2

524 43 6
                                    

Tic, tac.

He perdido ya la cuenta de las veces que mis ojos han seguido el recorrido de la circunferencia completa descrita por el segundero del reloj que cuelga de la pared.

Tic, tac.

Bostezo.

Tic, tac.

Me estiro.

Tic, tac.

Me levanto.

Tic, tac.

Camino por el laboratorio.

Tic, tac.

Abro armarios y cajones.

Tic, tac...

Por vigésima vez.

Cuando regreso hacia la mesa de trabajo en la que llevo intermitentemente sentada toda la mañana, veo cómo el idiota con gafas me mira con gesto divertido a través del cristal que separa mi laboratorio del contiguo. No lo estoy prejuzgando al llamarlo "idiota" porque ya hemos mantenido contacto antes. Puesto que los cristales que separan los diferentes laboratorios son blindados, he tenido que escribir en una hoja: 

"¿A qué hora es el descanso?".

A lo que el idiota de las gafas (que en ese momento era simplemente el tío con gafas) ha contestado:

"La ciencia no descansa, novata".

Después ha estado unos segundos riéndose de su propia broma. Tal vez esperaba una reacción similar por mi parte, pero yo simplemente he resoplado y le he dado la espalda para comenzar la entretenida tarea que he repetido ya veinte veces: sentarme a mirar el reloj, aburrirme y toda la cadena de acontecimientos que eso conlleva.

Parezco ya uno de esos robots que programan tan milimétricamente que ni siquiera piensan en la posibilidad de que ocurra alguna anomalía que altere su funcionamiento cuando oigo el pitido del lector de identificaciones y el ruido de la puerta corredera al abrirse.

Ahí está mi anomalía. 

Tony Stark y Bruce Banner entran en el laboratorio manteniendo una animada conversación.

—¿Así que no puedes escuchar ni una sola nota de una canción de AC/DC sin que la piel se te vuelva verde?
—No...
—Una pena.

Se detienen al percatarse de mi existencia y me siento como un náufrago ante sus salvadores en una isla desierta. Sonrío amablemente y les saludo con la mano, conteniendo el impulso de arrodillarme ante ellos y darles las gracias por haber llegado, contradictorio al de liarme a puñetazos con ellos por haber tardado tanto. 

—¡Violet! Qué alegría verte de nuevo.

Tony se acerca para darme un cálido abrazo que activa una vocecilla en mi cabeza:

Los abrazos de Steve son mejores.

Intento no sonrojarme. ¿De verdad acabo de pensar eso?

Ahora saludo a Bruce. Él es menos efusivo, simplemente se acerca y me acaricia un hombro.

—Violet, cuánto tiempo. ¿Todo bien?

Asiento. Nada bien, en realidad, pero no quiero derrumbarme.

—Me he mantenido ocupada.

Tony coge de la mesa la tablet que no he conseguido desbloquear y se hace con ella en un par de segundos mientras Bruce saca artilugios de aquí y allá y los pone sobre la mesa de trabajo. El idiota con gafas observa estupefacto desde el otro lado del cristal blindado. Ahora soy yo quien ríe y él quien me da la espalda. 

Me apoyo contra un armarito y me giro hacia mis compañeros en busca de la información que mi batalla emocional no me ha permitido asimilar durante la charla de la Agente Hill por los pasillos del edificio. 

—Y bien, ¿en qué trabajáis vosotros aquí?
—Oh, en cosas varias.

Ya está. Ni puntos suspensivos ni nada. Eso es todo lo que logro sacarle. Se hace el silencio en la estancia, aunque no en mi mente, que piensa a toda velocidad en más maneras de conseguir la información necesaria sin tener que hacer referencia a mi pobre estado emocional.

—Y... ¿sabéis cuál es mi tarea?
—¿No te ha informado Hill?

Bruce se acerca al armario que me sirve de apoyo y me aparto para que pueda abrirlo.

—Sí, sí, lo ha hecho... Pero no he prestado demasiado atención—admito, casi avergonzada.
—¿En qué estabas pensando?—pregunta Banner.
—En no desmoronarme—contesto, con una leve risa para restar dureza a mi respuesta.

Si las miradas matasen, ni Hulk hubiese podido salvar a Bruce de la mirada que le dirige Tony tras mi contestación.

—Es simple—tablet en mano, Tony se acerca a mí—. Mira, entras en este archivo de SHIELD, escaneas tu identificación, lo procesa y ya está hecho.

Cojo la tablet y observo con atención mi tarea asignada con el objetivo de ocupar mi mente con ella lo más pronto posible. La ficha está llena de instrucciones, cifras y parámetros. Lo leo todo y no me parece demasiado difícil, aunque eso no significa que vaya a ser fácil. Me llevará tiempo, y eso me encanta, porque mantendrá mi mente muy ocupada.

—Gracias, Tony.
—No es nada—dice, quitándole importancia con un gesto de la mano.

Mis dos compañeros se han puesto ya a trabajar. Me siento como el niño con dificultades que siempre necesita la ayuda de la profesora, cuando yo siempre he sido la primera de la clase, con la independencia como rasgo característico. Aquí no sé hacer nada. No sé dónde están los artilugios que necesito, no sé averiguar mi cometido en SHIELD, no sé llegar sola a mi planta...

"Si no estás demasiado ocupada para el rato del descanso podríamos almorzar juntos".

Oh, Dios. Me he olvidado por completo de Steve, que se ha encargado de acompañarme hasta mi nuevo puesto de trabajo hace tan solo unas horas. 

Me dispongo a preguntar a mis compañeros si saben a qué hora es el descanso, pero los veo tan concentrados en su trabajo que me da vergüenza romper la atmósfera de tranquilidad que reina en el laboratorio con una pregunta tan tonta. Aun así, carraspeo y lo hago.

—Emm... ¿Aquí hay hora de descanso?—pregunto, en un tono de voz bajo para no molestar, aunque lo suficientemente alto para que sea audible.
—La ventaja de ser científico en SHIELD es que puedes entrar y salir cuando quieras del laboratorio y tomarte los descansos que necesites, siempre y cuando registres alguna evolución en la tablet al acabar tu jornada, antes de marcharte—me explica Tony.
—Genial... ¿Y a qué hora es el descanso del Capitán Rogers? —trato de no sonar demasiado interesada en esa información.
—Oh, él almuerza todos los días a las 11:30, sentado en la fuente de la entrada. Es muy escrupuloso con sus horarios, es lo que tiene pertenecer a la tercera edad...

Tony y Bruce sonríen con la bromita. Incluso a mí se me dibuja una leve sonrisa en los labios justo antes de mirar el reloj y percatarme de que ya son las 11:35. Cojo mi bolso y mi identificación y salgo como una bala hacia los ascensores. Pulso el botón para llamar a uno y espero. 

Tic, tac.

Espero.

Tic, tac.

No viene.

Tic, tac.

Miro la hora en mi móvil.

Tic, tac.

Las 11:38.

Tic, tac.

¿Por qué demonios no viene?

Tic, tac.

Tal vez debería coger las escaleras.

Tic, tac.

¿Desde el duodécimo piso? Ni en sueños.

Tic, tac.

¡Ding!

—¿A qué piso, señorita?

El Héroe de mi Padre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora