BRUCE| PRÓLOGO

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Hace tres años o más que vivo sola, no tengo familiares cercanos a mí y mi padre y madre fallecieron en un trágico accidente del cual fui partícipe, cada noche el temor me acecha y provoca que el insomnio toque mi puerta como un grato visitante de mi habitación.

Abro los ojos nuevamente, por décima vez en toda la noche, y noto cómo el sudor recorre mi sien y los cabellos se pegan a mi frente.

—¡Maldición!— me digo en silencio mientras me levanto y me siento sobre la cama, con mi cabeza recargada sobre mis manos.

Ojeo la hora en mi móvil y me percato de los treinta y cinco mensajes de Bruce, pretendo no contestar a ninguno, pues hemos discutido en la tarde y se ha portado como todo un imbécil.

Camino de un lado a otro en la habitación, pienso si en realidad debería contestarle, si tal vez se lo merece pero ¡vamos! ¿A quién quiero engañar? De todos modos siempre termino haciendo su voluntad. Bruce es todo en mi vida, es lo único que tiene mi vida y me aterraba perderlo.

Y él... Lo sabía muy bien.

—¿Bruce?...— hablo despacio a través de la línea telefónica cuando me he decidido a contestarle, él permanece en silencio y finalmente deja escuchar su gruesa voz.

—Te he enviado más de mil mensajes, te he llamado tanto ¡Joder!— espeta seguramente conteniendo su ira.

Cierro los ojos fuertemente y vuelvo a hablar.

—Lo siento, estaba dormida.— miento temiendo a decirle la verdad y que explote.

Porque Bruce es así, es explosivo, agresivo, manipulador. Pero todo lo malo tiene también algo bueno ¿no?

—Estoy a una cuadra de tu casa, abre la puerta.— el corazón me salta y miro por la ventana.

—Bruce es tarde...—murmuro pero de inmediato me interrumpe.

—Ya estoy aquí, abre la puerta. —cuelga el móvil y como si no hubiera escuchado lo que había dicho, hace sonar el claxon de su convertible un par de veces.

Eso me enfurece pero hago lo que él me pide, tomo una chaqueta y bajo las escaleras con el objetivo de abrir la puerta y, en cuanto lo hago, Bruce salta a mi con un tremendo beso. Me deja sin respiración, estaba dispuesta a decirle todas y cada una de las cosas que odio de él, pero sus labios aferrándose a los míos me lo impiden.

—Bruce...— intento pararle pero es imposible con su fuerza ante mi pequeño ser.

—¿Sabes que te amo, nena?— indaga y me toma de la cintura para guiarme hasta el sillón y cierra la puerta de un golpe tras él.

Me aferro con mis brazos a su cuello y estoy dispuesta a perdonarle todo, estoy dispuesta a perdonar todas y cada una de las lágrimas que he derramado por su culpa. Pero a lo que no estoy dispuesta, es a perdonarme a mí, por ser tan débil ante él.

Eso no podría perdonarme jamás.

Se sienta en el inmenso sillon y a mí a horcadas sobre él, acaricio sus musculosos brazos llenos de tatuajes y  mis ojos se deslizan por su pecho hasta llegar a sus oscuros ojos. Él me ve en silencio y parece que sus duras facciones se han suavizado bajo la luz de la luna que se filtra bajo las persianas de la sala de estar.

—Soy un imbécil —suelta de repente.

—No lo eres...— le rectifico sabiendo que en efecto lo era.

—Perdoname.— pide con sus ojos convertidos en un frágil cristal a punto de romperse en mil pedazos.

—No hay nada que perdonar— besé su frente.

Mentía, me mentía a mi misma porque en efecto había demasiadas cosas que no se podían perdonar y que esas palabras vacías ya las había mencionado antes, esos ojos cristalizados ya los había visto antes.

Así que ambos mentiamos.

Besó mis labios tan despacio como siempre lo hacía después de habernos peleado, y pasó sus dedos tan suavemente en mi espalda por debajo de mi blusa, como siempre lo hacía para que lo perdonara.

Besó mi cuello y se deshizo de mi ropa en un segundo, sus dientes jugaban con el lóbulo de mi oreja y mis manos alborotaban su negro cabello perfecto. Tiré mi cabeza hacía atrás y solté un sonoro gemido cuando sentí su miembro invadir mi pequeño espacio íntimo.

Dolorosamente hermoso.

—Despacio, nena— pegó su frente llena de humedad entre mi pechos y tomó mi cintura con fuerza. —empieza a moverte despacio, nena.— gimió como un animal en cautiverio y mis movimientos cada vez fueron aumentando.

Me enloquecía y sabía que me hacía mal pero ¿que se espera de una pequeña que se encuentra sola?  ¿Vivir en la calle? ¿Ser una ladrona? ¿Morir? No, lo que me había tocado a mi era mucho peor. Tal vez digan que no lo es, pero no lo entiendes solo hasta que lo vives.

Me había acostumbrado al infierno, a escuchar sus palabras y acatar sus ordenes contra mi voluntad. Quizá en este pequeño espacio, no cuente mucho sobre el verdadero Bruce. Pero poco a poco lo sabrás.

Se convirtió en mi medicina, en el protector de mi contra mis fantasmas sin tener en cuenta que él era el mayor de todos ellos, y que su manera de protegerme tendría un precio.

Bruce era lo peor que me había pasado en la vida, pero era lo mejor que tenía al mismo tiempo. La manera en la que me hacía llorar era tan jodidamente dolorosa y su forma de hacerme feliz era placentera, a ratos.

Bruce Miller, un hombre peligroso en alma vida y corazón,  un imperfecto perfecto sin razón, capaz de romperme y volverme a reconstruir. Eso y más era él.

Y yo, Megan Maxwell. Una mujer llena de miedos, fantasmas y trastornos. Capaz de darlo todo sin importar las miles de espinas que se clavan en mi piel, manipulable, débil y de frágil corazón. Esa era yo.

Ambos con las mas hermosas tormentas acechandonos bajo las cálidas sombras falsas del amor.

BRUCE [ PAUSADA ] ⚠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora