Estaba a una cuadra de llegar a su trabajo. Trabajaba en ese parque residencial 2 o 3 noches a la semana. El joven ingresó por la puerta metálica y su compañero le entregó las llaves y se fue, pues su turno había terminado. Lo que a continuación hacía siempre, era bajar a los casilleros, que estaban en el centro del parque, ponerse la chaqueta de trabajo, apagar las luces e ir a dar la primera vuelta por todo el perímetro del lugar. Todo en orden, como siempre. Después se iba a encerrar en la caseta principal, porque tenía que estar atento al flujo de autos y de residentes, abriendo la puerta si se requería. Tan fácil como eso era todo, con el pequeño detalle que al joven le daba miedo la oscuridad, siempre caminaba debajo de los postes de luz o llevaba una linterna consigo para estar más tranquilo.

Uno de los trámites más adrenalínicos de la noche en ese silencioso lugar, la gran mayoría de las veces, era ir a marcar los puntos de control, esto consistía en ir con un aparato electrónico y apuntar a una pequeña distancia unos puntos, al parecer imanes, que se hallaban esparcidos por todo el parque, de manera estratégica. Con esto se cumplían dos objetivos, el primero era que el vigilante se diera la vuelta completa al parque cada cierto tiempo, observando algún evento anómalo, y el segundo objetivo era controlar el movimiento de estos, que al día siguiente eran vistos por el jefe en la oficina principal.

Ese era el mayor problema del joven, pues de todos los puntos que tenía que marcar, había uno que siempre se le complicaba, porque estaba puesto en el lugar más apartado del parque. Ese punto estaba pegado justo en el marco exterior de un gran ventanal, de un departamento en el primer piso que siempre estuvo desocupado. Aquel lugar no tenía cortinas, ni luces, ni color, ni vida. Era un lugar apartado en una esquina muy fría del establecimiento, bajo un gran árbol antiguo, que cubría todo con sus ramas colgantes y hojas secas desparramadas en el concreto. Cada vez que le tocaba ir a marcar ese punto, el joven lo hacía mirando el suelo, apuntando sus pasos con la linterna, jamás se le ocurría mirar al punto y menos mirar por la ventana hacia adentro. Incluso para marcar el punto, levantaba el brazo y adivinaba donde estaba. A veces en el segundo o tercer intento acertaba con el aparato. No se atrevía a levantar la vista en ese lugar.

Esa noche había algo distinto en el entorno, él estando al interior de la caseta vio como unas sombras pasaron por atrás del cubículo, supuso que eran residentes, pero cuando giró la cabeza para comprobarlo, no vio a nadie. Se levantó de su asiento y salió a ver si era algún animal, pero nada había cerca, ni siquiera la puerta se había abierto. Se asustó un poco, pero no le dio mucha importancia. Volvió a entrar y al mirar a la pequeña mesa, se enteró que el libro de novedades de los guardias estaba totalmente rasgado, todas las hojas desparramadas por el suelo añicos, por el asiento y algunas sobre la mesa. Quedó boquiabierto, se estremeció por completo, una punzada fría atravesó su vientre y se esparció por su tórax y piernas.

Miró a todas partes para fijarse si había una persona cerca, pero nadie estaba, ni ruido se escuchaba. No sabía qué iba a hacer, porque aparte de ser un suceso terriblemente sobrenatural, también era una desgracia para el trabajo mismo, porque en el libro se escribían las novedades que pasaban todos los días, por todos los guardias. No podía pensar cómo lo iba a hacer para explicarlo, así que tomó la decisión más fácil y rápidamente recogió todas las hojas y pedazos, poniendo atención de no dejar ningún rastro del libro.

Trabajo de noche.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora