¡De nuevo él!

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Can

—¡Vamos Can, se hace tarde!— gritó una voz masculina al otro lado de la puerta de su habitación.

Can gruñó debajo de las sábanas, dio media vuelta sobre el colchón y tras estirarse cuan largo era, quedó boca arriba, mirando fijamente el techo.

Era su rutina de todos los días. No sabía porque contemplaba embelesado el techo blanco de su habitación, ni porque le tranquilizaba hacerlo, simplemente era la primer cosa que realizaba al despertar.

Tras quedarse varios minutos observando el insulso techo, hizo las sábanas a un lado, se incorporó ahí mismo y se miró los pies, como si le hubieran crecido algunos centímetros más.

Su madre y su hermana se habían burlado de él durante años al narrarles lo que solía hacer por las mañanas. ¿Sería el único en todo el mundo qué hacía eso de ver el techo por un largo tiempo?

No sabía porque tras tantos años realizando aquél ritual no se había cansado de hacerlo una y otra vez. A veces le parecía que miraba el techo un minuto más que el día anterior.

Cuando se había mudado al apartamento con Ae y God, no les había comentado nada al respecto. Aunque claro, sabía de ante mano lo que le dirían los dos.

Ae le diría algo como: "Estás desperdiciando tiempo valioso". Y God, por su parte, se le quedaría mirando por varios segundos, para después soltar un: "¿Qué haces qué?".

Can rodó los ojos. Sinceramente no sabía porque tenía dos amigos que eran opuestos a él. No, eran totalmente opuestos los tres. Por las mañanas Ae prefería salir a correr, God a ver la televisión y él a comer un gran tazón de cereal. Tras un año de vivir los tres juntos, se les había hecho costumbre las acciones del otro. Por ejemplo, Ae era desordenado, tenía su cuarto con camisas de deporte esparcidas por el suelo; God poseía revistas culturales y él, por supuesto escondía unas golisinas debajo de su colchón, pues en la nevera nunca duraba nada más de un día.

En la Universidad, como los tres estaban en el mismo programa, solían llevar la mayoría de las clases juntos. Sin embargo, a la hora del almuerzo y de la comida, sólo God y él comían juntos, pues Ae se iba con Pete, su actual novio, a comer.

Hacían una pareja muy linda, según Can, y a veces era gracioso ver como Pete era arrastrado por el pequeño Ae por todo el campus. Claro, Pete pertenecía a otro programa estudiantil, y era un chico de dinero, por cierto; pero de su círculo de amigos, era el más amable de los cuatro. Incluyéndose él mismo.

Entró al cuarto de baño, se duchó lo más rápido posible, se cepilló los dientes y tras salir y vestirse con el uniforme reglamentario de la Universidad, se dirigió a la pequeña cocina, donde un Ae masticaba una manzana; recargado en la isla de granito oscuro.

— Tarde. — Ae le miró detenidamente—. Otra vez.

Can hizo una mueca divertida y avanzó hacia la nevera, de donde tomó la jarra de leche.

— ¡Amargado!— dijo, mirando a un Ae furioso. Se sirvió en un vaso la leche y tomó una manzana del frutero que estaba a un lado de su amigo—. ¿Y God?— preguntó, después le dio una gran mordida a la fruta.

—Se fue hace media hora— contestó Ae.

Can elevó los hombros, restándole importancia y siguió comiendo.

—Apúrate, odio llegar tarde a clases. Y más si es por tu culpa. — Ae recogió del sofá, de dos piezas de la sala, su mochila y caminó hacia la puerta.

Can terminó de beber la leche, dejó el vaso en la vajilla sucia y corrió a un lado de Ae, no sin antes tomar su mochila. Cuando llegó a su lado, Ae le dio un golpecito en la cabeza.

KillerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora