Capitulo 4: El manicomio

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Las suaves y blancas paredes acolchonadas de mi nueva habitación me reconfortan, a pesar de que estoy lejos de mi familia. El chaleco de fuerza no está tan mal una vez que te acostumbras a que te hormigueen los brazos. A veces pienso en Ryan, en todos los momentos que pasamos juntos, la última vez que lo vi fue hace un año, el día que me trajeron aquí, al rectorio, aunque sé que ahora él es un recuerdo lejano.
El rectorio es el gobierno que rige nuestro país, Stratland. situado en un lugar que solía llamarse Centroamérica y, según la escuela, en la zona norte de México, hasta parte sur de Estados Unidos. El rectorio tomo el poder gracias al presidente Morgan, que heredo el cargo a Taylor, su hijo, el cual re heredo el poder al actual presidente, Ethan; no es mucho mayor que yo, tiene 20 años, ósea que es cuatro años más grande que yo.
Todo esto paso después de la gran guerra, la tercera guerra mundial, aquella que dejo inhabitable a todo el mundo, a excepción de stratland. nunca he visto a Ethan; en realidad, nadie lo conoce, a menos que te lleven a la Academia de Reavilitacion a Capacidades Especiales, o resumido, la ARACE; en la que llevan a personas con capacidades diferentes o que les son útiles en el rectorio, ellos ayudan a estas personas para que puedan canalizar o desarrollar sus habilidades hasta el limite.

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Mi nueva habitación me gusta más que la primera, a pesar de que aquí no tengo a donde mirar, todas las paredes son iguales, y en la anterior había una ventana.

Me siento en el acolchonado rincón del esterilizado cuarto, con las rodillas al pecho , la cabeza en las rodillas y los brazos enrollados al pecho ( gracias al chaleco de fuerza ).

Y pensar que hace solo una semana estaba en la celda de la cárcel, con mis compañeras de celda. Me trajeron aquí porque, una tarde, cuando los guardias hacían el cambio de turno, logre salir de la reja con un pasador; corrí en dirección a la puerta y cuando dos policías me vieron, le di a uno de ellos en la cien, este se desmayó, tomé la pistola de su mano, la sujeté de la parte del cañón, y golpeé repetidas veces al otro en la cara con la culata de la pistola. La imagen no fue agradable, de echo, aun lo tengo grabado en los ojos, esa nariz roja y destrozada, la piel rojiza y amoratada, el ojo hinchado y sangrante; todo eso hace que la culpa me corroa, todo eso por mi. Llegaron refuerzos, eran tantos que no tenía caso resistirse. Decidieron que ya no podían mantenerme ahí. Me llevaron a esa lejana habitación de una sola ventana, paredes grises y frías, la base metálica de la cama, el colchón agujerado y con resortes sobresalientes. Me re ubicaron y me trajeron aquí a los 3 días, cuando se dieron cuenta de mis cicatrices y de que me podía hacer daño con cualquier objeto metálico o filoso que encontrara.( incluyendo la base de mi cama). Ha sido una larga y difícil semana.

Cierro los ojos, la áspera tela de mi pantalón me raspa la piel de la frente, abro un poco las piernas y observo mis pies descalzos, una capa de mugre se ha acumulado debajo de la larga y gruesa uña, la piel esta pálida y manchada de tierra, aun que también está algo manchada de sangre, de mi sangre.

La puerta se abre de golpe dejando entrar a tres rectores con sus trajes impecables. Me quedo rígida, con los ojos muy abiertos y los dientes apretados, intento relajar la mandíbula, aunque fallo, me humedezco los labios con la lengua, noto un ligero ardor en el labio inferior y el sabor metálico de la sangre me quema la garganta.

Uno de ellos, una mujer, se acerca a mi y me toma bruscamente del chaleco, detrás de ella hay un chico; es alto, rubio, pero no logro ver nada más porque me pierdo en sus profundos ojos grises, tan intensos y grandes que hipnotizan. Tiene el sueño fruncido, y me sobresalta cuando habla con su gruesa y sexy voz:

- llévenla al corral- dice, se da la vuelta y sale del cuarto.

Los otros dos rectores se le unen a la chica y me sacan del dormitorio medio a rastras, medio cargando. Cruzamos por un pasillo estrecho, damos la vuelta hacia la izquierda, bajamos unos escalones que terminan en una puerta, entramos, giramos hacia la derecha, pasamos por una segunda puerta, y al entrar por ella me dan arcadas casi instantáneamente. El olor a carne podrida es insoportable, el calor húmedo golpea en la cara y quema, los productos químicos apenas y quitan el hedor de la sangre y el sudor, los ruidos de llantos de bebes, gritos y sollozos humanos me erizan los bellos de la piel.

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