Creo que el decimosexto día todos estábamos ya en un estado de ánimo deplorable. Después de tres muertes violentas, innecesarias y traumáticas, de no tener noticias del exterior ni apariencia de que el experimento iba a ser interrumpido, o al menos los cuerpos trasladados, no sabíamos muy bien cómo actuar. El Doctor Espino parecía, simplemente, haberse olvidado del tema. Como si nada hubiese pasado, él seguía con sus análisis, sus pruebas y sus charlas con la psicóloga que, dicho sea de paso, cada vez me producía más asco y rechazo. ¿Cómo podían seguir actuando como si nada? Era increíble.
Por la tarde, nos enviaron a mí y a otro de los auxiliares al apartamento de Cloto. Teníamos que sacarle las muestras de sangre para los análisis diarios y evaluarle. Cada día, y con excepción de Átropos, al que dejábamos reponerse todavía de su “ataque de hambre de lengua”, les repetíamos la misma rutina: extracción de sangre, recolección de muestras de saliva y orina, test psicotécnico y entrevista personal. La entrevista consistía, normalmente, en preguntas simples: ¿Cómo te encuentras? ¿Tienes apetito? ¿Alguna indisposición? ¿Cómo te has entretenido hoy? ¿Hay algo más en lo que crees que podamos ayudarte para estar más cómodo?... Cosas así.
Mientras el otro auxiliar preparaba la pistola para la extracción de sangre, yo encendí mi dispositivo tranquilamente, aprovechando para observar a Cloto de reojo, como siempre hacía.
Apenas era un chaval. Era algo que siempre me había llamado mucho la atención. Era el más inteligente de los tres, con un CIM —cociente intelectual mejorado— de 165 puntos, alegre y sociable. Más bien bajito, pelirrojo y de piel muy blanca y pecosa. Sabía nuestros nombres y siempre nos saludaba con una gran sonrisa cuando entrábamos en su apartamento. De hecho, parecía actuar como anfitrión, como si estuviésemos de visita en su casa, y solía ofrecernos café o agua… que siempre, por supuesto, rechazábamos. El chico me caía bien.
—Bueno Cloto, ¿cómo llevas el día? —Abrí la conversación para romper el hielo.
—Pues bien, tío, un poco aburrido, pero he estado haciendo algo de ejercicio en la máquina esa que me habéis puesto…
—Eso está genial, ¿te encuentras bien físicamente? Quizás el ejercicio y la falta de sueño unidos desgasten demasiado tu organismo.
—¡Que va, tío, estoy hecho un mulo! En el otro sitio... ya sabes, en la cárcel… —Se encogió de hombros como si estuviese un poco avergonzado— hacía ejercicio a diario. Y ahora, aunque los primeros días estaba hecho polvo por eso de no dormir, vuelvo a tener energía.
—¿No echas de menos la cárcel, verdad? —La pregunta, por supuesto, no aparecía en mi dispositivo, pero el afecto que me transmitía el muchacho me hacía interesarme por él—. ¿Por qué estabas ahí?
Mi compañero levantó ligeramente los ojos, sin mover la cabeza ni un milímetro del instrumental que estaba manejando, con mirada interrogadora. “¿Qué estás haciendo?”, decían esos ojos. No dijo nada, pero su mirada pasó de mí a la cámara que teníamos justo en la pared de al lado, registrando cada imagen, movimiento y sonido que se producía en la habitación. Volvió a mirarme y, viendo la decisión en mis ojos, debió pensar que hiciese lo que me diese la gana, pero que él no iba a participar, así que siguió a lo suyo sin decir ni una palabra.
—¿Echarla de menos? Noooooo… —respondía mientras tanto Cloto entre risas— Noooo, de eso nada. Nadie puede echar de menos un sitio así. —Su mirada era clara y sincera— Allí hay que sobrevivir cada día, hay gente muy, muy mala, tío. Gente muy dura. Ya verás como voy a ser el mejor del experimento este del sueño, tío. Ya verás cómo vais a estar orgullosos de mí. Pienso estar despierto hasta que reviente de sueño, hasta que entre en coma. Entonces dormiré meses si hace falta, como los osos. Eso contaba mi abuelo, tío, que los osos vivían en los bosques y dormían durante meses en invierno, metidos en una cueva para no pasar frío. Qué pena que ya no existan tío, yo dormiré como un jodido oso cuando todo esto acabe.
Era, sin duda, el discurso más largo que había oído de ninguno de los tres sujetos de experimentación. El chico parecía confiar en mí.
—Pero no me has contado por qué estabas allí. —Insistí, consciente de que no había respondido a mi pregunta.
—Por lo visto infringí una ley de esas de no sé qué de los alimentos. Vamos, que le di una de mis raciones a una chavala con la que estaba saliendo, ya sabes tío, de rollo, mi novia… Era para su hermana pequeña, que estaba a punto de palmarla.
—¿Estabas en la cárcel por dar parte de tu comida a una niña enferma? —pregunté sorprendido.
—Claro tío, ya sabes lo estrictos que son con el racionamiento. Lo que te corresponde a ti, si no lo quieres, lo dejas, pero no puedes dárselo a nadie. Y mucho menos a alguien que, como la niña ésta, ya había sido incluida en las listas para la siguiente Purga. —Me miraba triste, parecía que se iba a poner a llorar de un momento a otro— Total, para qué, a la cría se la cargarían igual, estoy seguro, y yo acabé en la cárcel entre violadores, asesinos y demás elementos.
—Pero no pueden meterte en la cárcel de por vida por algo así, no tiene sentido…
—Bueno, tío… —Bajó la vista, como avergonzado por lo que me iba a decir— Me encerraron unos meses por eso. Pero, cuando estaba dentro me metí en líos, ya sabes… un guardia de la prisión acabó muerto en un tumulto y yo estaba por en medio…
—Lo siento mucho, no tenía que haberte preguntado —atajé, no queriendo avergonzarle más ni conocer más detalles de la historia.— ¿Has tenido dolores de cabeza? ¿Mareos?—cambié de tema.
—No, todo bien.
—¿Tienes apetito? ¿Usas el baño regularmente?
—Todo perfecto. Oye tío, —Me miraba con expresión interrogativa— ¿pasó algo el otro día? Me pareció que estabais todos un poco… agitados. ¿Hubo alguna movida?
Mis sentidos se pusieron en alerta. Era imposible que se hubiese enterado de nada, los apartamentos estaban perfectamente insonorizados y aislados.
—¿Movida? No que yo sepa, Cloto, nada que yo sepa —mentí—. ¿Por qué lo preguntas?
—No sé tío, me había parecido. Últimamente estoy tan aburrido que parece que me invento cosas… Pero no será nada. —Reculaba, pero la duda seguía en sus ojos.
Acabamos la entrevista con las preguntas habituales. Obtuvimos las muestras que necesitábamos y nos fuimos, prometiéndole que le llevaríamos unas pinturas y más papeles para dibujar, porque los libros y películas que tenía, aunque formaban una lista de miles de entradas, no le entretenían demasiado.
La entrevista con Cloto me dejó mal sabor de boca. Por un lado el tema de su condena en prisión, la inteligencia del chaval, su necesidad manifiesta de comunicarse conmigo, de contarme cosas. Me daba pena, mucha pena. Estaba ilusionado por ser el mejor en el proyecto y salir de allí. Por tener un futuro fuera. Y yo, sabiendo que no había salida, que ese futuro era imposible, estaba lleno de remordimientos.
A mi alrededor todo el mundo parecía haber olvidado la muerte de los tres guardias, excepto sus dos compañeros que, aunque nunca mencionaban el tema, estaban retraídos, apoyándose en uno en el otro.
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Hipnos
TerrorEl sueño forma parte ineludible de nuestra vida. Jugar con él puede ser peligroso.