6. Odiar lo invisible

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Gustos son gustos

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Gustos son gustos

Arbeen llegó temprano al trabajo el día siguiente. Preparó dos tazas de café en la sala de descanso antes de que sus compañeros llegaran y arrasaran con todo lo demás.

Si The Walking Dead se había equivocado en algo, era en hacer a los caminantes adictos a la carne humana cuando lo eran, en la vida real, al café.

Tarareando una canción regresó a la zona de trabajo y dejó una humeante taza sobre el escritorio de Shelly, sabiendo que llegaría puntal dentro de dos a tres minutos.

Él no era un acosador o algo por el estilo, pero los días anteriores ella había llegado siempre a la misma hora, ni con un minuto de retraso, ni varios por adelantado.

Se fue a su cubículo y esperó. Cuando la oyó saludar a Wylie en el pasillo, otro maquetador, Arbeen se enderezó en su silla, ansioso de que viera su regalo.

Cuando Shelly volvió a hablarle a Wylie para ofrecerle el café que él le había llevado, objetando que era más del equipo del té... Bueno, el Universo se burló de él tanto que el peso de la mala suerte hizo fusión con la gravedad y Arbeen volvió a encorvarse.

Se echó en la silla desganado.

—Gracias, de todas formas. —Vino una voz desde el otro lado. Fue dulce y cálida.

Él sonrió un poco, sintiéndose mejor al oír a Shelly. Incluso se sonrojó al pensar que había sido un atrevido —del bueno tipo, claro— por dejarle un café en el escritorio a una chica a solo días de conocerla.

No contestó, pero se prometió que jamás cometería el error de llevarle cafeína otra vez. Fue su culpa asumir que era parte del elenco de The Walking Dead.

No porque algo sea popular y etiquetado para cierta clase de personas, en este caso los trabajadores cansados y que sueñan despiertos con vacaciones en Cancún libres de sus hijos y responsabilidades, a todos debería gustarle.

¿Cuánta gente como Shelly había? ¿Por qué asumió que todos eran del equipo del café y no del té? ¿Por qué no le preguntó antes y se ahorró el malentendido?

La cabeza de Arbeen dio vueltas cuando se percató de que esto no se trataba solo del tipo de bebida que le gusta a la gente.

La sociedad asumía que te gustaba el café, que eras heterosexual, católico, que querías un niño, una niña y un pastor alemán. También la casa de dos pisos y las vacaciones familiares en casa de los abuelos... Y sí, en realidad ya no eran muchos los que pensaban en eso. Ya casi nadie. Pero, ¿entonces por qué seguíamos asumiendo cosas como si fueran verdad universal?

Algunas personas pueden desear esas cosas, y está bien, pero otras pueden no desearles, y también está bien.

El problema era cuando se daba por sentado a un estereotipo.

¿Por qué las reglas que se decía que no tenían valor seguían estando vigentes en nuestro subconsciente? Eran invisibles, pero sabíamos que estaban ahí.

No a todo el mundo le gustaba el café.

Había Shellys allá afuera, pero los Arbeens, a pesar de ser los menos, ejercían más presión. Sin embargo, esta Shelly no se dejó presionar, y este Arbeen supo que ya no valía la pena luchar. No tenía motivo.

Gustos son gustos, en todos los aspectos.

—Que le guste lo que le guste y que a mí me guste lo que me guste —le dijo al panel gris.

Tal vez sí estaba loco después de todo, justo como la señora Brittney juraba que lo estaba.

Té de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora