Día 1

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     Contar esto no va a ser fácil, no sé muy bien por dónde empezar, pero soy el único que puede hacerlo. La mayor parte de lo que ha pasado ni siquiera la entiendo, ni lo pretendo... de hecho ojalá no lo haga nunca, creo que será lo mejor. Yo solo soy un auxiliar, un pequeño peón al que utilizaban para recopilar datos y comparar muestras. Soy Doctor en genética, así que tampoco sé muy bien qué pintaba yo en este experimento, pero me pareció tan interesante, y pagaban tan bien... Mi disciplina es sencilla, hace mucho tiempo que el material genético humano se decodificó por completo y cada día manejamos mejor las millones de  combinaciones posibles que nos llevan a evitar enfermedades, a controlar el destino de nuestra especie. Pero claro, la curiosidad, siempre la puta curiosidad, me trajo a este complejo de experimentación.

     El Proyecto Hipnos. Yo también pensé que era un nombre pretencioso y difícil de pronunciar, sí, a mí la "p" siempre se me ha atragantado. Pero por lo visto era el Dios griego del sueño, y en Esparta su imagen siempre se situaba cerca de la muerte. E Hipnos debe habernos maldecido, porque nuestro experimento del sueño acabó precisamente de esa forma, rodeado de muerte.

     Me encuentro en lo que un día fueron las preciosas islas Cíes, a unos pocos kilómetros de la costa gallega. He activado hace poco las alarmas que harán que alguien, presumiblemente  armado hasta los dientes, con helicópteros y unidades de emergencia, aparezca al fin por aquí. El Doctor Espino las había inutilizado, ¡estúpido y loco hijo de puta! Llevo desde ayer intentando poner de nuevo todo el sistema en funcionamiento. Por Dios, soy especialista en genética, no en cables y en chips biomecánicos, pero resulta que estoy sólo. De un equipo de investigación formado por veinte personas, más los tres sujetos de experimentación, soy el único que ha conseguido sobrevivir.

     El Proyecto Hipnos tenía un propósito muy sencillo: averiguar cuánto puede aguantar un ser humano sin dormir y qué consecuencias, físicas y psicológicas, acarrea la falta de sueño. Facilísimo. El último experimento parecido, llevado a cabo hace unos diez años, en el 2193, consiguió mantener en vela a un sujeto —voluntario— durante trece días ininterrumpidos. Con sus trece noches. Tras eso el pobre diablo acabó con trastornos alimenticios, psicosis varias y alucinaciones para el resto de su vida. Y eso que todo se llevó a cabo bajo estricto control médico y que el tipo estaba allí por su propio pie. El Doctor Espino quiso ir un paso más allá, e hizo construir su laboratorio entre los muros de la cárcel que, hace más de un siglo, se erige en estas islas. La intención era sencilla, desde luego: privacidad absoluta y cobayas humanas gratis.

     Nuestro moderno Doctor Mengele encontró su paraíso aquí. No había leyes, derechos ni privilegios, los reos son propiedad del estado desde el año 2056 en que se aprobó la Ley 459/76/2056. Así, Espino "reclutó" a tres presos de entre los menos problemáticos y les prometió, a cambio de participar en su "estudio del sueño", que vivirían como reyes mientras durase y que, al que más contribuyese al éxito de éste, le daría la libertad. Promesa absurda: estaban condenados. Y lo sabían, pero en el corazón de todo ser humano que se siente derrotado, hundido en el fango, hay una pequeña chispa de esperanza, de ilusión, de "¿Y si es posible? ¿Y si...?" Igualmente se estaban pudriendo poco a poco, no tenían nada que perder, ¿verdad?

     Del sueño sabemos poco, apenas unas nociones del mecanismo químico que lleva asociado, pero eso era suficiente para el Doctor. No le bastaba con que sus cobayas hubiesen decidido no dormir, él quería evitar que pudiesen hacerlo. No se limitó a ponerles tratamientos hormonales para impedirles conciliar el sueño, o a atiborrarlos de estimulantes. Con la excusa de un pequeño chequeo médico previo al experimento los tres sujetos fueron anestesiados, y el láser del doctor se encargó, personalmente, de que sus organismos jamás fuesen de nuevo capaces de generar ni asimilar noradrenalina, que controla el ciclo de la glándula pineal y hace que ésta segregue melatonina durante la noche, la hormona que regula los cambios de actividad de nuestro cerebro. Sin ella, y aislando a los sujetos de forma que su cuerpo sea incapaz de distinguir el día de la noche, además de asegurarse de que sus niveles de adrenocorticotropa obligasen a las glándulas suprarrenales a segregar un torrente constante de adrenalina, Espino consiguió tres zombis que no solamente no tenían intención alguna de dormir, sino que no podían hacerlo.

     Nos aislamos con ellos en la isla más pequeña, Penela dos Viños, en la instalación que había pertenecido al cuerpo de seguridad de la cárcel, ahora trasladada a otra isla más grande, y empezamos a monitorizarlos. Se les recluyó por separado, en pequeños y funcionales apartamentos controlados y llenos de cámaras. Les dimos lectura, películas, música, robots personales  y miles de juegos para entretenerse, aparatos para hacer ejercicio y un pequeño taller por si querían ponerse creativos. Sus chips personales, los que nos identifican a todos, fueron modificados para tenernos constantemente al tanto de sus constantes y funciones vitales más detalladas, se les denominó Cloto, Láquesis y Átropos  y dimos comienzo al Proyecto Hipnos.

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