Sus hojas estaban secas; el polen que era recogido por las abejas ya estaba de un tono oscuro y sombrío; algunos microorganismos comenzaron a devorar la belleza que le quedaba, era primavera, y esa rosa no pudo aguantar el invierno y se congeló para luego pudrirse.
Pero ella dejó algo, un pequeño brote comenzó a germinar. Una de sus semillas pudo sobrevivir a las aves y a los roedores. Esa tarde, en que una joven semilla ansiaba progresar, llovió bastante; el olor a tierra mojada se podía percibir por todo el bosque, los animales se escondieron en sus refugios para protegerse, en cambio las plantas, bailaban de alegría al ser bendecidas con el líquido caído del cielo.
El pequeño retoño luego de eso, sufrió un nuevo cambio, empezó a crecer su tallo y un diminuto par de hojas arrugadas se pudo notar abrazandola; aunque débil y pequeña, tenía convicción y su meta era clara, quería florecer.
No importaba las circunstancias en las que ella se encontraba, incluso si compitiera contra un gran pino o si los altos y voluptuosos girasoles le mirarán desde abajo haciéndola sentir inferior, ella estaba segura de lo que deseaba.
Quería ser una flor.
Los días pasaban, y el tallo más largo se notaba, el color verde claro que antes poseía estaba más oscuro debajo y más claro en su parte superior; sus raíces, aunque delgadas y frágiles estaban más largas y anchas, tomando un color marrón claro cada vez más profundo y, haciendo variadas uniones como si fueran sus nervios cerebrales.
Por otro lado, las hojas tomaban una forma ovalada, con un pico en su punta y un color verde distinto del tallo casi formado. Las espinas, iban naciendo como si la flor tuviera protuberancias y se hacían más duras y peligrosas mientras más tiempo pasaba.
La planta estaba desesperada, ya tenía una raíz que absorbía los nutrientes que requería y un par de hojas que eran como su sistema respiratorio, ya realizaba una fotosíntesis estable; y en su tallo varias ramas le comenzaron a emerger. Era obvia su ansiedad por ver un brote floral, contaba con demasiadas hojas y a sinceridad...estaba pensando que su estructura solo era de tallos, hojas y espinas, por consecuencia se sintió desanimada y triste; eso se notó cuando las espinas del fondo se secaron y cayeron al suelo.
Las burlas de la flora de su alrededor eran muy hirientes, al igual que su fallecida madre, ella comenzó a entrar en una depresión que la mataba de adentro hacia afuera.
Las margaritas, los girasoles, las petunias incluso los yerbajos se alejaron de ella, pensaron que las espinas que ella tenía era una enfermedad contagiosa, ya que ninguna otra flor aparte de ella, las poseía.
Al no poder hablar, el brote en desarrollo comenzó a autodestruirse de la tristeza; nadie la aceptaba, era la perdición del bosque, la proclamaron... La reina de las espinas, cruel y despiadada planta que corta todo a su paso.
El bosque empezó a temerle luego de ser apodada con un nombre junto a una descripción tan desdichada y...falsa, porque ella no era lo que decían, más bien...era lo opuesto a lo que se rumoreaba.
—¡Indigna, deberías haber perecido junto a tu madre! ¿Por qué no te secas ya? Hemos tenido suficiente con la otra, y vienes tú y arruinas nuestra armonía —comentó con desagrado uno de sus enemigos. El girasol.
—Es verdad lo que dice mi amarillenta compañera, no deberías de existir, tú y los de tu calaña solo atraen injurias y desgracias —dictó altanera una margarita.
En su defensa, ella no pudo objetar nada; no contaba con una voz ni voto en el prado en donde había nacido, solo ocultaba toda su constitución, se jorobada más y más hasta doblarse y ver como sus ramas caían rotas.
Esos días oscuros, dieron nuevos pensamientos en ella...
«¿Acaso merezco florecer al igual que ellas? ¿Tengo derecho a ser bañada por la rayos del sol? ¿Yo merezco convertirme en una flor?».
Las interrogantes del brote eran más negativos y sus cuestionamientos estaban siendo manipulados por los demás sin que ella lo notara; Pero ¿qué más se podía esperar un organismo vegetal que apenas comenzaba a vivir?
En su hábitat la aborrecían y le temían, para ellos, era un ser de otro planeta, una aberración. Como cobardes al fin, optaron por despreciarla para ocasionar una autodestrucción, la opción más cómoda para quienes no se atreven a descubrír cosas nuevas, esos que quieren vivir atados a la monotonía por la eternidad, solo por no tener el suficiente coraje para experimentar y conocer.
Por otro lado, en el mismo bosque fue dejado un huevo; bueno varios en realidad. El autor de aquel descubrimiento fue una ardilla que recolectaba comida, el roedor encontró un hueco, se acercó y observó que había dentro.
—¡Santas nueces! ¿qué son esas cosas? —exclamó despavorido el animal, tirando así, todos los frutos que había recolectado.
Y es que era de esperar, ya que lo que halló no fue un simple huevo de gallina, más bien era un nido de serpientes muy pequeñas, revoloteando en el agujero, en busca de comida; eran alrededor de cinco, pero solo habían roto el cascarón unas cuatro de ellas y mientras que el huevo restante aún se mantenía envuelto por esa capa dura, protegido del exterior.
La ardilla fue en busca de todos los animales de allí.
Una serpiente hembra dejó sus víboras en el pacífico bosque, y ya cuatro estaban hambrientas.
Al ser reunidos todas las especies que vivían allí; se llevó a cabo un debate entre todos los líderes y representantes de la fauna y el veredicto fue el siguiente:
«Tenemos el derecho de vivir, nadie nos impide ese gran privilegio otorgado por la madre naturaleza, así que a ella le encomendamos estás lombrices con piel de pescado. Dicho de otro modo; tirenlos a todos a la gran cascada».
La ardilla que encontró a los retoños, se encargó del trabajo sucio; sin dejar rastro, los pequeños cayeron al abismo, de una condena a muerte de la que ellos no eran conscientes.
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La rosa que nunca tuvo su final feliz
Short StoryLas plantas son como las personas, experimentan; ríen y lloran, mueren y traicionan. Ella nació de un rechazo, aborrecida desde el primer instante en que intento progresar; pero nunca se rindió y una amistad consiguió que desde sus primeros días la...