Uh, es un bocón.
-Entonces... ¿Te dispararon?
-No lo sé.
-¿Cómo que no lo sabes?
-La verdad es que no lo recuerdo.- admito.
-¿Así que un día solo te despertaste con una enorme herida sangrante en tu pierna?- Pregunta sarcástico. Ja ja, me haces reír tanto amigo.
-Eso no te importa, ocupate de tu trabajo.- Respondo cortante y lo más dura que puedo.
El chico me mira como tratando de descifrar que pasa por mis pensamientos, al ver que no funciona vuelve a su tarea y termina de cambiarme las vendas. Al cabo de unos minutos desaparece por la misma puerta por la que habíamos entrado. Vuelve con un sándwich que diablos, se ve apetitoso
-Toma. Es un regalo.
-¿Me ves cara de pobre?
-No, pero si de desnutrida y hambrienta.
Mm, buen punto Don Moreno.
-Entonces gracias. -Gratifico mientras me levanto de la silla y camino hacia la salida para tal vez, encontrar mi camino al viejo oeste.
-Cuando quieras. - escucho y aun que no voltee, pude sentir que me guiño el ojo.
Cuando salgo de la tienda noto que estoy dejando de sudar pero mi respiración sigue irregular, de hecho, va en aumento, el frío va en aumento, los sonidos, los olores, el dolor en mi pierna ha vuelto y cada parte de mi cuerpo está empezando a arder, como sí fuego vivo me hubiera atravesado. Mi vista se nubla poco a poco y cuando creo que voy directo a caer en la dura acera unas manos de hombre me toman por la espalda.
Aún que debería de estar agradecida por haber encontrado a alguien que me ayudara tenía la impresión, tanto por el sexto sentido como por las sensaciones que erradiaba mi cuerpo junto al del hombre, que esto no tenía ni pisca del porque estar agradecida.
Al contrario, rogaba por sobrevivir una noche más.

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