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MALAIKA


— Malaika, ese es Cristian Pavón  —mi hermana soltó, en voz baja. 

— No lo conozco —respondí. 

— ¡Vamos Boca, la puta que lo parió! —Francesca intervino, y mi hermana soltó una carcajada. 

— Las piernas que tiene —suspiró Rehema, tirándose dramáticamente al sillón, como si estuviese desmayándose—. Quiero que me coja. 

 Rodé los ojos, y con la torta aún en mis manos, me acerqué a la mesa y la puse allí. Me fui a la cocina a buscar platos, cubiertos, vasos y una jarra con agua fresca. 

— ¿De qué es la torta, Remi? 

Claramente, mi hermana no me contestó. Ella y Francesca estaban entretenidas hablando de lo lindo que era mi vecino Pavón. Estaban fantaseando sobre cuál de las dos se lo cogería primero y me desagradaba un poco la idea, ya que hablaban de hacerlo en mi habitación porque era lo más grande. Ni siquiera me prestaron atención cuando les mostré la torta de chocolate en sus caras. 

— ¿Vos sos consciente que vas a convivir con ese hombre a la par? —Fran dijo, ya por fin dándome bola, mientras agarraba un plato que le había servido y le daba un primer mordisco a la Selva Negra—. Che, esto está riquísimo. Ustedes la gente con plata se dan estos lujos y encima tienen de vecino a Pavón —dijo, cerrando los ojos al degustar la torta, después nos miró. Mi hermana y yo estábamos sentadas en el sillón, yo comiendo y ella mirando al techo—. Mi vecino es un narco colombiano y de vez en cuando está a los tiros con los de la otra banda narco. 

Me reí, aunque me preocupé un poco. ¿Dónde viviría para tener que pasar por eso? Igualmente, lo pensé bien: viví en África, con todos los conflictos que tiene, así que realmente no me sorprendía demasiado. 

 — Mali, ¿vos no queres irte unos días a Cancún a hacerte unas fotos mientras yo me garcho a tu vecino? 

Rehema, siempre tan serena con sus pensamientos. 

— ¿No tenes que tomarte un vuelo vos? —solté, recordando que ella se tenía que volver mañana a Nueva York a seguir su vida de modelo. 

— Me voy mañana, bruja. Vos querés que yo me vaya para comerte a ese bombón, pero no te preocupes, somos iguales así que si te da bola a vos a mí también me va a dar. 

Decidí no responderle nada y terminar mi porción en silencio. Minutos después, con las chicas cambiamos de tema y nos pusimos a hablar un rato sobre música, gustos, y la vida de Rehema. A pesar que le llevaba dos años a Francesca, me sentía muy cómoda con ella y creía que podía convertirse en una buena amiga. Se fue como a las siete diciendo que no quería llegar muy tarde a casa, la acompañé a la parada y esperé que se tome el colectivo, le pedí que me mande un mensaje apenas llegue y prometimos sentarnos juntas mañana en clase. 



Yo no llegaba a clases ya. 

Acompañé a mi hermana a Ezeiza y me quedé más tiempo de lo debido, la iba a extrañar mucho. Nuestra despedida consistió en abrazos, fotos y promesas de hacer FaceTime día de por medio o cuando ella no estuviese muy cansada, también acordamos que para las vacaciones de invierno íbamos a visitar a nuestros papás. Faltaban un par de meses para eso, y esta era la primera vez que nos íbamos a separar tanto. 

Volví a mi departamento a las apuradas, no había almorzado y tenía que buscar las cosas para ir a clases. Entré porque me abrió una chica, y me quise morir cuando busqué en el bolsillo de mi pantalón por mi juego de llaves. No estaban. 

Mi memoria me hizo recordar que las dejé en la mesa. Y ahora no sabía como entrar. El portero no estaba, tenía un descanso de tres horas. Rehema estaba en un avión, así que no la podía llamar y tampoco me ayudaría demasiado. No conocía ningún cerrajero, y el que me recomendó Francesca era de su barrio, y atendía recién después de comer. Yo tenía clases en media hora. 

Creo que voy a faltar, Fran —le dije por teléfono, no me quedaba mucha batería y tenía tres horas hasta que llegara el portero del edificio—, si no tengo como entrar a mi casa.  Si queres... 

Como no podía ser de otra forma, se me apagó el celular y suspiré. 

Ni en la primaria ni en la secundaria había faltado mucho a clases, no me gustaba, me sentía incómoda. Por más que hicieran mucho calor, lo mismo iba al colegio. Mis papás nunca me obligaron ni nada, pero desde chica me dijeron que la escuela era lo más importante, así que no podía evitar sentirme culpable si no iba o si llegaba tarde. Solamente faltaba si estaba enferma, y por suerte gozaba de buena salud así que no faltaba mucho. 

— Disculpa, ¿te pasa algo? —me preguntaron. 

Alcé la vista y había dos chicos mirándome. Tenían un equipo deportivo puesto. Uno de ellos era Pavón, mi vecino, y al otro no lo reconocí, era más petiso y tenía barba castaña y el pelo al ras.  

— Ehh, nada  —respondí, levantándome del piso. 

— ¿Y por qué estás afuera?  —inquirió el que no conocía. 

— Es que me dejé la llave adentro. ¿No conocen un cerrajero?  —me moría de vergüenza por admitir mi problema, seguramente iban a pensar que era una tonta. Y la verdad, es que si. 

— Podes pasar y entrar por el balcón, si querés —Pavón propuso. 

En ese momento me pareció buena idea. Pero cuando estaba por hacerlo, no tanto. 

No me daba miedo, en realidad, pero lo que dividía mi balcón del suyo era una pared un poco alta. Le pedí una silla y claramente, no funcionó. Tanto él como el otro chico se rieron y yo trataba de no ponerme colorada. Por otro lado, pensaba que seguramente me golpearía muy fuerte si saltaba la pared. 

— Me parece que voy a tener que llamar un cerrajero. ¿No sabés si ya volvió el portero? 

— Siempre que vengo a esta hora está durmiendo la siesta —se rió—, si queres te ayudamos a que subas. 

Suspiré. Era eso o quedarme con ellos en este departamento que gritaba "departamento de soltero". Estaba, sorprendentemente, muy limpio y ordenado, pero había muchísimo olor a desodorante de varón y para peor, unas cuantas camisetas tiradas al costado del sillón. 

— Bueno, a ver que sale... 

Me subí de nuevo a la silla y con la ayuda de Cristian, que sostuvo mis piernas, logré agarrarme de la parte de arriba de la pared. Había un espacio como de medio metro entre el techo y ésta, así que fácilmente pude treparme. Pasé al otro lado de mi casa sin un rasguño, a pesar de mi grito exagerado. 

— ¿Estás bien? —preguntaron los dos, entre risas y preocupación. 

Yo también me reí, todavía en el piso, y me levanté. 

Saqué mi cabeza y los miré, hice un gesto con la mano como que todo estaba bien y sonreí con cierta timidez. Ellos sonrieron también. 

  — ¡Gracias! —fue lo último que dije, antes de abrir la puerta de vidrio que había en mi dormitorio y entrar a mi casa. 




bueno no sé si se entiende esta parte pero vieron q hay balcones a los q los separa así como una pared entre los dos departamentos, pero esta pared no llega al techo ¿¿ tipo yo tengo un balcón así y más d una vez la salvó a mi mamá cuando se quedó afuera del depto y tuvo que trepar por ahí para ir a la casa de mi vecina #fact. tmb una vez un vecino decidió arriesgar su vida y básicamente en vez de cruzar la pared se agarró de las barandas de los balcones para cruzar al mío ¿¿ eso es más riesgoso igual espero q lo entiendan

traté de ponerle humor xq mi depresión todavía (y nunca) se va a curar. grax señora madre x hacerme de boca <3<3

    

neighbors / cristian pavónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora