Soy un hombre transexual. Cuando aún pensaba que era lesbiana, conocí a una mujer y pensé que estaba enamorado de ella; fue mi primera mujer, creo que por eso le perdoné tanto. Gran error.
Con mis hijos les enseñamos lo lindo que era festejar Navidad en familia, valorar las pequeñas cosas; ella no conocía nada de eso.
Todo fue bien hasta que iniciamos la convivencia y nos fuimos a bailar. Esa noche fue la primera paliza que recibí y todo por celos.Me decía repetidas veces que me amaba tanto que era capaz de matarme y luego matarse para no compartirme, porque mi alma era de ella y su alma era mía.
Me curó la ceja partida y mi ojo amoratado. Ese fue el comienzo del caos.
Por cosas que carecen de sentido, ella siempre recurría a la violencia, me gritaba, me pegaba con puño, me pateaba cuando caía. Todo era una maldita pesadilla.
Llegó un momento en el que me hacía el desmayado para que parara de golpearme.
Tengo dos hijos. Ellos jamás vieron ningún acto de violencia cuando vivíamos solos.La relación con ella duró cinco tormentosos años. Perdí mi coche, mi camioneta y la moto, pagué deudas que ella tenía y con la promesa de que todo iba a ser recuperado; nada menos cierto, las cosas comenzaron a empeorar.
La hija de ella cayó en las drogas y el ocultismo, que de hecho ya conocían, pero me mintieron diciendo que habían dejado de hacer esas cosas.Llegó un momento en el que me enfermé de gravedad. Estuve un año así hasta recuperarme. En esa ocasión ella no me golpeó, me cuidó todo ese tiempo.
Me recuperé; volví a tener la vitalidad y las fuerzas de cuando ella me había conocido, fue cuando volvió el tormento de los golpes.
Ya a esas alturas estaba harto y también respondía a sus golpes. Era una batalla campal, insana para cualquier persona, y peor aún para los niños.
Mi hijo gustaba de jugar a las muñecas. Ella lo insultaba diciendo que eso era para maricones y cosas tan aberrantes que era ya insoportable escucharla. Ahí comprendí que debía irme. Era difícil porque había vendido mi casa y teníamos una casa en común y, como había estado enfermo, no tenía tampoco trabajo. La mitad de esa casa me pertenecía, pero ya había decidido irme con las manos vacías en busca de mi paz y la de mis hijos. Ellos sufrían demasiado, y por más que dijeran que no era mi culpa, sí lo era por no haber detenido el abuso antes de que ocasionara más daño.
Quedé en la ruina. Dejé a mis hijos sin techo y ahora tenía que empezar de cero, todo por apostar a un amor inexistente.
En Año Viejo del 2008 fue la peor de las agresiones hacia nosotros. Yo estaba preparando una cena, un pollo al horno. ¡Hasta hoy odio el pollo! Ella estaba buscando a su hija, que estaba a unas casas después de la nuestra. Como tardaba en regresar, envié a mi hijo a buscarla para avisarle de que la cena ya casi estaba; pero lo echaron. Fui personalmente y la vi casi desnuda en un altar con velas y porquerías. Perdí el control, entré al lugar, di vueltas a todo ese altar y le reclamé por lo que había visto.
Nos fuimos a casa y ahí comenzó a pegarme; lo hizo porque yo rompí los platos contra el piso. No podía creer verla con el torso descubierto ante esos extraños y ese altar. La primera trompada dio en mi nuca, me agarró de espaldas porque sabía que ahora yo respondería, y así fue. Su hija de ella se me vino encima también a golpearme. Ya mi hija era adolescente, y cuando ella se puso en medio, entendí que, definitivamente, teníamos que salir con urgencia de allí, que ninguna de ellas tenía cura, y si la tenía, que fuera con nosotros lejos.
Me fui con lo puesto y con mis dos hijos menores, sin trabajo, sin casa y lejos de Montevideo, capital de Uruguay. En otro lugar comencé una nueva vida junto a mis hijos, pero nunca pude sanar sus heridas; esas marcas no se borran jamás y fui culpable de que ellos también salieran lastimados.Hoy en día, a nueve años de esto, vivo bien. Con esfuerzo tengo mi casa, un vehículo, un trabajo y una vida... vacía; esa experiencia me dejó sin alma.
Mis hijos perdieron mucho de sus vidas. Ellos no me guardan rencor y mucho menos me culpan, pero cada ser humano adulto es responsable de sus actos, y yo no lo fui. Ahora cargo con las consecuencias: con heridas que jamás van a cerrar, con cicatrices que siempre van a quedar sensibles ante el tacto de una nueva relación, con inseguridades, y con lo peor... ese tiempo perdido por querer tener un hogar y una familia, todo eso se fue como humo en el viento.
Mi hijo se atrasó en sus estudios al igual que mi hija; todo eso por no detener a tiempo lo que nunca debió ser. Al primer grito debí haber dicho ‹‹¡Basta!›› y haberme marchado de ahí.
Si hay algo que no se regresa es el tiempo, es la vida. Los momentos vividos marcan, tanto para bien como para mal; los malos creo que marcan más.Quedaría muchísimas cosas por contar que he soportado en esos cinco años, pero sería demasiado largo y también doloroso.
Sinceramente, me animé a compartir mi testimonio para ver si al menos sirve de algo el haber sufrido tanto y condenado a mis niños a pasarla tan mal, pero revivir todos esos recuerdos es comenzar a hacer sangrar mi alma de nuevo como en los mismos momentos en los que los estaba viviendo.
Espero que mi testimonio sirva de ayuda a otros/as, de corazón espero que así sea.Quisiera que quien lea mi testimonio aprenda que se puede decir que no a tiempo, antes del primer golpe, antes del primer grito inclusive, únicamente detectando la actitud; siendo consciente de que por ese ‹‹amor›› te hace sufrir o que te cela porque te ‹‹quiere›› demasiado y teme perderte.
Todos los casos responden al mismo patrón de comportamiento. Si te hace sentir mal es porque no funciona y debes salir de esa relación lo más rápido que de tu alma.
Aunque sientas que lo/a amas, puedes sentir dolor, pero debes salvarte porque una relación así puede llegar a hacer demasiado daño, e incluso hasta matarte. Y si tienes niños, por ellos sálvate y sálvalos, por favor, nadie tiene más valor que tus hijos.Sinceramente, espero que mi testimonio pueda serte de utilidad. Úsalo a tu favor.
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Soy más fuerte que tú - 2018
RandomBienvenidos a ‹‹Soy más fuerte que tú››, una colección de testimonios de personas, que cambiaron su vida al descubrir que eran más fuertes que aquellos que sus agresores.