Capítulo 2.

377 50 26
                                    

Los labios de Harry habían vuelto a formar esa fina línea de tensión. Hacía tan solo unas horas desde que le habían dado el alta tras su supuesto intento de suicidio. Y tal y como estaba ocurriendo todo desde que había salido, prefería haberse quedado entre esas cuatro paredes para siempre.

Porque ahora tenía que lidiar con los gritos de su primo Ethan; unos gritos que lo hacían sudar y tener ganas de desaparecer.

– ¡¿ES QUÉ NO ENTIENDO QUE MIERDA PASABA POR TU CABEZA, HARRY?! –Harry sentía como Ethan gritaba cada vez más y más fuerte, pero él no entendía que era lidiar cada día con sigo mismo.

–El coche era prácticamente nuevo, joder. ¿Sabes qué me han dicho en el taller? Que si el puto coche no queda siniestro, el arreglo me costará más dinero del que pueda tener.

Harry miraba al suelo, a sus pies mientras los movía nerviosamente, no podía mirarlo a la cara, no podía.

–Te ayudaré a pagarlo, entonces. –Dijo sin siquiera mirarlo.

Pero entonces Ethan rió y el más joven quiso golpearlo.

–¿Con qué trabajo? Han vuelto a echarte, Harry. Pero me da igual, no te preocupes por eso. Me vuelvo a casa de mis padres, mi tío tenía razón: venir aquí contigo sólo me causaría problemas.

Aquello hizo avivar la furia de Harry aún más. Nadie podía mencionarle a su padre sin lograr enfadarlo de sobremanera. Si por algo se marchó a Londres hacía varios años, era para huir de la vida que tenía. Él sabía que no era un delito nacional ser gay, aunque su padre pensara todo lo contrario.

Así que cuando horas después Ethan se marchó de su apartamento no le importó en lo más mínimo, que se largara.

Era un imbécil.

Como todos.

–Gilipollas. –Murmuró Harry una última vez mientras escuchaba a Ethan azotar la puerta con fuerza cuando se marchaba.

Harry había leído una vez que la depresión era un efecto colateral de estar muriéndose y si aquello era verdad, él ya llevaba varios años muerto.

Pero por alguna extraña razón su alma seguía aferrándose al mundo como si éste tuviera algo bueno que ofrecerle.


Hacía una hora desde que la alarma del móvil de Louis había sonado a las diez en punto de la mañana pero a pesar de aquello él seguía en la cama mirando al techo.

Los Sábados eran el único día de la semana en el que se permitía no hacer nada, desconectar por completo.

Pensaba de todo y a la vez nada pero entonces su estómago rugió y la idea de una suculenta pizza le removió aún más las tripas.

Así que antes de contar diez Louis ya estaba calzado en sus viejas Vans (esas que su madre decía que no le daban profesionalidad cuando a él se le ocurría ir a trabajar con ellas) buscando las llaves de su coche.

Harry se había despertado con un terrible dolor de cabeza y con su cuerpo y mente en tensión absoluta y él sabía que lo único que mejoraba su terrible humor de forma mínima, aunque suficiente para él, era el salir a correr.

Por eso sin preocuparse por comer o al menos mirar como de horrible podría estar aquella mañana, buscó ropa cómoda y una vez pisó la calle dejó que la música que sonaba en sus auriculares fueran lo único que importase. Él solo miraba al frente, no le importaba lo demás.

Louis iba distraído como de costumbre y hasta que no escuchó un golpe en seco sobre el capó del coche no se percató de lo que había ocurrido: había atropellado a alguien. Se quitó rápidamente el cinturón de seguridad y con horror saltó del coche para mirar a que persona se había llevado por delante. Tal fue su sorpresa al ver que el chico de pelo rizado que había ocupado su mente a lo largo de la semana estaba frente a él, tirado en el suelo y con una mirada de odio dirigida a él.

–Harry. –Dijo Louis en un susurro que casi solo podían escuchar ellos dos.

Por primera vez verde y azul se encontraron.

Pero antes de que Louis pudiera ayudarlo, Harry ya se había marchado corriendo. La gente había empezado a arremolinarse por aquel accidente y Louis sabía que eso al chico de ojos verdes no le gustaba.

Harry ni siquiera sabía cómo demonios había podido correr tan rápido cuando su cuerpo todavía se sentía magullado por todas partes y ahora que su respiración se había acelerado, no sabía que hacer.

Lo había reconocido, claro que sí. Como para haber olvidado a alguien como el psicológo Tomlinson. Aunque quizá él no lo había notado, Harry lo había estado observando a lo largo de la semana cuando el chico de ojos azules había merodeado por el hospital.

Porque al parecer ese tal Tomlinson sería su nuevo psicológo y como las anteriores veces, él seria el "nuevo reto" y eso lo entusiasmaba porque no se lo pensaba poner nada fácil.

Harry seguía estando seguro de que el no necesitaba la ayuda de nadie.

Efectos Secundarios.|| Larry Stylinson. [AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora