Capitulo 3: El asalto

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Entro al baño de la sala, tomo una liga, y me ato el cabello en una coleta alta. Mi cabello largo, lacio y negro está perfectamente ordenado, cosa que nunca pasa, y me llega a la altura del hombro, tomo una pequeña diadema de cuero negro, me mojo el pelo y me la pongo. Me dirijo a la sala, tomo la guitarra, la cargo al hombro y me encamino hacia afuera. Hacia la casa de Ryan. Me detengo en el jardín de la casa de alado, ese lugar está vacío, así que es perfecto para ocultar mis cosas, rebusco entre los arbustos hasta encontrar la llave, la tomo, y entro a la casa, enciendo la luz. En la mesa y los sillones se encuentran mis armas; revólveres, M4, magnums, ballestas, bazucas, metralletas, cerbatanas y otras armas cuyos nombres desconozco.

Tomo una Magnum y un soporte para la pierna. Alzo un poco la falda de mi vestido y me coloco el soporte y la funda de la pistola, le pongo el seguro y la coloco en su lugar. El metal frío de la pistola contra mi piel delicada hace que me estremezca, pongo el vestido en su lugar; me alegro al ver que el cuero negro disimula bien el arma. Tomó una pequeña cerbatana de apenas unos 10 cm, la pongo en mi cinturón, y la cajita con dardos la colocó al lado del delgado tubo, tomo otro soporte para la pierna, me lo pongo y guardo en ella una revólver. Apago la luz y salgo del lugar, votando nuevamente la llave entre los arbustos.

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Toco el timbre y me colocó a un lado de la puerta, con la espalda pegada a la pared, saco la Magnum de su soporte y me aseguro de que el seguro esté bien puesto. Ryan sale de su casa, da unos pasos hacia afuera, mete las manos en los bolsillos de su pantalón, y se queda mirando a la calle, como si nadie hubiera tocado el timbre. Avanzo un poco hasta quedar detrás de él, reviso el seguro nuevamente y apuntó a su espalda.

-Dame todo lo que tienes- le digo bromeando.

Se voltea con una tranquilidad sorprendente y sonríe.

-No dispares- dice -lo haría- se frota el costado del cuello con la mano, baja la vista y la vuelve a alzar -pero tú eres todo lo que yo tengo.

Si- respondo -pero tú para mí no lo eres- le bromeo -tengo a mi hermano, ¿recuerdas?-bajo el arma, su sonrisa comienza a apagarse así que hablo antes de que en realidad se lo crea -sabes que bromeo- lo abrazo por el cuello -tu y mi hermano son todo lo que tengo.- Me separo de el y de su abrazo.

-lo sé- sonríe -y, ¿qué haces aquí?- Suelta

-vengo a verte- digo guardando mi arma -sólo quería hacerte compañía- sonrío -¿se puede?

-Pasa por favor- dice señalando la puerta con la palma de la mano hacia arriba. Entro a la casa, colocó la guitarra recargada en el sillón largo en el que me siento.

-¿Quieres algo de beber?- me dice Ryan aún de pie, frente a mi.

-No, gracias- respondo -en realidad vine porque quiero hablar contigo

-claro, ¿qué pasa?-dice al instante, luego se sienta en el sillón que esta frente a mi.

-quiero que me ayudes a cambiar-le confieso.

-¿En qué sentido?-Pregunta.

-En cambiar todas las cosas malas que hago.

-¿ te refieres a dejar de robar?-Su mirada se endurece -India, lo necesitamos- hace una pausa durante unos segundos con mirada de preocupación, como si eso fuera a lo que me estuviera refiriendo -tú lo necesitas-hace otra pausa-yo lo necesito.

-Lo sé, y eso lo tengo bien claro-digo como si fuera a empezar una explicación-a lo que me refiero es cambiar las demás cosas malas, pero, sin dejar de robar- hago una pausa pensando en mis palabras y me muerdo el labio -no podría ni siquiera pensar en eso, no ahora, lo necesito demasiado, por mi hermano.-El se para de su sillón y se sienta en el mío, a mi lado, tan cerca de mí que casi se sienta en el mismo lugar que yo. Me toma del rostro con delicadeza, recarga su frente contra la mía. Su respiración en mi rostro me calienta y me arrulla, así que cierro los ojos, por el suave contacto de la piel de mi rostro y de su mano fuerte y grande.

-Lo haré-me dice en un susurro-te ayudaré.

Se separa de mi abriendo los ojos.

-¿Y para que es la guitarra?-Dice quitándole importancia a lo anterior. Sonrío.

-Te escribí una canción-digo sacando la guitarra de sus estuche, la recargo en mis piernas. Toco con delicadeza las cuerdas nota tras nota, creando una suave melodía. Estoy apunto de cantar cuando tiran la puerta de la entrada principal de una patada. Entran hileras e hileras de hombres uniformados con chalecos antibalas, cascos, armas, y botas, todo negro; mi color favorito.

Tiro la guitarra a un lado cuando más hombres uniformados rompen las ventanas y entran por ellas. Llevo mi mano a la base de mi arma, pero por alguna razón, ésta se atoro con algunos hilos del vestido, impidiéndome sacarla entre la maraña de hilos rojos y negros. Los uniformados me rodean, me impiden la visión hacia Ryan. De repente, recuerdo las cerbatana que metí en el cinturón y me llevo las manos a este. Los hombres me toman de los brazos, haciéndome daño y clavándome los dedos, forcejo lo más que puedo, hasta que me sueltan, sólo por unos segundos pero me es suficiente como para sacar la cerbatana, cargar un dardo y prepararme para disparar, pero cuando estoy apunto de soplar el pequeño dardo, alguien me da un golpe en la cien dejándome inconsciente.

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Han venido por mí, ellos han venido por mí, me llevaran al Rectorio, en donde decidirán cómo torturarme, humillarme, masacrarme, o, si tengo suerte, matarme de una vez por todas a causa de los crímenes que he cometido.

Los rectores han venido por mí.

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