Parte 11

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XI

Ahora

Lotta bebe agua procurando no retirar su máscara más de lo necesario. Ha llegado al lugar en donde se tomó la fotografía sin ningún problema. Para eso sirven las extensiones personales; para facilitar la vida de sus usuarios. Se encuentra frente a la pared de ladrillo y el rótulo de comestibles está justo ahí. Algo más desgastado, pero perfectamente reconocible.

―¿Dónde estás, Ian? ―se pregunta en voz alta.

Entra en la tienda y le habla a su pulsera multiestación.

―Hola, buenas tardes.

La pulsera traduce con mayor o menor acierto las palabras de la joven.

―Estoy buscando a esta persona ―le dice a un tendero que no parece tener nada qué hacer a excepción de leer un periódico deportivo.

―Déjame ver...

Lotta le entrega la fotografía y espera con impaciencia.

―Ah, sí... Este chico viene de vez en cuando y siempre pide skorthopsomo pero normalmente solo tengo bobota. Hoy tengo skorthopsomo y él no viene, ¡no viene!

Hay algunas palabras que el traductor no logra interpretar en sueco pero a Lotta no le interesa demasiado conocer su significado. Solo quiere dar con Ian.

―¿Sabe dónde puedo encontrarle?

―Vive ahí al lado ―gruñe el hombre, contrariado―. ¿Vas a comprarme algo?

Lotta duda. Saca su tarjeta de crédito y esboza una sonrisa que no se aprecia debajo de la Unidad de Filtración.

―Deme el skorthopsomo.

Lotta vuelve a la calle con el pan envuelto en un papel fino y revisa su extensión. El volumen de transeúntes no ha descendido y las farolas titilan unos momentos antes de apagarse por completo. Los bufidos de resignación y las blasfemias pronto inundan el callejón pues los semáforos han dejado de funcionar y nadie parece dispuesto a ser el primero en ceder el paso. Lotta se asusta cuando los gritos de los ciudadanos se convierten en el sonido principal del lugar y se aferra al pan como si de un salvavidas se tratase.

Cuando está a punto de echar a caminar, abandonada a su suerte, se vuelve y choca con alguien.

―Maldita sea. ¿Es que no miras por dónde vas? ¿Lotta? ¿Eres tú?

―¿Ian?

Efectivamente es Ian quien ha aparecido entre la neblina gris que todo lo cubre, y Lotta no duda ni un segundo en echarse a sus brazos.

―Oh, madre mía, Ian. Pensé que no iba a encontrarte.

Pero Ian no contesta. Está tan impresionado por ver a Lotta en Atenas que no sabe qué decir. No entiende a qué ha venido e intuye que va a tener que dar las explicaciones que hábilmente esquivó allá en Lund, Suecia.

―Vamos, no es recomendable quedarse aquí.

La coge de la mano y la guía hasta su portal, un par de números más allá de la tienda de comestibles. Suben unas escaleras desgastadas que exhiben pintadas callejeras de lo más variopintas, y en el tercer piso, Ian mete una llave en la cerradura e invita a Lotta a pasar.

―Puedes quitarte la mascarilla ―le dice.

Lotta obedece y se siente liberada cuando al fin puede hablar sin el aparato de por medio.

Reimagina (Completa)Where stories live. Discover now