2. Sin fronteras

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Imagine -Jhon Lenon

La conocí justo después de cruzarnos en la frontera, mientras me disponía hacer un viaje de turismo por Colombia y ella se dirigía a recorrer Ecuador con su familia

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La conocí justo después de cruzarnos en la frontera, mientras me disponía hacer un viaje de turismo por Colombia y ella se dirigía a recorrer Ecuador con su familia. Eran pasadas las tres de la madrugada, estaba en la eterna fila de migración que le daba la vuelta a la sencilla edificación de un piso. Me había sumergido en la lista de reproducción de mi celular, un poco de Aerosmith para pasar el rato. De pronto, sentí tras de mí una voz muy animada que parecía estar envuelta en algún tipo de controversia. Dudé un par de segundos en escuchar, yo debía tener la mente en otra cosa, pero ella continuó:

—¿No te parece? —preguntó aquella voz femenina.

Esta vez estaba seguro de que me hablaba a mí. Así que un poco apenado, sin comprender totalmente lo que ella decía a toda marcha, paré la música, me quité los audífonos y me di media vuelta.

—¿Me decías algo?

Observé entoces a una joven de unos veintitantos cubierta de la cabeza a los pies por una gruesa ropa de lana que amortiguaba el frío de la madrugada. Lo único que podía ver bien de su rostro eran unos grandes y expresivos ojos color miel.

—Sí, te decía que todo esto es una completa estupidez —mencionó indignada—. Roban nuestro valioso tiempo con procedimientos absurdos. En mi opinión, simplemente no deberían existir las fronteras.

—Comprendo, a veces lo dificultan todo —agregué.

—Es ilógico pretender que somos dueños y señores de un lugar —continuó ella como dando un discurso—, considerarnos ciudadanos de un solo país, una raza mejor que otra, cuando la verdad es que el ser humano como especie es una sola. Esas ideas preconcebidas lo único que han traído es odio. ¿No lo crees? —siguió con su argumento mientras se frotaba las manos en busca de un poco de calor.

—De cierto modo sí —respondí intrigado por aquel arranque de inconformismo social.

—Imagina que todos fuéramos ciegos. Todos en la tierra sin excepción. ¿Tendría alguna importancia nuestro tono de piel, nuestros rasgos físicos o lo que llevamos puesto? ¡Ninguna! —contestó de inmediato casi asustándome.

Tuve que ocultar una pequeña risa por la seriedad que ella intentaba darle al momento.Terminé envuelto en su enérgica conversación, casi parecía que se estuviera dirigiendo a un enorme auditorio con un tono de voz alto y ademanes decididos que contrastaban con aquellos ojos cautivadores. En definitiva me causaba gracia aquella situación, estábamos en plena madrugada, con un frío cercano a los 0 °C, parados en una fila que ya llevaba horas y ella hablaba como si la vida de alguien dependiera el que me convenciera con sus argumentos, hacía sonar todo como si en realidad importara ese momento. Pasada una hora de charla ella paró un momento y sonrió.

Me encontré al perderteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora