C. 3

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La vida suele sonreirle a las personas, así como también suele lloverles.
Eso último no era el caso de Altair.

Altair lo tiene todo excepto el amor,  no porque tenga miedo a ello, si no por falta de tiempo, dedica más de su vida al trabajo que a algo tan importante como lo es el amor, un compañero de vida.

— Entiendo que es viernes y más que es por la noche, pero si sabe que hay qué dejar todo listo para la firma de autógrafos de mañana, y hacer el inventario, ¡Por qué Mark se fue! —.

Habían quejas pero sobresalían las de la gerente.

— Es que hoy es su famoso concierto. — Respondió una chica de cabello negro el cuál estaba sujetado en una coleta. No dejaaba de mirar los papeles delante de ella. 

Altair hizo una mueca de disgusto, entendía la situación de su asistente, pues en sus primeros trabajos también se había escapado por razones similares. Nada como la diversión.

— Igual, debió ayudar un poco más con el inventario...  —.

Dado a que faltaba un cabeza más para terminar pronto el trabajo, ambas chicas terminaron saliendo de la tienda de discos tarde. Agradecían entonces que San Francisco era un sitio tranquilo para vivir. No habría de qué preocurse entonces.

— ¡Nos vemos mañana, Altair! —. Se despidió la pelinegra.

— Claro, Amy, descansa. —.

Cada quien tomó su camino rumbo a casa, Altair no viva lejos así que sólo caminaba un par de cuadras hasta llegar a su edificio.

La mujer de piel blanca, alta y de cabello negro pensaba en qué iba a cenar, en casa no tenía nada y era bastante tarde como para comprar algo de comida rápida.
Una razon más para extrañar a su madre, llegar a casa con un chocolate caliente. Pero tuvo que irse con su padre a vivir bastante lejos de ella.

Casi llegaba al edificio, comenzó a buscar dentro de su bolso las llaves de su apartamento, distraída del camino.
Era de noche, no habían muchas persona por la calle.

Las llaves parecían perderse dentro de la bolsa de Altair y ella más se concentraba en buscar que en mirar por donde caminaba hasta que un leve choque de hombros le hizo alzar la vista, completamente apenada.

Miró al hombre con quien chocó, era un poco más alto que ella, rubio. Y se le hacía conocido, ¿De dónde? No sabía. Era mayor, eso sí.

— Mierda, ¿la calle es tan pequeña? —. Se quejó el rubio tomando su hombro.

Altair quiso disculparse pero al escuchar ese comentario tan grosero de contrario fruncio el cejo. Lo fulminaba con la mirada.

— El choque no fue sólo mi culpa. Disculpeme, don perfecto. —. Siguió su camino molesta, sin importarle nada más. No lo volteó a ver.

— Es sorprendente lo basura que llegan a ser los hombres. —.

¿La razón la tenía? Ella no había sido la única culpable del choque, él no la vio tampoco. Su forma de tratarla no había sido nada justa.

Decidió no darle tantas vueltas al asunto, sólo siguió hasta llegar a su departamento y poder decansar por ese día tan agotador. No sin antes prepararse un café y comer pan tostado con mermelada de fresa.

Debía descansar pues, al día siguiente, el famoso músico “The Weeknd” daría una firma de autografos en la tienda de discos donde es gerente, un día importante para ella, para la tienda y para su carrera. Eso la emocionaba y esa emocion le ayudaba en no pensar en la soledad que la invadía.
Por su trabajo era que ella no se derrumbaba.

Más de media noche, Altair se puso su pijama y se metió a la cama, agotada, era momento de descansar para comenzar con un nuevo día.

Inconscientemente, el rubio con quien chocó vino a su memoria haciendo un gesto de disgusto.

— Por eso, y por más, mi vida no va junto a ninguna persona. Me decepcionan. —.

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