5. Odiar el odio

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Ya no me caes tan bien, me caes genial

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Ya no me caes tan bien, me caes genial

—No eres ni el primer ni el último hombre que intenta animarse y mantenerse despierto en el trabajo —le dijo Evan secándose las lágrimas antes de marchar—, pero si yo fuera otro tipo de jefe ya estarías despedido, hombre.

Arbeen se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano. Cuando se ponía nervioso sudaba como si hubiera corrido una maratón, lo cual era fatal porque él ni siquiera podía caminar calles empinadas.

Era muy flojo.

Sin embargo, sus dedos iban y venían a la velocidad de un tren bala sobre el mouse y el teclado. Apretó los dientes y empezó a mover la pierna izquierda con desasosiego. En cualquier momento llegarían los bomberos para apagar el fuego en sus mejillas. Estaba tan avergonzado. De fondo de pantalla había una típica fotografía de una mujer a medio vestir, inclinada sobre el capo de un auto con una posee sugestiva.

Bueno, tenía cuerpo de mujer.

Arbeen estaba seguro que la barba que poseía le pertenecía a alguien más.

—Los odio —murmuró por lo bajo antes de dejarse caer en su silla con pesadez. El fondo aburrido había regresado y creyó que uno de sus colegas le había hecho la broma dado que, los adultos, son los que menos ganas de trabajar tienen a veces—. Odio a mis compañeros, odio mi trabajo, odio este edificio, odio esta ciudad, odio este país y el mundo, y esta galaxia y las galaxias veci...

Recordó la nota en su bolsillo.

Cuando la leyó encontró a la responsable.

Quiso decir que también odiaba a Shelly, pero mientras alisaba el papel arrugado y estudiaba las curvas de las letras, no pudo.

No nació de él decirlo.

Sorprendentemente, Arbeen comenzó a reír. Tal vez por la frustración acumulada, y, a su vez, liberada.

—Loco —acusó la señora Brittney, del cubículo de la derecha, al oírlo reírse solo—, siempre me toca trabajar con locos. —Se acomodó las gafas y volvió a trabajar.

Shelly, del otro lado del pasillo, oyó a Arbeen. El sonido era profundo y rico, totalmente genuino. Sonrió y echó la silla hacia atrás. Lo espió escondiéndose detrás de su panel.

No podía creer que ella era la que había causado eso. Su corazón se llenó de una cálida satisfacción. ¿Había algo más gratificante que hacer reír a alguien?

Desde ese momento, supo que quería hacerlo reír todos los días.

Desde ese momento, Arbeen supo que, en realidad, tenía la capacidad de reír, cosa que daba por perdida.

Y Shelly lo había ayudado a recuperarla.

Té de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora