III

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"...En tanto que de pronto se me viene a la mente la imagen de una plaza antigua y derruida, bajo un cielo rosado, y en el lugar más oculto y sombrío, un niño sentado que llora lágrimas de sangre de sus ojos aun inocentes. Con el dedo índice de su mano derecha dibuja en la palma de su mano izquierda un corazón feliz. Como si supiera desde ya que lo imposible no es lo inalcanzable, sino lo inexistente..."


A lo lejos se escuchó un  tumulto aterrador de gritos y gemidos. Victoria se levantó un momento y observó. 

Más adelante, después de unas cuantas parcelas, un grupo de personas vestidas de luto cargaban una urna en sus hombros. Inmediatamente pensó cuán grotesco era el ciclo de la vida, siniestro, como si un alma no fuese importante para detener el discurrir de la existencia humana. 

El maldito tiempo corriendo irrefrenable y descontroladamente por las calles, agitando los seres y los espacios. El mismo tiempo, sin embargo, suspendido en el corazón y en los ojos de aquella persona encerrada eternamente en ese cuerpo obsoleto; como si al fin y al cabo el mundo, el tiempo y el espacio, se bifurcaran en un sólo punto de nuestra vida o, más bien, como si toda nuestra vida se concentrara en un sólo momento, el momento de nuestra muerte.

Volvió a postrarse ante la tumba, pero esta vez sintió algo calentarse muy adentro, un líquido caliente y espeso recorriendo y quemando su cuerpo desde el estómago hasta la garganta, quizás un recuerdo. Volteó el rostro hacia su lado derecho y vió algo que no había visto minutos antes cuando llegó, una lápida nueva y limpia se posaba junto a la de Isabel Beltrán, pero sin nombre.

Ausencia TemporalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora