Dedicado a: MeyLucy
Hola. Mi nombre es Melina y tengo diecinueve años. ¿Saben? Sé que puedo parecer muy joven, pero el maltrato no distingue edades, color, culturas, ni religión; algo triste y cruel, lo sé, pero por medio de estas palabras quiero expresar mi historia.
Comencemos por la época en donde todos fuimos inocentes; el mundo está lleno de colores, no sabes distinguir muy bien lo que está bien y lo que está mal, donde lo único que querías era recibir besos y abrazos de mamá como de papá. En mi caso, hubo buenos recuerdos, eso lo agradezco, pero los malos tragos que pasé durante más de diez años superan ese brillo de risas y sonrisas. Lo amargo, disfrazado de maltrato, era como tinieblas que me ahogaban.
Con apenas dos años de edad mis padres se divorciaron; cuando fui más grande me enteré de que fue por una infidelidad de parte de mi progenitora. Los siguientes diez u once primeros años de mi vida conviví con mi madre, mi padrastro y mis dos hermanos menores, una niña y un niño, ambos menores que yo por tres y cinco años, respectivamente.
Con el pasar de los años, a pesar de ser bastante distraída, me fui dando cuenta del ambiente tan hostil en el que vivíamos.Mi padrastro, el mismo hombre con el cual mi madre engañó a mi padre, era un ser... despreciable en todas sus letras. Podría hacer una lista con todas las cosas que nos hizo sufrir no solo a mí —al ser la hija del primer matrimonio de su ahora pareja—, sino también a mi madre y hermanos. Sin embargo, tengo un límite en las palabras y por eso voy a tratar de resumir tanto como pueda.
Para empezar, gracias a esta porquería de persona, mi hermanito menor nació prematuro. Eso fue debido a los golpes que recibía mi madre, incluso estando embarazada. Hoy, mi hermano tiene un montón de problemas: de riñones, de respiración, de los huesos y posiblemente de artritis. Es un niño de apenas catorce años y tiene que pasar por todo esto gracias a los golpes de esta bestia. ¿Les parece justo? Porque, en mi opinión, no.
Luego del último parto que tuvo mi madre, las cosas parecieron empeorar. Mi mente, según una psicóloga, tiene una especie de trauma que me impide recordar hasta los siete u ocho años aproximadamente. Solo por las fotos que me muestran es que tengo pequeñas lagunas, pero de ahí no recuerdo más; esto es producto del ambiente violento en el que crecí.
¿Mi hermana? Por suerte a ella nunca le hizo nada físicamente, porque en lo que respecta a los demás ámbitos, es callada, cerrada, muy tímida y lo que único que quiere es irse lejos de esa casa. Al final les contaré la situación actual.
¿Y yo? ¿Qué puedo decir? Pues iré diciendo las cosas que me pasaron. Quiero aclarar que en este momento me cuesta demasiado; mis manos tiemblan, tengo ganas de llorar y siento una gran impotencia.
¿Me golpeó? Sí, me golpeó varias veces. Algunas, yo me ponía frente a mis hermanos para yo recibir esos golpes en vez de ellos, sobre todo al más pequeño. Y otras veces los encerraba para que no vieran cómo su ‹‹padre›› golpeaba a nuestra madre. Incluso llegó un momento en donde creí que en serio la mataría de los golpes .Siempre, después de cada pelea, le decía y hasta rogaba a mi madre para irnos de esa casa; lejos de ese maltrato, lejos de él, lejos de esa vida. Ella... ella me prometía, una, otra, otra y otra vez que nos iríamos. Quizá, si hubiera insistido más, las cosas hubieran sido diferentes, ya que, a pesar de todo, seguíamos viviendo en ese infierno.
¿Lo peor? Fue un día en que me dio una fiebre muy alta, al punto de no poder mover mi cuerpo debido al cansancio, al dolor y a la temperatura que tenía (rozaba los 40º grados). Mis hermanos estaban en el colegio. Mi madre había salido a hacer algo, no recuerdo si trámites o avisar que estaba enferma a mi colegio. Decidí dormir para que se me pasara la fiebre (había tomado una pastilla y eso me dio más sueño). Lo peor vino cuando me desperté...
Allí, desorientada, me di cuenta de que estaba encima de mí mi padrastro, sin mi pantalón de mi pijama, aunque sí con la parte de arriba y mis bragas. Él solo estaba en bóxer, y debo aclarar que era época de invierno. Aún con el miedo y el asco mezclados, me hice la desorientada para zafarme de él y correr a mi habitación. Ahí... en ese único lugar me sentí segura y lloré. Lloré, lloré y lloré. Tenía un asco palpable que nubló por minutos el cansancio de la fiebre. Sin embargo, lo que más abundaba era el miedo; miedo de haber sido violada por el padre de mis hermanos cuando más indefensa estaba. ¡Y solo tenía doce años!
Lo callé. Lo guardé en lo más profundo de mi ser, tanto como fuera posible. Después de todo, iba a aguantar eso y mil cosas más por mis hermanitos. Solo por ellos. Sin embargo, no fue fácil que me sacaran algo que con tanto recelo ocultaba.
En las vacaciones de verano, después de las fiestas de Navidad, que pasaba con mi mamá, venía mi tía Alicia y me llevaba con ella hasta la casa de mi abuela. Ahí me sentía mucho más protegida, aunque mi familia se dio cuenta de que algo raro me pasaba, sobre todo mi papá.
Aquí quiero hacer un espacio aparte para aclarar que, a pesar de las circunstancias, mi papá siguió haciéndose cargo de mí. Estaba conmigo a veces en mis cumpleaños, a veces en actos importantes, etc.; pero siempre estuvo presente en mi vida hasta el día de hoy.
Aclarado esto, mi papá un día decidió que iría a una psicóloga. Y por más que me negué, porque en serio no quería ir, terminé yendo de forma obligada. Al principio, era muy seria y también muy cerrada con Jessie; pero, poco a poco se fue haciendo una confidente con la cual podía hablar de cualquier cosa.
Dentro de mí siempre había una batalla; una parte quería gritar la situación que pasaba con mi mamá, harta ya de tanto maltrato; y la otra parte quería que me callara, que si hablaba no podría proteger a mis hermanos. No fue una decisión fácil, pero finalmente conté todo lo que pasé, incluso el posible abuso sexual.
¿Y saben qué pasó? Me quedé a vivir con mi abuela, a quien le dieron mi custodia total, pero no por las razones que creen. Al ya tener casi catorce años, podía decidir con quién vivir. Obviamente, eso no le gustó nada a mi mamá y como tal intentó convencerme de todas maneras para que regresara con ella.
Llegué a un punto en donde exploté por sus insistencias, y con todo el miedo en mi interior, le confesé a mi abuela y a mi padre lo que me hizo mi padrastro. Fue un trago amargo que les hice pasar, pero me dieron su apoyo incondicional para salir adelante. Fuimos a una ginecóloga y gracias a su afirmación, una enorme piedra se cayó de mi espalda... no había signos/rastros de penetración.
Luego de esa noticia, las tinieblas empezaron a desaparecer gracias al nuevo brillo de mi vida.
¿Si le conté a mi madre lo que su pareja casi me hizo? Claro que lo hice; se lo conté y, para mi decepción, ella no me creyó. Me tachaba de mentirosa, a mí, ¡a su propia hija!, ¡a sangre de su sangre!
Una pequeña parte en mi interior se lo esperaba. Eso no quitaba que doliera que tu propia madre no creyera en tu palabra.
Actualmente ella sigue viviendo con aquel monstruo, junto a mis dos hermanos. Una vez rocé el tema de la relación tóxica que mantiene todavía; me aseguró que, en cuanto mi hermano más pequeño cumpliera los dieciocho, que será dentro de aproximadamente cuatro años a partir de ahora, ella lo dejará. Sinceramente, no me importa, porque a ella le perdí el respeto como madre.
Por mi parte, estoy estudiando Profesorado en el Nivel Inicial y tengo pareja desde hace más de dos años. Él sabe todo lo que pasé; lo más maravilloso es que me acepta, me apoya y me ayuda a madurar cada día como persona.
Doy gracias a la vida por haberme dado fuerzas para salir de aquel pozo de tinieblas.
Y para todas aquellas personas en situaciones similares a la mía, quiero decirles algo: ‹‹Callar nunca va a ser la mejor solución. Al contrario, tienes que sacar lo que te está pasando; hablando, llorando, gritando, como quieras. Te aseguro que, una vez que lo sueltes, verás cómo las cosas son, al menos, un poco mejor para ti››.
Hoy yo cuento mi historia y espero que sirva de ejemplo para aquellos que me están leyendo.
Quiero que quien lea mi testimonio aprenda que callarse nunca es bueno. Hay que gritar ‹‹¡Basta!›› de una vez a tanta oscuridad llena de maltrato.
Atte,
MeyLucy.
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Soy más fuerte que tú - 2018
De TodoBienvenidos a ‹‹Soy más fuerte que tú››, una colección de testimonios de personas, que cambiaron su vida al descubrir que eran más fuertes que aquellos que sus agresores.