Mamá preparaba la merienda, con su dulce forma de ser como todas las tardes, yo llegaba del instituto repleta de odio, pues núnca me va bien y debo soportar gente nefasta.
Debía sacar todo ese odio, necesitaba descargarme.
Puedo recordar perfectamente mi sonrisa al clavarle cada puñalada a mamá y su cara de miedo pidiendo piedad, dios, cada maldita puñalada era tan satisfactoria, finalmente acabe esa terrible obra abriendo su panza de punta en punta.
Me asegure de enterrar el cuerpo sangriento de mi mamá en el fondo de la casa, núnca nadie va para ahí y no tardaría mucho en desaparecer evidencia alguna.
Eso implicaba demasiada responsabilidad para mi de ahora en más, pero sabría manejarme.
Todo normal, nadie sospechaba nada, hasta que un pequeño problema apareció, mi hermano.
Comenzó a preguntar por ella y bueno, no me quedó más que decir que tuvo que viajar por motivos de trabajo, pero que no se preocupe que iba a volver.
Las cosas iban bien... Hasta que una mañana me levanté con el sonido de terribles gritos, era mi hermano, había encontrado el cuerpo de mamá, estaba tan exaltado, solo lloraba, gritaba, era inaguantable, me había descubierto o al menos eso pensaba.
Mostré firmeza y con una voz nerviosa le pedí que se calme, obedeció, agarro un teléfono para así llamar a la policía, le pedí por favor que no lo haga, en ese momento el comenzó a sospechar, por mi mente pasaban todos los años de condena que me esperaban, no aguante... Lo maté.
Lo maté de la misma manera que a mi mamá.
Y ahora no sé que es peor, haber dejado que el odio me consuma y acabar con todo de esa manera o tener que contarle está historia a cada persona que me pregunta:
¿Y vos por qué estás en la carcel?.