Capítulo 3

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No retrocedo, ni me detengo.


Por los siguientes años, el joven Stilinski tuvo parejas. De las más destacables estaban Lydia y Malia, dos chicas de polos opuestos que lograron alojarse en distintas partes en el corazón de Stiles.

Con sus 22 años —y tremendamente atraído por el oficio de su padre—, ya recibía su placa como sheriff de Beacon Hills, como su padre, quien sería su compañero de trabajo. Quizás también ingresaría al FBI, pero eso lo vería más adelante cuando obtuviera experiencia y condición física.

Montado en la patrulla, Stiles iba manejando por las calles, haciendo un rondín rutinario.
El semáforo se coloreo de rojo, lo que hizo frenar despacio al castaño. A la par un camaro negro, reluciente, se detuvo a lado de la patrulla. Por inercia Stiles volteó a ver al conductor de aquel auto. Qué sorpresa se llevó; era nada más ni nada menos que Derek Hale.

Su pulso aceleró, yendo directo al cielo y sus manos se llenaron de sudor frío. Una parte de él estaba muy contento de verlo vivo, las otra parte se moría de vergüenza. ¿Y si también por inercia, Derek volteara a ver el conductor de la patrulla? Intimidado por su propio pensamiento tomó los lentes negros que traía guardados en la guantera y se los colocó. Trató de regular su respiración mientras posicionaba sus manos en el volante. Apenas el semáforo se puso en verde, Stiles aceleró el paso dejando atrás el Camaro.

Se estacionó cerca de una esquina que daba a la avenida principal. Necesitaba aire fresco para asimilar lo que recién ocurrió. Al cabo de media hora le llamó a su mejor amigo.

Qué tal, Stiles—contestó Scott al segundo timbrazo.
— Hey, Scott. ¿Andas muy ocupado?
No mucho, ¿pasa algo?
— Sí y no— respondió dudoso—. Puede ser solo cosa mía, pero creo que vi al profesor Derek.
¡¿Lo viste?!
— Si, emm, eso creo.
Esto me lo tienes que contar a detalle, amigo— dijo entusiasta—. Me falta como cuarenta minutos para salir del trabajo, ¿quieres que nos veamos?
— Si, por favor— afirmó apenado.
Vale, nos vemos al rato.
El joven Stilisnki finalizó la llamada, luego guardó su móvil.

Después de asimilar por otros cinco minutos su situación —que, según él, todavía no pasaba a lo grave— se fue del bosque. Su turno igual estaba cerca de acabar, solo debía dejar la patrulla en la estación y regresar en su amado Jeep.

Al cabo del tiempo que dijeron, mas treinta minutos más, el dúo dinámico se quedó de ver en un restaurante de comida rápida.

— No creo que sea para tanto, Sti— dijo Scott, luego de darle un mordisco a su sandwich de pollo—. Tal vez ni se acuerde de ti.
— ¿Y si sí? Podría recibir una demanda por acoso, creo que si procede— contestó preocupado, jugando con una de las papas fritas de su plato.
— Stiles, tampoco creo que demande. Además, eras solo un niño. ¿Qué ibas a saber tu que estabas haciendo mal?

Scott tenía un punto a su favor. No es como que Stiles no entendiera el límite que tenía como alumno, era más bien el hecho de que no dimensionó la situación, ni supo controlar sus sentimientos. A esa edad, ¿quién podría hacerlo?
Sumado a que, lamentablemente, no tenía una figura materna que lo guiara, y su padre trabajaba mucho tiempo.
Hubo lapsos de ausencia para el hombre de ojos color miel que marcaron una solitaria caminata en su adolescencia.

— Cómo no iba a sab... bueno, tal vez no— reclamó dubitativo—. Me enteré hace poco que por aquellos años fue muy sonado el caso Stanley Colleman, un acosador de Centralia, ¡prácticamente hice lo mismo que él!, excepto por las muñecas y el diario. De ahí en fuera, hicimos lo mismo.
— No hiciste lo mismo que él, Stiles. Eras solo un adolescente, ¿qué ibas a saber que hacías mal?— resopló.
— Es que...
Sus palabras quedaron atrapadas en su boca al ver a través de la ventana un camaro estacionarse cerca de su Jeep.

Días de escuela [AU Sterek]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora