† La mulata de Córdoba †

77 3 2
                                    

Cuenta la leyenda que en tiempos de la Inquisición y el Santo Oficio, vivió en la ciudad de Córdoba, Veracruz una hermosa mujer llamada Soledad. La vida de aquella mujer se encontraba envuelta en misterio, puesto que nadie sabía de dónde provenía ni quienes eran sus padres.

A pesar de ser poseedora de una gran belleza, en aquella época los mulatos como Soledad eran mal vistos, al ser producto de la mezcla entre dos razas que no tenían derechos y eran consideradas como inferiores: indios y negros. Esto provocó que Soledad se volviera solitaria y huraña, pero nunca pasó desapercibida entre los vecinos, a quienes les gustaba murmurar extravagancias sobre su persona.

Los hombres juraban que la mulata era buenísima para sanar enfermedades incurables, mientras que las mujeres aseguraban que tenía el poder de hacer que sus novios les propusieran matrimonio

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los hombres juraban que la mulata era buenísima para sanar enfermedades incurables, mientras que las mujeres aseguraban que tenía el poder de hacer que sus novios les propusieran matrimonio. Aún más, las mujeres casadas, celosas por las pasiones que la mulata despertaba en sus maridos, solían correr el rumor de que ella sabía de embrujos, magia y encantamientos.

Se rumoreaba que por las noches, al pasar por la casa de Soledad, se podían observar extrañas luces, como si estuviera realizando alguna especie de ritual. Pronto se corrió el rumor, incluso entre las personas más respetables, de que la mulata había hecho un pacto con el diablo y que en las noches solía volar sobre los tejados, aunque en realidad nunca nadie la vio; no obstante, las personas no quisieron acusar a la mulata con la Iglesia, ya que de alguna forma u otra, todos se veían beneficiados con su presencia, pero sobre todo, con sus dones.

Un día cualquiera en el que la mulata había asistido a misa por la mañana, Don Martín de Ocaña, alcalde de Córdoba, quedó perdidamente enamorado de ella. El hombre ya había escuchado los rumores que circulaban sobre Soledad y sus extraños poderes, incluso sobre el supuesto pacto que había hecho con el diablo, pero creía que sólo se trataban de supersticiones de pueblo.

Don Martín trató de enamorar a la mulata dedicándole sus más bellas palabras, pero a la hermosa mujer no le interesaban los romances y mucho menos con un señor tan entrado en años. Así fue como el alcalde, poco acostumbrado a ser despreciado por las mujeres -y sobre todo por una mulata-, sintió que su orgullo había sido herido, y para vengarse utilizó a su favor las habladurías que el pueblo pregonaba sobre ella. Despechado, acudió con las autoridades del Santo Oficio y la acusó de haberle dado una bebida para hacerle perder la razón.

La Iglesia, que también ya había escuchado lo que la gente decía de Soledad, no dudó en apresarla de inmediato. La mujer fue llevada presa sobre una carreta descubierta, la cual fue custodiada por la mismísima Inquisición hasta las mazmorras del castillo de San Juan de Ulúa, en donde se le acusó de practicar magia negra, de invocar los poderes de las tinieblas, de tener comercio carnal con Satanás y de burlarse de la religión.

Si bien muchas personas del pueblo se habían visto beneficiados por la bondad y talento para la medicina y hechicería de Soledad, nadie le guardaba cariño ni favoritismo, y como era lo común en casos como éste, optaron por ponerse a favor de la Iglesia. Fue así que, cuando la Iglesia les pidió a los vecinos que testificaran en su contra, lo hicieron sin objeción alguna y contaron todas aquellas aventuras que habían escuchado sobre ella, los rumores que se corrían en el pueblo y alguna que otra historia improvisada en el momento.

Después de escuchar con atención cada uno de estos relatos, los sacerdotes de la Santa Inquisición la encontraron culpable de brujería y la mulata fue condenada a ser ejecutada en la plaza pública en leña verde. El pueblo estaba encantado con la noticia, no tanto por ver morir a la mulata, sino por llegar a ser testigos de otra excelente historia de aquella mujer que daba tanto de qué hablar y que entretenía a los pueblerinos con sus increíbles hazañas.

La mayoría de los condenados solía aprovechar las noches para rezar las oraciones pertinentes que demostraran su arrepentimiento, pero la mulata de Córdoba no era cualquier preso; ella prefirió pasar el tiempo dibujando un barco en la pared del calabozo con un trozo de carbón que encontró por casualidad. Los carceleros estaban impactados ante esta obra de arte, y constantemente se turnaban para poder bajar al calabozo y observar los nuevos detalles del dibujo. Conforme avanzaba el tiempo, el boceto del barco se iba transformando en un dibujo tan realista, que daba la impresión de que en cualquier momento el barco saldría a navegar.

Un día, cuando un terrible aguacero cayó en la ciudad de Córdoba, el carcelero de turno no dejaba de observar a la mulata y a su hermoso barco. Imaginaba que ella entraba en su dibujo y salía volando por la ventana, como si fuera una especie de barco mágico. Cuando terminó de llover, las calles se encontraban inundadas y las paredes del calabozo goteaban por todos lados. Soledad sabía que el momento había llegado.

—¡Hey, tú! ¡Carcelero! Quiero hacerte una pregunta.—dijo Soledad.

—¡Eh!, ¿Quién?, ¡Ah, eres tú! —contestó el celador medio dormido.— ¿Qué se te ofrece?

—¿Qué crees que le hace falta a mi barco?

—Pues, yo creo que... —dijo el celador pensativo—. No, nada, lo único que le hace falta es andar.

—Entonces mira cómo anda.

La mulata, como por arte de magia, se mezcló con el dibujo en la pared y subió grácilmente las escaleras del barco. El celador no lo podía creer, se talló los ojos y volvió a observar, pero ya no había rastro de Soledad en la celda, el barco ahora tenía un tripulante. El agua que se colaba por las goteras alcanzó el sitio en donde se encontraba el dibujo y comenzó a borrarlo, y para sorpresa del celador, el dibujo del pequeño tripulante en el barco, parecido a la mulata, le decía adiós con la mano, mientras iba desapareciendo.

Cuando fue cuestionado, el celador no pudo distinguir si todo lo sucedido había sido sólo un sueño, o si en verdad la mulata se había metido al barco para escapar del calabozo; pero en el pueblo se murmuraba que algunos habitantes habían visto un pequeño barco que navegaba entre la lluvia y se alejaba hasta perderse de vista.

Cuando fue cuestionado, el celador no pudo distinguir si todo lo sucedido había sido sólo un sueño, o si en verdad la mulata se había metido al barco para escapar del calabozo; pero en el pueblo se murmuraba que algunos habitantes habían visto un ...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

***

En lo personal me encanta esta leyenda :3 es de mis favoritas

Horrores mexicanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora