LA ALFABETIZACIÓN EMOCIONAL

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15. EL COSTE DEL ANALFABETISMO EMOCIONAL

Todo empezó como un pequeño altercado que fue adquiriendo tintes cada vez más dramáticos. Ian

Moore y Tyrone Sinkler, alumnos del Instituto Jefferson, de Brooklyn, se enzarzaron en una disputa con

Khalil Sumpter, de quince años, a quien habían estado acosando y amenazando hasta que la situación se

les escapó de las manos.

Un buen día, Khalil, temeroso de que Ian y Tyrone fueran a propinarle una paliza, cogió una pistola

de calibre 38 y. en la entrada del instituto, a pocos metros del vigilante, les disparó a quemarropa, acabando

con su vida.

Deberíamos interpretar este incidente como un signo más de la urgente necesidad de aprender a

dominar nuestras emociones, a dirimir pacíficamente nuestras disputas y a establecer, en suma, mejores

relaciones con nuestros semejantes. Durante mucho tiempo, los educadores han estado preocupados por

las deficientes calificaciones de los escolares en matemáticas y lenguaje, pero ahora están comenzando a

darse cuenta de que existe una carencia mucho más apremiante, el analfabetismo emocional. No obstante,

aunque siguen haciéndose notables esfuerzos para mejorar el rendimiento académico de los estudiantes,

no parece hacerse gran cosa para solventar esta nueva y alarmante deficiencia. En palabras de un profesor

de Brooklyn: «parece como si nos interesara mucho más su rendimiento escolar en lectura y escritura que

si seguirán con vida la próxima semana».

Sin embargo, los incidentes violentos como el protagonizado por Jan y Tyrone son, por desgracia,

cada vez más frecuentes en las escuelas de nuestro país. No se trata, pues, de un incidente aislado, puesto

que las estadísticas muestran un aumento de la delincuencia infantil y juvenil en los Estados Unidos que

bien se puede considerar como la punta de lanza de una tendencia mundial. En 1990 tuvo lugar el índice

más elevado de arrestos juveniles relacionados con delitos violentos de las dos últimas décadas.

En este sentido, el número de arrestos juveniles por violación se duplicó y la proporción de

adolescentes acusados de homicidio por arma de fuego se multiplicó por cuatro. En esas dos mismas

décadas, la tasa de suicidios entre adolescentes se triplicó y lo mismo ocurrió con el número de niños

menores de catorce años que fueron violentamente asesinados. Por otra parte, cada vez son más —y más

jóvenes— las adolescentes que se quedan embarazadas. En los cinco años anteriores a 1993, el número

de partos entre las muchachas de edad comprendida entre los diez y los catorce años aumentó de manera

constante —un fenómeno que ha sido bautizado con el nombre de «las niñas que tienen niñas»—, al igual

que la proporción de embarazos no deseados y las presiones de los compañeros para tener las primeras

relaciones sexuales. Asimismo, en las tres últimas décadas también se ha triplicado la proporción de

enfermedades venéreas entre adolescentes. Y, si estos datos resultan desalentadores, ¿qué diríamos

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