Capítulo 2

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El amor es histeria.


Unos cuantos meses pasaron. Era principio del año.

Derek seguía encontrando notas al pie de la puerta (algunas muy románticas para su gusto), más no hallaba forma de saber quién las escribía y a qué hora las dejaba. Aparte la letra era cursiva —o intentaba serlo— lo que servía perfectamente para despistar.

Las cartitas y los presentes que dejaban en la puerta de orientación comenzaron a traerle algunos problemas con los directivos y por si fuera poco, el rumor se esparció por toda la escuela, ese donde decían que estaba liado con una alumna. Las cosas fueron en picada cuando, en una de las notas, leyó lo que vendría siendo una «escena de celos» de la anónima. Esa fue la gota que derramó su paciencia. Necesitaba saber con urgencia a la autora. Necesitaba hacerle una fuerte reprimenda pues ya estaba harto.

Horas más tarde de haber leído esa carta celosa, reflexionó; una parte de él estaba enfadado por que ni siquiera la conocía ni eran nada, y lo trataba como si fueran todo (y porque las hormonas de una adolescente le estaba frustrando su servicio en la escuela). La otra parte de él, la compasiva, entendía. Los adolescentes que trataba clase a clase cruzaban cambios significativos en sus vidas, necesitaban una figura que seguir dentro y fuera de la escuela. Eran chicos con ganas de experimentar amor. Entendía.

•••días más tarde•••

El joven Hale caminaba rumbo a la sala de Orientación. Ya había terminado su hora de servicio. Tan inmerso iba en sus pensamientos que por accidente pateó una taza de porcelana que estaba en el suelo. Afortunadamente no la rompió por que estaba dentro de una bolsa trasparente de celofán, gracias a ese envoltorio solo se desprendió la agarradera. Tomó dicho objeto entre sus manos viendo que estaba relleno de chocolates y bombones blancos. Había una nota pegada a la taza que decía «lo siento por causarle problemas» junto con una carita triste. Fue un gesto tierno, sí.

No podía negar que su corazón sintió la calidez de las disculpas escritas en esa nota.
Debía admitir —muy por lo bajo— que las notas, lo detalles y todas esas marañas eran lindas al final del día. Incluso les tenía un sitio apartado en su casa dedicado a la anónima, a sus obsequios.

Suspiró con algo de pesadez y entró a la oficina, guardó la taza con mucho cuidado, tomó sus pertenencias y salió de ahí. Había sido un día relativamente pesado y lo único que quería era llegar al loft donde vivía temporalmente con uno de sus familiares y, tal vez, estrenaría la taza bebiendo un café cargado. Tal vez.

Los meses continuaron y con ello la inevitable llegada de la primavera. Era un día asoleado de abril. El cuerpo estudiantil se dirigía a natación ya que habría competencia. Gran parte de los docentes estarían presentes, entre ellos Derek, quien cómodamente estaba hasta al frente. El moreno quiso tomar algunas fotos de la actividad deportiva pero no traía su cámara.

—En seguida vuelvo— le dijo a Jenifer mientras se ponía de pie.

Se dirigió a prisa hacia la salida y caminó por los pasillos hasta dar en la oficina de orientación.
Antes de llegar a dicho lugar vio a un adolescente que dejaba algo cerca de la puerta. Logró distinguir por su vestimenta que se trataba de aquel chico con nombre difícil de pronunciar y particular; Mieczyslaw "Stiles" Stilisnki.

Derek se quedó inmóvil en su lugar. Por fin sabía quien era el autor de tan empedermida y acosadora conquista, y lo más delirante; era un chico y no una chica —como había pensado—. ¿Qué haría? ¿ir a reclamarle o dejarlo pasar?
Por un instante su mundo dio vueltas que hasta mareado se sintió. Era extraño esa mezcla de sensaciones.

El chiquillo de mil lunares acomodó la carta para luego —y sin mirar a su alrededor— echarse a correr. Derek agradeció internamente el no ser visto por el chico. Después de unos minutos se acercó a orientación, viendo la cartita que dejó Stiles y sin más la tomó y la leyó.

«Muy buenas tardes profesor Derek.

Espero que haya disfrutado mucho el evento de natación. Yo no participé por que de plano no es lo mío. Sí sé nadar, pero digamos que tengo conflictos con alguien llamado autoestima.

En fin, me gustó mucho como venía vestido. Debería usar camisas así más seguido. Le quedan muy bien.

Hasta luego ;)»

Por el tiempo en el que estaba escrito dicha carta, supuso que lo dejó para encontrarlo después del evento deportivo.
Vaya que no sabía cómo llamar su sentir. De lo único que estaba seguro era que no era repudio hacia el chico.

•••

Derek investigó cuál era el casillero de Stiles. Quería dejarle una nota, algo que expresara con sencillas palabras lo que tampoco se atrevía a decirle de frente.

El año escolar estaba por finalizar. El moreno por fin estaba a punto de concluir su servicio en la escuela, y estaba muy feliz por ello.

Ese mismo día que concluyó su servicio —días antes de la clausura oficial del ciclo escolar— dejó una carta dentro del casillero del chiquillo Stilisnki, dedicado para él.

Cuando el adolescente se dirigió a su casillero por un libro, vio al joven Hale alejarse por el pasillo. Una sensación similar al agua fría deslizándose por su cuerpo se alojó en él. Tenía un presentimiento que no era alentador.

Se acercó poco a poco a su locker hasta llegar, lo abrió y vio caer una hoja doblada.
Tragó saliva al momento de agacharse al tomarla. Al ver el remitente se sobresaltó.

«De Derek Hale, para Stiles»

Estaba escrito al frente del doblaje con su letra de siempre. Sin escatimar en tiempo la abrió;

«Lamento ser tu más triste ilusión»

Era lo único que estaba escrito ahí.

—¿Triste ilusión? ¡¿Triste ilusión?!— renegó—. Si eres lo mejor que me ha pasado.

Sus manos bajaron con lentitud con la hoja entre ellas.

Stiles sabía que nada ocurriría entre ellos por la diferencia de edad —él con 13 y Derek con 21— y por que tal vez no le correspondía. Aparte, todo lo había hecho desde el anonimato. No sabía cómo pudo haberse enterado de que era él el autor de dichas cartas y obsequios. Lo de menos era eso, sino esa simple oración.

Al adolescente Stilisnki se le salió una lágrima junto con un pequeño quejido. Esa frase le rompió el corazón.
Corrió por los pasillos hasta dar a los vestidores, donde Scott se encontraba solo arreglando parte de su uniforme de Lacrosse. El latino, al ver a su amigo alterado, dejó caer lo que traía en manos para acercarse a él.

Hicieron un simple intercambio de miradas, donde sin palabras el joven de ojos dorados relató su dolor.
Scott jaló de la camisa a Stiles y lo abrazó. Aunque el abrazo era emotivo, el adolescente no derramó más lágrimas. Todas las retuvo sin tregua.

Con el paso del tiempo, Stiles y quienes le rodeaban maduraron. La edad le hizo entender que, a pesar de no haber sido correspondido por Derek, su mundo no acabaría ahí. De igual forma se desentendió de sus sentimientos hacia dicho profesor. No comprendía por qué hizo tal cosa, qué le llevó a ser tan atento, meloso, hostigoso y hasta algo acosador. 

Esa experiencia de su vida se convirtió en un enigma para él mismo.

Días de escuela [AU Sterek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora