IV
Ahora
Lotta camina entre las cenicientas calles de la ciudad preguntándose de nuevo por qué se atrevería a realizar ese viaje. Lo primero que siente es el calor. El ambiente es mucho más húmedo que en Lund y le sobra la mitad de la ropa. Se detiene en una esquina, se quita la cazadora y se arremanga los pantalones. Está claro que no es del lugar porque el resto de gente va más preparada que ella. Los mira. No van en tirantes como cabría esperar por la elevada temperatura, sino que llevan mangas finas que cubren la piel casi al completo.
―¿Será que la polución causa efectos adversos en la piel? ―se pregunta en voz alta. Cree haber leído sobre el tema en clase de Ecología para la Supervivencia Humana. Si tan solo la información de esa asignatura llegase hasta los países anacrónicos, tal vez la situación se hubiera resuelto con anterioridad y las personas no tendrían que sufrir como lo hacen. No tendrían por qué abandonar sus hogares y hacinarse en las vallas fronterizas de los países nórdicos reimaginados en busca de aire que respirar y algo que llevarse a la boca.
Lotta sabe que no tiene tiempo para pensar en los graves problemas de hambruna y recursos energéticos por los que están pasando las ciudades anacrónicas. Es algo que sus gobiernos han de asumir; abandonar las creencias existencialistas basadas en la supremacía de la especie humana sobre el resto de animales y admitir que las proteínas de transición son la solución a sus problemas. El consumo de proteínas artificiales significa no tener ganado que alimentar o abrevar. Un gasto menor en recursos que se podrían utilizar para otros fines.
Recorre la calle maloliente entre luces que titilan anunciando cortes de luz y basura amontonada en los rincones. No entiende cómo esta gente es capaz de vivir en un sitio así, tan abarrotado y lleno de desperdicios. La ciudadanía colma el espacio de las aceras y los coches ―personales y usuarios de carburantes fósiles― circulan lentamente por las carreteras al ritmo de los cláxones que no cesan en sus exigencias. Las personas chocan las unas contra las otras y se gritan. La tensión de una vida miserable es tan plausible como aterradora.
―Tienes un objetivo, Lotta ―murmura de nuevo para sí misma. Se acerca la pulsera a la boca pues no quiere llamar la atención sobre la existencia del aparato y vuelve a hablar―: Siri, muéstrame el camino hasta la Plaza Sintagma.
Siri obedece y muestra la ruta en la pequeña pantalla de grafeno. Sin embargo, Lotta prefiere pasar al modo auditivo, por lo que se coloca el corto cabello tras la oreja, dispone el audífono, minúsculo y casi invisible, en la cavidad y le ordena a Siri que le dé las indicaciones a través de él.
Está cerca. Lo sabe. Y ya no puede rendirse.
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Reimagina (Completa)
Science FictionLotta vive en Lund, una de las ciudades reimaginadas en donde la eficiencia energética es una de las prioridades, los coches particulares no existen y las personas controlan sus necesidades nutricionales para no desperdiciar los recursos del planeta...