Encadenados.

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La cólera se clavó con tanta fuerza como la daga se clavaba en la pálida piel, piel equivocada, piel que se sacrificó, piel que se puso entre los ojos llenos de ira y los ojos llenos de amor, ahora tristes y desesperados.

-Lo recuerdo. Lo recuerdo cada instante desde que su piel se hizo gris y vieja y muerta en aquella cama que acompañó su vida y luego su muerte, me levantó asco.

Y ahora aquí, solo y desesperado en este despacho nada me consuela. Baje la luz del cuarto, más, que la oscuridad me acoja mejor. ¡Maldita su suerte, la mía! ¡Maldito aquel mal nacido que bajo mis manos cayó, después de que sus ojos se cerrarán!

Pero ni eso calmó o alivio un poco si quiera mi alma. ¡Maldita la vida! ¿Cuándo acabará la mía? ¿Y por qué esperar a la suerte que la acabé? Esa maldita zorra que huye y te golpea cuando menos lo deseas. Como hombre libre, es mi derecho decidir si sigo o no con ella. Es mi poder. Es mi deseo. Debo acabar con ella...

~¡No! ¡No! ¡¿Para qué arriesgue mi joven vida por aquella que yo más amaba, si pensabas quitartela ahora?! ¿Es que no me escuchas, mi amado? ¿Toda esta oscuridad en el cuarto te ciega acaso?

Estoy aquí, enfrente tuya. ¡Mirame! ¡Deja ese abre cartas! ¡Déjalo ya!

Y los libros, las cartas, la lámparilla sobre el escritorio y el mismo abre cartas que estába en su mano, el viento los lanzó lejos. El cuarto se quedó en la intensa oscuridad. Con un hombre paralizado sobre la silla y su espectro invisible ante él.

~No te asustes mi amor, no llores más, ya lo hiciste suficiente cuando me cogiste de las manos cuando descansaba sobre mi cama sin vida. Esto no es culpa tuya, ni mía, ni si quiera de aquél que llevaba la daga en mano. Era su locura amorosa la que te odiaba y quiso matarte, y fue mi decisión la de dejarte.

Pero no lo hago, aquí sigo, sigue pues tú con tu vida, sal, trabaja, ama, casate y cría hijos tan perfectos como tú. Así yo podré seguir mi camino.

Te alejas, te vas hacía la puerta, ¿dónde vas? Ya no lo puedo saber, mi cuarto me llama. Hasta luego o adiós, amor.

Mi cuarto, otra vez, tan grande, iluminado por la intensa luz de la Luna, con las ventanas abiertas y el viento sacudiendo las cortinas blancas y en la cama sigue mi frío cuerpo.

Una pasión me condenó, mi vida entregué, su vida salvé. Y ahora mi alma no puede descansar, si la suya no me deja.

Sólo quisimos huir, para entregarnos nuestro amor, lejos de los ojos que no lo querían, de los que lo impedían. ¿Fue un pecado, Luna? ¿Era acaso nuestro sueño un pecado?

¿Cuántos siglos pasará la humanidad odiando y amando, y causando dolor por ello?

Sueños de EsperpentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora