Han pasado ya veinticuatro horas desde que Nathan le ofreció el trabajo a Ian, y ya solo quedan otras veinticuatro para que nos dé una respuesta, pero antes debemos asegurarnos de que es de fiar, y esa parte del trabajo la declina mi padre en mí. He hablado con un par de contactos para que averigüen todo lo que puedan sobre ese adonis que se ha cruzado en nuestro camino, y espero tener noticias suyas antes de mañana. No podemos dejar entrar en nuestro mundo a cualquiera, y menos abrirle las puertas de nuestra casa así como así.
—¿Estás bien? —pregunta Helena apartando los ojos de la carretera por un segundo—. Sam, ya te he dicho que no es necesario que vayas. Nathan no va a moverse de su despacho, y no te ha pedido que vayas en su lugar. Así que no sé qué estamos haciendo realmente.
—Es el funeral de Salvador —increpo un poco alterada—. Estoy en la obligación de ir.
—Salva está muerto —escupe con la frialdad propia de este trabajo—, no sabrá si has asistido a su entierro o no.
—Pero sus padres, mujer e hijo sí estarán, y yo pienso acompañarles —añado haciendo después una pausa—. Tú puedes irte si quieres, pero si vas a quedarte, deja de tocarme los huevos y finge al menos que estás dolida, por respeto a sus familiares —concluyo bajándome del coche una vez que Helena ha aparcado.
Cierro rápidamente la puerta tras de mí y la experta en armas sale del vehículo dos segundos después para seguir mis pasos. Comienzo a caminar con menos celeridad una vez que mis zapatos tocan camposanto, y Helena consigue alcanzarme.
—Lo siento —murmura mientras nos dirigimos hacia el nicho donde meterán a Salvador—, no quería ofenderte.
—Sé que no te lo digo demasiado, pero no debes olvidar que trabajas para mí, y es por eso que no te conviene cuestionar mis decisiones —le reprendo seriamente sin ni siquiera mirarla.
—No volverá a ocurrir —asegura con dificultad, como si estuviera intentando no atragantarse con el nudo de su garganta.
Continuamos nuestra ruta en silencio, observando las caras de toda la gente vestida de negro que hay a nuestro alrededor, hasta que llegamos frente a la familia de Salvador. Saludamos a sus padres y les damos el pésame, luego le toca el turno a su mujer, y finalmente a su hijo de quince años. Ese que no verá hacerse mayor, pero al que no le faltará de nada gracias a él. El seguro de vida que te puedes permitir en este mundillo es suficiente como para que madre e hijo no vuelvan a preocuparse por el dinero jamás.
La ceremonia funeraria finaliza, y Helena y yo procedemos a poner pies en polvorosa, pero Anna, la viuda de Salvador, nos lo impide obstruyéndonos el paso.
—¿Sabéis quién ha sido verdad? —inquiere nerviosa.
—Tenemos una ligera idea —contesto antes de que Helena pueda hacerlo.
—Quiero que deje de respirar —admite cogiéndome de ambas manos—, por favor, Samantha. Nos lo debéis.
—Te prometo que tendrás lo que quieres —aseguro aferrando sus manos con fuerza.
De regreso a la mansión el silencio reina en el coche de Helena, y es algo que agradezco enormemente. No estoy de ánimos para mantener una conversación con ella ahora mismo, y lo único que pasa por mi mente es lo que nos ha dicho Anna, que supongo que también es lo que está rondando la cabeza de Helena.
Una vez que traspaso el umbral de la puerta principal mi padre me hace llamar, y es Dereck quien trae el mensaje. Subo las escaleras y me adentro en el despacho de Nathan donde me espera revisando documentos. Parece que está agobiado, pero todos lo estamos con lo que se nos viene encima.
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Samantha (Saga Ellas. Volumen Independiente 1)
RomanceSamantha es una chica de veintiséis años mitad musulmana mitad estadounidense. Reside en Las Vegas junto a su padre, Nathan O'connell, y Tay, Aaron, Dereck, Helena y Salvador, un grupo de personas que velan por la seguridad de ambos. En los últimos...