Los minutos pasan mientras espero que Nathan regrese con el resto. Si hay algo en mi personalidad que brille por su ausencia, es la paciencia, por eso estoy descargando mi frustración con el saco de boxeo de nuevo. Últimamente paso más tiempo en el gimnasio que en cualquier otro sitio de la mansión, y creo que eso le está afectando a mi cuerpo. Hace que me sienta más pesada al andar, y por supuesto mucho más cansada, pero prefiero tener exhausto el cuerpo y no la mente de tanto pensar.
Oigo llegar un coche, y salgo como alma que lleva el diablo hacia los aparcamientos para terminar comprobando que mi padre ya ha vuelto a casa.
—¿Qué ha pasado? —escupo una vez que llego a su lado.
—Lo de siempre. Ya sabes que esa zorra gusta de hacernos una visita al menos una vez al mes, pero no tiene nada fehaciente contra nosotros —afirma seguro de sí mismo—. No tienes de qué preocuparte —concluye iniciando el camino hacia la casa.
Ginebra es la encargada de llevar a cabo las operaciones más importantes de la policía de Nevada, y lleva detrás de mi padre más años que yo al lado de este. Es una mujer joven y con mucho tiempo libre, y todo ese tiempo lo emplea en intentar meter a mi padre en la cárcel y que se pudra allí, pero Nathan siempre ha ido un paso por delante de ella y, además, tiene a Aaron cuidándole las espaldas.
—¿También estabas preocupada por mí? —espeta don Musculitos sin que nadie más que yo pueda escucharlo.
—Claro —admito provocando que sonría de oreja a oreja—, como lo habría estado por Aaron, Tay o Helena —añado borrándole dicha sonrisa.
Giro sobre mí misma para largarme de allí y no tener que seguir escuchando estupideces, y avanzo a paso ligero hacia mi padre hasta alcanzarlo para comentar algunas cosas sobre mi nuevo guardaespaldas y sus funciones.
Una vez que finalizo la charla con Nathan, me retiro a mi cuarto con un dolor de cuello abrumante. Ya sabía yo que tanto ejercicio iba a pasarme factura tarde o temprano, pero esperaba que no fuera tan pronto. Me ducho por tercera vez en el día, y me preparo para meterme directamente en la cama. Hoy ha sido un día muy largo, y no tengo ni ganas de cenar antes de acostarme, pero aún es muy temprano como para que concilie el sueño, así que decido ver una peli hasta que pierda la consciencia. Desafortunadamente, acabo enganchándome por completo a la trama, y el sueño no logra apoderarse de mí. Una vez que termina, siento la garganta seca, y la botella de agua que suelo tener en mi cuarto está vacía. Genial.
Me envuelvo con la bata y salgo de la habitación escaleras abajo para dirigirme a la cocina, donde casualmente también está Ian que llegó hace un buen rato y ha estado instalándose hasta ahora. Está haciéndose una especie de té, y me recibe con una sonrisa cuando me ve aparecer. Voy hasta la alacena seguida de su mirada gris, y saco una botella de agua para reponer la de mi cuarto.
—¿Te duele? —pregunta Ian advirtiendo que no dejo de frotarme con la mano la zona del cuello.
—No, solo es una pequeña molestia.
—Yo puedo darte un masaje, si quieres —anuncia dando un sorbo al té.
—Estoy bien, gracias —aseguro emprendiendo el camino de vuelta a mi habitación.
—Ya sabes dónde estoy si cambias de opinión —afirma con su voz ronca y sexi—. Que tengas una buena noche, Samantha —añade privándome de razón durante unos segundos.
—Tú también, Ian —le deseo deteniéndome por unos instantes para contemplarlo de arriba abajo.
Subo acalorada los escalones de los tres pisos más que segura de que ese cuerpo está hecho para el pecado, y una vez que vuelvo a estar sola en mi habitación, me deshago de la bata y me meto en la cama para intentar conciliar el sueño de una vez.
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Samantha (Saga Ellas. Volumen Independiente 1)
RomanceSamantha es una chica de veintiséis años mitad musulmana mitad estadounidense. Reside en Las Vegas junto a su padre, Nathan O'connell, y Tay, Aaron, Dereck, Helena y Salvador, un grupo de personas que velan por la seguridad de ambos. En los últimos...