Tan pronto se encontró con Zukerman supo con certeza que sí lo conocía. Se trataba del capón que hace unos meses conoció. ¿Se acordaría de él?
—¡Ese es el ladrón que me hizo caer por la ventana! —Dilató su nariz mientras exclamaba.
Sip. Se acordó.
—Me niego rotundamente a tomarle como mi aprendiz —declaró Zukerman al viejo que lo acompañaba.
—No es cuestión de si lo aceptas o no; vas a ser su maestro y es una orden.
—Bien, siempre hay una primera vez para no acatar.
—Vamos, Zuk, no te pongas así: sólo es un muchacho. ¿Cuánto daño puede causar?
—Más que mi orgullo roto... creo que ya no puede...
—Ya ves. Acéptalo.
Zukerman torció su boca mientras miraba a Robert como si evaluara un poni mientras el comerciante le decía que era un caballo de guerra. Finalmente lanzó un suspiro e hizo una seña, dando a entender que lo siguiera. Así lo obró. El viejo regresó por el camino y Robert y Zukerman fueron al patio del castillo, en donde había más soldados; unos afilando espadas opacas, otros sentados durmiendo, unos correteando gatos en el juego de «quien lo mate primero, gana», juego cruel pero popular entre quienes no darse el lujo de cazar un ciervo. Total, todos a su bola. Llegaron a una pequeña casa improvisada de madera en el centro del lugar. Robert vio que tenía un letrero colgado con la figura de una espada. ¿Ya había mencionado que se usaban figuras en vez de letras porque muy pocos sabían leer? Entraron a la armería. La casa estaba repleta armas, obviamente, pero faltaba quien despachaba...
—Escoge una —ordenó Zukerman con la voz más autoritaria que pudo: la de un niño de diez años.
Robert buscó entre los barriles y las que colgaban en las paredes, pero ninguna le convenció: todas estaban oxidadas o manchadas de sustancias desconocidas que no quería conocer.
—¿Qué pasa? ¿Es que no te gusta la idea de pelear?
—Pues, de hecho quería ser escudero —respondió Robert—, sólo que pensé que me darían un equipo adecuado.
—Este es un equipo adecuado —Zukerman desenfundó la espada que el portaba: oxidada y mugrienta, pero se veía que aún resistiría unas batallas más—. Esta arma es simplemente perfecta.
—Lo siento pero no lo entiendo.
—La idea no es matar al enemigo, sino herirlo de gravedad para convertirlo en un lastre para Mateus: no puede abandonarlos porque los lores perderían la confianza en él. Todo es idea del señor von Koch, ¿no te parece genial? —los ojos le destellaban cuando mencionó al señor.
De momento, esa idea le pareció estúpida, pero analizándola a fondo era muy ingeniosa y, si lo veía más de cerca, inhumana. ¿Acaso a eso aspiran los caballeros? Claro que no: tienen que ser un ejemplo a seguir que luchan por el bien sin recurrir a artimañas tan bajas, pero... así tendrían oportunidad de ganar la guerra. ¿Qué debe de estar encima de que? ¿El honor o la victoria?
Una explosión que sacudió la casa lo despertó de su trance. «¡¿Qué fue eso?!» Olvidando sus quejas anteriores, tomó la primera arma que tuvo al alcance. Zukerman hizo lo propio y salió del edificio, seguido de su aprendiz. Todos los soldados se apresuraron también, dejando de lado las banalidades en las que unos momentos atrás se centraban.
—¡Los naranjas atacan! —oyó gritar al guardia en la torre—. ¡Son unos cien montados y quinientos apeados!
«Joder, eso es una suma muy grande... Espera, ¿acaso puede contar tan bien y rápido el guardia? Da igual, el punto es que son muchos.» Llegó Von Koch después junto a Anayra, el primero estaba vestido igual que cuando estaban en la sala real pero ahora portaba un báculo; Ana se había puesto una pechera y traía esas «L»'s que usó Balder cuando atacaba el gladiador. Sólo faltaba Alexia.
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Guerra a Tiempo
FantasyRobert Farmer, un joven de pueblo que desea escalar en la sociedad, se embarcará en la ruta del éxito y, de ser posible, convertirse en un auténtico rey. Incluso puede que el conflicto entre los soberanos del avalerion hagan consumar su objetivo. ...